Los mayores pierden la vida; los jóvenes, el futuro
Las nuevas generaciones sufren menos el impacto sanitario del virus pero afrontan las peores arenas movedizas en décadas por sus consecuencias educativas y laborales


Fue un 15 de junio como el que se aproxima cuando el joven Cosimo Piovasco di Rondò dijo basta, se subió a un árbol y no bajó nunca más.
El muchacho –más conocido como El Barón Rampante— se rebelaba así contra un orden constituido con el que no comulgaba y emprendía su personal búsqueda de un mundo mejor unos metros más arriba del que le iban a legar las generaciones anteriores. Sin violencia, manteniendo el contacto con el mundo de abajo y con una persistencia inquebrantable en su persecución de una salida a una realidad que no le hacía feliz. El personaje de fantasía creado por Italo Calvino en su célebre novela vivió desde el 15 de junio de 1767 del íncipit hasta su muerte ahí arriba.
Ojalá ese soñador y conmovedor estandarte de la tenacidad del alma pueda inspirar la compleja travesía de tantos jóvenes europeos hacia la afirmación de sí mismos en una época turbulenta.
Los mayores son la generación bajo la mayor amenaza durante la pandemia: en juego está su vida. Los jóvenes afrontan un riesgo sanitario enormemente menor. Pero en juego está su futuro, que tampoco es poca cosa.
Las consecuencias de la crisis sanitaria golpean en todo el espectro de edades de la sociedad europea. Pero en el segmento juvenil causa daños especialmente dolorosos. Por un lado, las tasas de paro —normalmente más elevadas en ese segmento de población— suben con mayor velocidad con respecto a la media total en la UE (de 14,6% en marzo a 15,4% en abril para los menores de 25; de 6,4% a 6,6% para el conjunto de la población). Por el otro, la alteración de los sistemas educativos puede producir un deterioro del desarrollo formativo, un desajuste competitivo con respecto a generaciones anteriores y otro dentro de la misma generación entre hijos de familias cultivadas con recursos y el resto.
Los menores de 35 años acumulan dos tsunamis sin parangón en décadas en su corto viaje en el mercado laboral: la crisis de 2008 y la de 2020. Ambas han provocado una fuerte contracción de oportunidades. La manera en la que se ha gestionado la anterior ha generado en muchos países una gran precarización. Cabe temer que la actual también.
Generaciones anteriores de jóvenes han afrontado serias dificultades en Europa en las últimas décadas, pero probablemente ninguna tuvo que abrirse paso en unas arenas tan movedizas. A la vez, hoy, otras generaciones afrontan tremendas dificultades. Pero los jóvenes están entre los más desamparados en el mercado laboral al no contar con una profesionalidad consolidada. Los que todavía estudian corren el riesgo de perder valiosos compases en momentos decisivos de su crecimiento intelectual.
Puede que la pandemia no tenga rebrotes brutales como el primer impacto; puede que en 2021 se vayan hallando soluciones en forma de vacunas o terapias. Pero es probable que la alteración de los sistemas educativos se prolongue un tiempo y es muy probable que el mazazo económico tenga una profunda resaca.
Por supuesto, los jóvenes gozan de mayor seguridad frente a la ruleta rusa de la covid. Pero no deberían subestimarse las consecuencias socioeconómicas de la pandemia sobre ellos —y por derivada sobre todos los demás en virtud de lo que ellos pensarán, harán y votarán—. Sobre su capacidad de asentarse como individuos o grupos familiares en este pacífico pero turbulento tramo de la vida europea. En definitiva, sobre sus posibilidades de no descarrilar en las montañas rusas de este siglo XXI pese a haberse salvado de la ruleta rusa vírica. Ojalá muchos de ellos dispongan de la tenacidad de espíritu del Barón Rampante. No se trata de subirse a los árboles pero sí de tener una fuerza de voluntad de acero para que su individualidad florezca —y los demás la disfrutemos en forma de energía, innovación, demografía y todo lo que de bello e insustituible tiene la juventud—.
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