La ultraderecha austriaca cambia para quedarse igual
La formación, golpeada por un escándalo de corrupción, nombra nuevo líder pero se aferra a la retórica xenófoba


Son las seis de la tarde y la posada Kocic se ha poblado de mujeres y hombres vestidos con los trajes tradicionales austriacos. Los camareros reparten platos de salchichas típicas y cerveza sobre mesas adornadas con banderitas del país y folletos de propaganda electoral. Los clientes de la tarde del martes son militantes del partido de ultraderecha FPÖ y esperan expectantes la llegada a este local en un barrio industrial del sur de Viena de Herbert Kickl (50 años), el polémico exministro del Interior que azuza a las bases con el discurso más duro contra los refugiados.
Y esta noche no defrauda: “No vale con poner algunos policías con el uniforme de Frontex en la frontera para que saluden a los que llegan y les dejen pasar y sean repartidos por Europa. Quiero una valla, el modelo de Viktor (Orbán, presidente de Hungría)”. Aplauso atronador. “Somos patriotas, solo queremos conservar nuestro país y tradiciones”, asegura Isabella G, de 52 años, tras escucharle. “Es que sufrimos una invasión de migrantes y el islam no es parte de Austria”, asiente convencido del mantra ultra Bruno, de 63.
Kickl forma tándem con el nuevo líder del partido, Norbert Hofer, de 48 años, al que se considera la cara amable del partido. Su programa es el mismo, pero él sonríe en los carteles electorales; Kickl, no. Ambos se presentan unidos, al menos de momento, para mantener a flote a una de las formaciones ultraderechistas más exitosas de Europa tras el escándalo por la publicación en mayo de un vídeo grabado en Ibiza con cámara oculta a Heinz-Christian Strache, en el que este prometía contratos públicos a cambio de ayuda electoral.
A Strache, el líder de los últimos 15 años y que llevó al partido hasta el 26% de los votos en las elecciones de 2017, se le enterró con un gracias por los servicios prestados en el congreso del partido el 14 de septiembre en Graz, en el que Hofer fue confirmado como sucesor con el 98,5% de apoyos. Para la dirección del FPÖ, el caso Ibiza ha acabado con la dimisión de su exjefe, pero entre los militantes sigue siendo muy popular. “No hizo nada de lo que dijo en el vídeo”, opina Isabella.
El objetivo ahora es volver al poder, del que los ultras fueron expulsados hace cinco meses al romper el conservador Sebastian Kurz la coalición de gobierno por la grabación ibicenca. Tres veces han entrado en un Ejecutivo desde los años ochenta y en todas las ocasiones han salido mal parados e incluso escindidos. “Nunca más volveremos a fracasar por nuestra propia causa”, proclama Hofer.
El dirigente, al que se le escapó la presidencia del país en 2016 por poco frente a un candidato progresista, asegura que quiere “modernizar” el partido y distanciarse de elementos radicales en sus filas. Ahora tiene potestad de suspender directamente a miembros que hagan comentarios antisemitas o sean vinculados al grupo radical de los identitarios. Hofer quiso mostrar firmeza nada más asumir la dirección y la semana pasada echó a un cargo de Baja Austria al que se ha descubierto un post en Facebook, de 2014, en el que que felicitó a todos los que cumplían años el día del nacimiento de Adolf Hitler. Sin embargo, no ha actuado ante la asistencia de una concejal de Viena en una manifestación de los identitarios, o el caso de un candidato a las elecciones adelantadas del domingo que supuestamente donó dinero a ese mismo grupo.
En el resto de partidos hay cuando menos escepticismo ante los anuncios de Hofer porque no dejan de acumularse casos de xenofobia y el antisemitismo en el FPÖ, en su origen el refugio político de antiguos nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Son “casos aislados”, alegan los ultras sobre lo que se ha convertido en una sucesión constante de polémicas. Ahí está un ex vicealcalde que identificó como ratas a los migrantes o el caso de una hermandad estudiantil de la órbita del partido que tenía en su sede un libreto de canciones con textos que invitan a gasear a más judíos. En ambos casos, la dirección decretó expulsión.
“En realidad, es la política estándar del FPÖ, tiene que cumplir la ley que prohíbe expresiones de nazismo en Austria”, apunta Walter Ötsch, profesor de Economía e historia cultural, en una cafetería de Linz. No cree que con Hofer la situación vaya a cambiar porque, entre otras cosas, “tendría que intervenir” en las hermandades de académicos cercanas al partido, que son “básicas” para su influencia en ámbitos de poder. Además, también son reiterados los contactos con el máximo dirigente de los identitarios, Martin Sellner, investigado por vínculos terroristas tras aceptar una donación del asesino de las matanzas en mezquitas el pasado marzo en Christchurch (Nueva Zelanda).
El Comité de Mauthausen, que se ocupa de la memoria del campo de concentración nazi, ha reunido en un informe 169 supuestos “casos aislados” de extremismo entre 2013 y el pasado julio y ha reclamado a los partidos que firmen una promesa de no asociarse con el FPÖ. Han firmado todos, salvo los democristianos de Kurz, que como favorito a repetir en la cancillería afirma que no excluirá a ningún partido con representación parlamentaria de unas conversaciones. Pero que se corten de raíz estos casos es una de sus exigencias para sopesar una nueva colaboración, al igual que la exclusión de Kickl de cualquier ministerio.
En la recta final de campaña se ha desencadenado otra tormenta sobre el FPÖ. La fiscalía investiga a Strache por malversación en relación con gastos personales endosados indebidamente al partido. El escándalo ha impactado en el FPÖ, que ante el temor de perder votos (en las encuestas ronda el 20%) baraja incluso una suspensión del dirigente caído en desgracia. El temor a un conflicto interno sobrevuela de nuevo a la ultraderecha.
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