Tan exitoso como el fracaso
Nos desentendemos de la victoria para no ser medidos por su criterio rigorista

Hace unos días me reuní con los organizadores de Fuck Up Nights, movimiento dedicado al fracaso, creado por jóvenes arquitectos que aman el espacio pero no la especulación inmobiliaria. Ante la dificultad de edificar proyectos con contenido social, decidieron convertir su frustración en proyecto, con tan buenos resultados que su festival ya se reproduce en más de 100 ciudades.
Pocas cosas resultan tan exitosas como hablar del fracaso. No es raro que el impulso provenga de México, cuyo grito de guerra en el deporte es “¡Sí se puede!”, demostración de que históricamente no se ha podido.
Pocas cosas resultan tan exitosas como hablar del fracaso. No es raro que el impulso provenga de México
En la Ciudad de México, el foro se celebrará en noviembre, en apropiado relevo del Día de Muertos. Ahí no se confesarán descalabros íntimos, sino vejámenes profesionales, oportunidades perdidas ante el destino, desacuerdos entre la vocación y el mundo. No se abordan los quebrantos del corazón, sino las fracturas entre el individuo y la sociedad, la anomia que tanto interesó a Émile Durkheim.
Curiosamente, el segundo país donde el festival ha tenido más éxito es Alemania. Las razones para sentirse mal ahí son muy distintas a las nuestras. Recuerdo una clase en el Colegio Alemán en la que el maestro trazó en el pizarrón algo que parecía una cancha de fútbol: “Es el mapa de una frase alemana”, explicó. Un idioma donde las frases necesitan mapas revela cierta pasión por el orden. Alemania ha admirado la egregia y tiránica disciplina de Thomas Mann, Franz Beckenbauer y Herbert von Karajan. En ese entorno cargado de presiones, la impuntualidad es un estigma.
En las meritocracias, el fracaso proviene de no cumplir expectativas. En México, permite reconciliarnos con una realidad que, francamente, es bastante defectuosa.
En las meritocracias, el fracaso proviene de no cumplir expectativas. En México, permite reconciliarnos con una realidad que, francamente, es bastante defectuosa
Por definición, el éxito destaca, disgrega, separa al favorito de la tribu. Esto lastima a la comunidad, que se queda sin uno de los suyos (“a ver si todavía me saludas”, le advertimos al desmesurado que cae en pecado de triunfar). Sería excesivo decir que buscamos voluntariamente la derrota; nos desentendemos de la victoria para no ser medidos por su criterio rigorista. “Con dinero y sin dinero, pero sigo siendo el rey”, canta José Alfredo Jiménez, en franco desacato a las leyes del mercado.
Cada país sufre profesionalmente a su manera. Fuck Up Nights confirma que México puede convertirse en asesor mundial de fracasos. Nuestros errores pertenecen a la norma y se socializan fácilmente en un foro para el descontento. Esto alentó a la exigente Alemania, donde la falla es vista como la excepción de la que no se habla.
La idea se opone a la cultura del triunfalismo. Cuando a Ted Turner le preguntaron si tenía un plan B al fundar CNN, contestó: “El fracaso no era una opción”, actitud estupenda para ganar y kamikaze para perder.
Graduados en descalabros, los latinoamericanos tenemos anticuerpos para las crisis. ¿Podemos exportarlos? Después de tres décadas de bienestar, España entró en una dramática recesión y los arquitectos sintieron de inmediato los embates del desempleo. Mi primo Joan Villoro, miembro del Colegio de Arquitectos de Barcelona, cuenta que algunos de sus colegas pensaron en el suicidio. Como remedio para la melancolía, organizó un club de lectura. Si eso fracasa, ahí está Fuck Up Nights.
“Jamás consideres feliz a nadie que dependa de la felicidad”, escribió Séneca. Quien da por sentado el confort, sufre más al prescindir de él. Quien reconoce su pobreza, sueña en mejorías.
País de carencias, México exporta estrategias para confesar fracasos. ¿El triunfo de Fuck Un Nights es una contradicción? En modo alguno: su éxito constata que no hay triunfos sin heridas y sólo gana quien se lleva bien con la derrota.
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