Vista desde el puente
La única guerra que está dispuesto a librar Obama es contra el terrorismo de Al Qaeda
Barack Obama hizo la semana pasada un aparente alto en el camino para establecer balance y prospectiva. Partiendo de Europa hacia el resto del mundo, esto es algo de lo que posiblemente vio.
La anexión rusa de Crimea está ya amortizada en Occidente, aunque las declaraciones oficiales no puedan reconocerlo; y si hay acuerdo entre Moscú y Kiev sobre suministro de gas, debería seguir una larga pausa para que la diplomacia restañara las heridas. La victoria de El Asad en Siria, aunque no llegue nunca a ser absoluta, está igual de asimilada en Washington, como muestra Obama al decir que no todos los conflictos tienen solución militar, y si alguien la tiene, es Damasco, que reelige presidente para convencer al mundo de que está ganando; con ello, Obama no quiere exponerse a que una eventual destrucción del régimen sirio cree un vacío que solo pueda llenar el terrorismo internacional, como ocurrió con Irak. En Oriente Próximo algunos de sus colaboradores han llegado a la conclusión de que las conversaciones palestino-israelíes solo sirven de cobertura a la colonización de los territorios ocupados, lo que ha llevado a la formación del Gobierno de unidad Fatah-Hamás. A los tres años de su ambiciosa declaración de que el pivote de la política exterior norteamericana se trasladaba al Pacífico, China multiplica el hostigamiento a las posiciones de los aliados de Occidente reafirmando soberanía sobre islotes, buscando crudo, demarcando áreas marítimas y aéreas de interés exclusivo, todo lo que EE UU asume sin levantar la voz; Immanuel Wallerstein sostiene, sin embargo, que el propósito de Pekín se reduce a acumular hechos sobre el terreno que induzcan a Washington a negociar, sin intenciones agresivas de fondo. En América Latina, la distracción imperial ha surtido efectos mitigados: el bolivarianismo sin Hugo Chávez resulta mucho menos preocupante y su sucesor, Nicolás Maduro, se enfrenta a una revuelta civil y desarmada; y Brasil, la gran prima donna de América Latina, no parece que, ante la masiva protesta por el derroche del Mundial, vaya a salir engrandecido. Queda siempre África, donde la implantación de enclaves militares norteamericanos crece exponencialmente como guardián de su riqueza en materias primas, pese a lo cual sigue siendo asignatura de futuro.
La única guerra que está dispuesto a librar Obama —impuesta, no elegida— es contra el terrorismo de Al Qaeda y adláteres; un combate que aspira, gracias a unas máquinas llamadas drones, a no tener que contar ataúdes de regreso a EE UU. El presidente parece perseguir un objetivo: replegarse lo justo para seguir presente donde estén en juego los intereses norteamericanos, que es lo que corresponde a la única gran potencia restante, pero hacerlo de la manera más aséptica posible. Lo que sorprende más del casi ya doble mandato de Obama es que no supiera que el presidente de EE UU no es tan poderoso como puedan hacerle creer sus mejores intenciones.
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