Fortaleza Europa
La respuesta de los europeos a la globalización ha sido, hasta ahora, construir Europa. Levantar las fronteras, abrir los mercados, integrar las economías y alcanzar la moneda única, incrementar la cooperación multilateral o avanzar hacia la unión política han sido los pasos que de forma desigual hemos ido haciendo para sacar provecho a la integración económica mundial. Ahora, en cambio, está apareciendo una demanda de defensa y de protección frente e incluso contra la globalización. En todas las zonas del arco ideológico están apareciendo tendencias neoproteccionistas que quieren convertir a la Unión Europea en una fortaleza que se defiende frente al resto del mundo.
Los españoles sabemos muy bien de los influjos benéficos que ha producido el proyecto europeo en todos los sentidos: desde impulsar las democracias y las libertades políticas hasta empujar el crecimiento económico. Vista en perspectiva, la salida del franquismo es fruto del influjo europeo. España era el problema y Europa la solución, en fórmula magistral de Ortega y Gasset. El domingo, el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, reivindicaba con toda legitimidad su aportación a este hilo rojo de la estabilidad monetaria y de la integración europea en un artículo que publicó el diario Abc. Si algún mérito tiene Aznar, que sin duda alguno tiene, es haber metido a España en el euro, con la ayuda de sus aliados de entonces Convergencia i Unió, algo de lo que se olvida en el artículo.
Esta idea es extensible prácticamente a todos los países socios, a excepción del caso británico, que requiere una reflexión específica y aparte puesto que para ellos Europa siempre ha sido el problema y el Reino Unido, por decadente que sea, la solución. Lo saben los turcos, para quienes Europa es un estímulo reformista indispensable. Lo saben mejor que nadie los alemanes, que abandonaron la vía especial, la Sonderweg, que les ha llevado a los mayores infiernos de la historia cada vez que la han tomado. Y sin embargo, como una canción maldita, vuelve ahora en algunos países la vía especial del populismo, del soberanismo y del nacionalismo más o menos camuflados que sólo quieren saber de Europa cuando sirve para defender sus manías y sus problemas particulares.
Quien mejor ha enunciado estas posiciones es el nuevo titular de Economía italiano, Giulio Tremonti, de quien ya he escrito en alguna otra ocasión. Su libro 'El miedo y la esperanza. La crisis global que se avecina y la vía para superarla' se ha convertido en un superventas en Italia. Voy a espigar rápidamente cuatro frases que tengo subrayadas en mi ejemplar y que traduzco del italiano:
-El mercadismo, la ideología totalitaria inventada para gobernar el siglo XXI, demonizaba al Estado y a casi todo lo que era público o comunitario, situando la soberanía del mercado en posición de dominio de todo el resto.
-No ha sido Europa quien ha entrado en la globalización sino la globalización la que ha entrado en Europa, encontrándola encantada y sin preparación.
-El mercado único exigía un tipo de pensamiento global uniforme: el ‘pensamiento único’. (…) Intolerante a fronteras y barreras, diferencias de pensamiento y de consumo, la nueva escala universal necesitaba estándares. Pedía que se superaran las viejas geografías, las viejas diferencias acumuladas por la historia y estratificadas en las matrices de la tradición, derivadas de las viejas identidades, originadas de las regiones arcaicas y humorales, de las reservas de la memoria.
-La fuerza ideológica de la izquierda se ha trasladado, de izquierda a derecha, de su viejo cuadrante al cuadrante opuesto, y lo ha hecho sin encontrar resistencias, llevando consigo su cuota histórica de dogmatismo y fanatismo, de integrismo y fundamentalismo. (…) El comunismo ha conseguido trasplantar incluso en el campo opuesto, en el dominio del mercado, su ADN. (…) Así, la utopía comunista ha quedado sustituida por la utopía mercadista”.
Tremonti quiere una ‘Europa protectora’, como la quiere Sarkozy. Pero él es quien ha sabido articular mejor que nadie estas nuevas ideas que no conciben la Unión Europea más que como un instrumento de defensa y de protección. Se trata de construir una fortaleza frente a la inmigración, contra la deslocalización y la apertura comercial, y frente a la competencia de las potencias emergentes, que rodea con sus muros los valores y la identidad de los europeos para preservarlos de la contaminación mundialista. Este es el nuevo estandarte reaccionario y antiliberal que están empezando enarbolar algunas derechas europeas.
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