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IDEOGRAFÍAS
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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Robin Wall Kimmerer, una botánica entre los saberes indígenas y la ciencia

La científica neoyorquina apuesta por combinar elementos de la filosofía del pueblo Potawatomi, al que pertenece, con las herramientas científicas

Robin Wall Kimmerer
Mar Padilla

Dicen que la planta en maceta más antigua del mundo está en el Jardín Real de Kew, al sur de Londres, un pequeño universo botánico de más de 120 hectáreas de superficie que contiene las semillas del 10% de la flora mundial. El año pasado, cuando Robin Wall Kimmerer (Nueva York, 1953) fue allí a dar una conferencia, dijo que Kew era tan hermoso que le había dejado sin habla, y también explicó que aquel lugar simbolizaba la vertiente técnica, fría y clasificatoria de la ciencia occidental.

No hablaba por hablar. Wall Kimmerer es Doctora en Botánica por la Universidad de Wisconsin, y pertenece al pueblo nativo americano Potawatomi, procedentes de los inmensos territorios de agua y bosques de los Grandes Lagos, en la frontera entre Estados Unidos y Canadá. A su abuela Shinoda la expulsaron de sus tierras a punta de pistola, y a su abuelo Asa Wall le obligaron a ir a un internado para indios en Carlisle (Pensilvania) para enseñarle la forma correcta de vivir, haciéndole olvidar su cultura y su gente.

La pequeña se crió entre árboles y animales en el norte del estado de Nueva York, y sus padres le enseñaron a apreciar el medio ambiente. Un día, leyendo un libro de ecología, entendió que se podía cursar estudios sobre plantas. Y quiso saberlo todo acerca de su herencia cultural prohibida.

De sus abuelos aprendió un lenguaje que incluía, por ejemplo, un verbo para expresar el surgimiento de un hongo de entre la tierra húmeda de la noche a la mañana, y otro tipo de conocimientos: la (supuesta) inteligencia de las plantas, sus múltiples relaciones de dependencia —como explica en su libro Reserva de musgo. Una historia natural y cultural (Capitán Swing, 2024) — y su condición de ente vivo.

Desde entonces, visita campos, bosques, institutos y universidades compartiendo sus conocimientos y transita con facilidad entre el mundo científico y el mundo indígena. En 2013, Wall Kimmerer publicó Una trenza de hierba sagrada. Sabiduría indígena, conocimiento científico y enseñanzas de las plantas (Capitán Swing, 2021), un bombazo editorial que lleva más de dos millones de ejemplares vendidos.

“Muchos hemos crecido pensando que los humanos somos lo contrario de la naturaleza, que solo podemos destruirla, pero por supuesto somos parte de ella”, explica por correo electrónico Emma Marris, autora de Wild souls: Freedom and Flourishing in the Non-human World (Almas salvajes: libertad y prosperidad en el mundo no humano, sin traducción en español, Bloomsbury, 2021).

Para Marris, el asombroso éxito de Wall Kimmerer radica en que reconoce y anima a las personas a tener una relación con la naturaleza, y en vez de decir a la gente que vive de forma errónea o que sus ideas son caducas, lo que hace es invitar a una nueva forma de pensar con amabilidad y calidez, lo que es mucho más eficaz.

Y cada vez queda más claro que sus reflexiones y sus conocimientos son semilla del presente y del futuro, y este año la revista Time la eligió como una de las 100 personas más influyentes del planeta.

Wall Kimmerer propone integrar elementos de la filosofía indígena con herramientas científicas en favor de la tierra y la cultura. Lo llama “pluralidad intelectual”, y con ello no busca volver al pasado, sino trabajar hacia delante.

Es miembro de la Citizen Potawatomi Nation y directora del Centro para los pueblos Nativos y el Medio Ambiente, “heredera de saberes invisibilizados y expoliados desde tiempos del colonialismo —indica por teléfono Yera Moreno Sainz, profesora de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y artista visual—; está muy metida en la corriente de la botánica contemporánea, un campo muy complejo que encaja muchos saberes a la vez y que también incluye el dibujo y la ilustración”.

A la hora de explicar cómo habitamos el mundo, el lenguaje es clave. Y, según Wall Kimmerer , es una triste pobreza expresiva referirnos a un avión que surca las nubes y a un pájaro que también vuela, pero está vivo, de la misma manera.

Su tesis es que la lengua es un instrumento de poder que a veces es necesario transformar. “La ciencia no deja de ser un lenguaje distante, que reduce a los seres a la suma de todas sus partes funcionales: un lenguaje de objetos”, escribe Wall Kimmerer en Un gesto en el tiempo (Gris Tormenta, 2024).

Kimmerer tiene reparos con aspectos del inglés. Lo llama “el idioma de la explotación”. Dice que con él se redactan documentos que transmutan un bosque milenario en un contenedor de toneladas de carbón vegetal, transmitiendo la idea colonial de la Tierra como un proveedor de recursos naturales.

Pero todo lenguaje se puede afinar. “Si analizamos y nos enfrentamos a las ideologías lingüísticas, podemos modificar nuestras creencias y prácticas para luchar contra la opresión”, reflexiona por correo electrónico Emma Trentman, directora del Centro de Aprendizaje de Lenguas de la Universidad de Nuevo México.

“La arrogancia del inglés estriba en que solo obtienes categoría de animado y te haces digno de respeto y preocupación moral si eres un ser humano”, escribe Wall Kimmerer . Es un idioma basado en los sustantivos, algo que parece apropiado para una cultura obsesionada con las cosas, apunta. Y muchas veces alerta de que, en una encuesta, niñas y niños conocen un centenar de logos y marcas diferentes, y solo una decena de plantas (una de ellas, el árbol de Navidad).

Pirámide ficticia

Wall Kimmerer denuncia el catastrófico malentendido que lleva a poner al hombre —y aquí apunta que se refiere sobre todo a la persona de sexo masculino— en lo alto de una pirámide ficticia que tiene debajo a millones de especies vivas.

En el podcast Oregon Humanities le preguntaron de dónde creía que procedía esa mentalidad explotadora, y respondió: “Creo que es una respuesta directa al excepcionalismo humano, a pensar que el ser humano es diferente y superior a todos los demás seres”. Lo llama imperialismo lingüístico, y el problema es, según ella, que en inglés todo lo que no somos nosotros es it, un simple pronombre que transforma los animales, las plantas, los árboles en cosas. Y con esta objetivización del mundo natural, todo es susceptible de convertirse en un simple recurso, y nada más.

Con su gesto casi maternal —parece que en cualquier momento va a invitarte a probar un trozo de pastel de arándanos recién horneado en una casa de madera en el bosque—, las palabras de Wall Kimmerer son, en verdad, revolucionarias. “En una sociedad consumista, estar satisfecho con lo que se tiene supone una propuesta radical. Reconocer la propia abundancia, en lugar de la escasez, mina los principios de una economía que crece gracias a la generación de deseos irrealizables”, escribe en Una trenza de hierba sagrada.

Transformar el lenguaje puede ser una forma de sanar la obsesión de la explotación, una forma de sumergirnos en la naturaleza a través de la gramática. Ese afán de acercamiento tan divulgativo en la obra de Wall Kimmerer le llevó a confesar en una entrevista en The New York Times que a veces tenía la fantasía de poner en marcha una auténtica Fox News. Es decir, un canal de noticias sobre zorros.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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