Demasiado silencio europeo: ¿dónde está Ursula von der Leyen?
La actividad diplomática dentro de la UE a favor de Ucrania es enorme, pero la presidenta de la Comisión Europea no está ejerciendo el papel protagonista que cabría esperar


Este mes, Ursula von der Leyen comenzará el segundo año de su segundo mandato como presidenta de la Comisión Europea. Un periodo en el que ha tenido que superar dos mociones de censura en el Parlamento Europeo y una etapa que viene marcada sobre todo por su silencio. Un silencio extraño en la principal representante de la Unión Europea, obligada a defender los principios básicos de la UE, no solo ante el ataque de Rusia a Ucrania, sino ante la posición de Estados Unidos en las negociaciones con Putin y el rechazo ruso a la participación europea. Sin embargo, la actividad diplomática dentro de la UE es enorme. Basta con seguir la estela de los continuos viajes por toda Europa, por China y parte de África del presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Friedrich Merz, o el primer ministro británico, Keir Starmer, integrado en el grupo europeo, pese a que su país abandonó la UE hace ya casi cinco años, en febrero de 2020. Von der Leyen no está siendo en ningún caso la protagonista en estos movimientos, como sería lo esperable en su condición de presidenta de la Comisión.
Tiene, sin embargo, en su mano un arma poderosa para intervenir en las negociaciones: en Europa se encuentran los fondos rusos que fueron bloqueados como sanción por la agresión a Ucrania. Se trata de una cifra en torno a los 193.000 millones de euros que, puestos a disposición de Kiev, tanto para seguir armándose como para intentar la recuperación del sistema eléctrico, entre otros, le permitiría llegar a la mesa de negociación con algo más de fuerza que la que presenta hoy. El problema es que Von der Leyen no ha conseguido convencer a Bélgica, el país en el que se encuentran depositados esos fondos y que no quiere abrir la caja, aunque solo sea por valor de unos 93.000 millones iniciales, por si en el futuro algún tribunal internacional lo obligara a devolver ese dinero. La presidenta de la Comisión es incapaz de convencer a Bélgica de que, en ese caso, el riesgo estaría compartido por todos los países miembros de la Unión. La discusión sigue en pie y de alguna forma viene a confirmar la falta de fuerza de Von der Leyen. La presidenta de la Comisión tendrá que hacer mayores esfuerzos en los meses próximos para recuperar un papel más decisivo si no quiere que su grupo, el Partido Popular Europeo, termine por pensar en un relevo.
Von der Leyen tampoco ha sido capaz de forzar al primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, a ser respetuoso con las normas europeas sobre libertad de prensa e independencia judicial. Como ha denunciado el periodista Ivan Zolt, “un conglomerado mediático liderado por los aliados de Orbán, conocido como la Fundación de Prensa y Medios de Comunicación de Europa Central (KESMA), controla casi 500 medios, todos los cuales se hacen eco de cada declaración del Gobierno, ya sea propaganda estatal, a favor de Putin o la más vil campaña de desprestigio contra los enemigos de Orbán”. Quien no está con ellos, está en su contra: los medios independientes han dejado de obtener respuestas a sus preguntas, han sido expulsados de las ruedas de prensa del Gobierno y se les ha retirado la publicidad estatal de sus páginas (curiosamente, una estrategia muy parecida a la que sigue el presidente Trump en Estados Unidos, aunque allí algunos medios han comenzado a presentar demandas judiciales, por ejemplo, contra el Departamento de Defensa, que prohíbe asistir a las conferencias de prensa a los periodistas de The New York Times). El papel de la presidenta de la Comisión no puede estar más difuminado. Fue finalmente el Parlamento Europeo el que obligó a la Comisión a referir a Hungría (y también a Polonia) ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea por vulneraciones de los derechos fundamentales de las personas LGBTIQ.
La filósofa francesa Barbara Cassin, en una entrevista publicada en la revista Le Grand Continent, se queja de que no se oye hablar a suficiente gente: la primera condición para resistir a los discursos de Trump y Putin es no dejarse aturdir; la segunda, no dejar pasar nada. “Hay que decir lo que se ve y lo que se quiere; sin embargo, hoy en día no se oye hablar a suficiente gente. Deberíamos estar ensordecidos por las palabras contra Trump y contra Putin”. Y la primera en no dejar de hablar debería ser Ursula von der Leyen, como primera representante de la Unión Europea. Quizás en 2026.
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