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TRABAJAR CANSA
Columna
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El incomprensible juego de hundir la flota

Si se ha anunciado un alto el fuego en Gaza también es gracias a miles de personas que han hecho comprender a los gobiernos que era hora de actuar

Íñigo Domínguez

Lo de la flotilla en Italia ha sido algo con apoyo masivo, popular, casi diría que más allá de la ideología, porque parecía una cosa de cajón, gente que intenta hacer algo. En Génova, miles de personas fueron a despedir las naves, se donaron toneladas de víveres y el arzobispo bajó al puerto a bendecir las embarcaciones. Con una clase política de la que no espera demasiado, Italia tiene una sociedad civil muy viva, que a menudo se mueve por su cuenta. No espera que nada caiga de arriba.

Desde Italia, donde vivo, yo no entendía bien la animadversión que había en España con la flotilla. Hasta que empecé a preguntar y lo entendí, pero porque soy español. Quien no lo sea no lo comprende bien. No es una cuestión política, sino casi prepolítica. Hay mucha gente que solo con ver a Ada Colau o tipos con el pañuelo palestino ya se imagina todo (vividores, perroflautas, chiringuitos…). Y si hay dos etarras, apaga y vámonos. En cambio, si Amancio Ortega hubiera puesto a disposición un yate de 50 metros y se hubiera animado un grupo de señoras del Domund y gente vestida como Dios manda, estaríamos hablando de esto de otra manera (y otros les habrían puesto a parir, no me cabe duda). Rizando el rizo, en Túnez pasó algo en la flotilla que a Berlanga le habría encantado rodar, y que denota que hasta algunos musulmanes se han perdido en los detalles: un coordinador se bajó de la expedición al enterarse de que había homosexuales a bordo, un activista tunecino LGTBI (en Túnez te caen tres años de cárcel por ser gay), porque interfería con la causa.

Todo esto son tonterías de adultos cínicos y resabiados, y la prueba es cómo ven lo de Gaza niños y adolescentes: no tienen ninguna duda. Porque eso es de lo más interesante que ha ocurrido en las manifestaciones, al menos en Italia: muchedumbres de chavales. No juzgaban las pintas de la flotilla y solo sentían la necesidad de hacer algo ante una situación insoportable, que ve cualquiera con ojos en la cara. Solo un elaborado ejercicio de autojustificación puede hacerle a uno convencerse de que los palestinos se lo han buscado o que Israel solo se defiende o que no es asunto tuyo o que ya se ocupará otro. Porque la verdad es que nadie se ha ocupado, aunque la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de la ONU de 1948 dice eso: prevención. La comunidad internacional, los países, tienen esa obligación, y han pasado totalmente de ella. Y fue hace ya un año y diez meses, en enero de 2024, cuando el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU pidió a Israel, en vano, que adoptara las medidas necesarias para impedir actos de genocidio en Gaza. Estábamos entonces en 25.700 muertos. En mayo de 2024, ya con 35.000 muertos, la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional (TPI) pidió una orden de arresto contra Netanyahu por crímenes de guerra. En noviembre de 2024, el tribunal emitió la orden, e iban 43.000 muertos. Y luego ha pasado otro año, y tenemos 67.000 muertos (entretanto, Trump ha impuesto sanciones al personal del TPI). Si esto ahora se para al menos por el momento también es gracias a miles de personas que han hecho comprender a los gobiernos que era hora de actuar, pues saben lo mucho que puede tragar la gente hasta que se decide a salir de casa a decir basta. Si cree usted de todos modos que protestar no sirve para nada, en la prensa italiana se han publicado testimonios emocionados y agradecidos de palestinos que vieron las imágenes de la flotilla y de las manifestaciones y, por un momento, sintieron que ahí fuera alguien hacía algo, que al resto del mundo no le daba igual. Porque hasta entonces podían pensarlo perfectamente.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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