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Política
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Escritores en un mundo fracturado

El peligroso momento histórico que vivimos obliga a creadores y artistas, como en los años treinta y cuarenta del siglo XX, a no aceptar la realidad tal y como es, a resistirse y a transformarla

Pancarta para recibir al papa Francisco cerca de Kampala (Uganda) durante su visita al país africano en noviembre de 2015

En 1936, el escritor francés Georges Bernanos, que vivía en la isla de Mallorca, se vio envuelto en la Guerra Civil que estaba arrasando España. El católico Bernanos tenía predisposición a apoyar a Francisco Franco; el papa Pío XI, ferviente anticomunista, simpatizaba con el despótico comandante militar, que también era un católico devoto. Pero a Bernanos le indignó que el clero español diera su bendición a las ejecuciones a sangre fría de cientos de sospechosos de ser republicanos. En Los grandes cementerios bajo la luna, un libro comparable a Homenaje a Cataluña, de George Orwell, denunció a Franco y predijo acertadamente que la guerra civil española había hecho que el mundo estuviera “listo para todo tipo de crueldades” y que pronto Stalin y Hitler infligirían a sus enemigos las mismas barbaridades que él había presenciado en España.

La independencia de pensamiento y de espíritu de Bernanos y su aguda conciencia política eran típicas de muchos escritores y pensadores católicos durante el periodo de entreguerras, a pesar de que, al mismo tiempo, muchos representantes conservadores de la Iglesia estuvieran fomentando alianzas desastrosas con demagogos fascistas. Su meditado compromiso con la fraternidad humana —la solidaridad de los esperanzados en tiempos sombríos— era la demostración de la fuerza espiritual del cristianismo, que, más que en las instituciones eclesiásticas, se manifestaba en el mensaje evangélico de compasión por los débiles y oposición a toda forma de odio y crueldad.

Bernanos y otros escritores obligados a partir al exilio contribuyeron a preparar el terreno para una profunda transformación, durante la posguerra, no solo de la Iglesia, sino también de la cultura occidental en general. Jacques Maritain, un destacado intelectual católico de la época, redactó un manifiesto antifascista, criticó el “liberalismo individualista”, denunció el antisemitismo, el racismo y el colonialismo y, en 1948, ayudó a elaborar el influyente informe de la Unesco sobre los derechos humanos. Los ideales de dignidad y fraternidad humana universal, tan importantes en los documentos fundacionales de Naciones Unidas, se verían reflejados poco después en las declaraciones del Concilio Vaticano II, la rotunda apertura de la Iglesia al mundo moderno.

En nuestra época de convulsiones y fracturas, la Iglesia católica es una de las escasas instituciones mundiales con autoridad moral e intelectual. La calidez con la que el mundo entero ha acogido al papa León es fruto del gran pontificado del papa Francisco (2013-2025), el único líder mundial importante que ha criticado de manera continua y convincente la fase definitiva y candente de la globalización neoliberal, a la que se refirió como “una tercera guerra mundial librada a trozos”.

Tanto en su discurso como en su labor diplomática, Francisco diagnosticó nuestras crisis mundiales interconectadas —la inestabilidad económica, las desigualdades sociales, la catástrofe climática, el autoritarismo y la guerra— como fracasos de la imaginación y la práctica moral. En su opinión, la adoración de la riqueza y el poder, la obsesión por la tecnología, la falta de respeto por la dignidad humana y la destrucción del planeta no eran inevitables. Eran resultado de decisiones humanas, no del destino. Francisco trató de santificar los impulsos naturales de decencia y solidaridad que existen en todos los corazones humanos y tender puentes entre esos impulsos y nuestras realidades políticas y económicas. Su encíclica de 2020, Fratelli tutti —“Hermanos todos”—, hablaba de la obligación moral y de la posibilidad práctica de un futuro esperanzador para el mundo, que se puede fomentar mediante la fraternidad humana, la amistad social y una “cultura del encuentro”.

La visión ecuménica de Francisco y su profundo respeto por las diversas experiencias y convicciones humanas le permitieron, como a Bernanos y Maritain antes que él, relacionarse con una gran variedad de figuras y movimientos. Maritain influyó en muchos escritores y artistas, desde Marc Chagall, Gabriela Mistral y Jean Cocteau hasta Czesław Miłosz y Shūsaku Endō, así como en líderes políticos y empresariales. Durante todo su pontificado, Francisco no solo se relacionó con dirigentes religiosos y políticos, sino también con escritores y otras personas de la cultura. Como antiguo profesor de Literatura, pensaba que los escritores, con su capacidad de evocar otros mundos, eran aliados en la lucha contra el cinismo generalizado, el odio organizado y lo que él denominaba la “globalización de la indiferencia”.

Hoy, la civilización comercial ha absorbido el arte y la literatura más profundamente que cuando Bernanos proclamó su furioso rechazo a las atrocidades cometidas en España. Una de las preguntas que deberán responder los destacados novelistas y pensadores que van a analizar el legado del papa Francisco la próxima semana en Roma es: ¿pueden separarse de su vida profesional y asumir un papel más directo durante una tercera guerra mundial a trozos?

No cabe duda de que el peligroso momento histórico que vive el mundo obliga a los escritores y artistas a revisar sin contemplaciones las creencias y las lealtades formadas durante una época llena de complacencia moral. Este momento, como ocurrió en los años treinta y cuarenta, exige una solidaridad renovada entre los optimistas, los que ni aceptan el mundo tal como es ni se apartan de él, sino que piensan que hay que relacionarse con él, resistirse y, a la hora de la verdad, transformarlo.

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