Camisas a partir de 600 euros que sedujeron a Kennedy: por qué la moda se ha fijado en Charvet, el secreto mejor guardado de París
El establecimiento, que lleva surtiendo a la élite internacional desde 1848 desde su local de Place Vendôme y no tiene tienda ‘online’, ha emergido a superficie por su colaboración con Chanel

En 1929, un año después de su estreno, la diseñadora francesa Coco Chanel creó un nuevo vestuario para el ballet Apollon Musagète, el último triunfo de la compañía de teatro de Sergei Diaghilev, Les Ballets Russes. Pero el vestuario de Apollo, como se conoce la obra hoy en día, no fue la primera vez que Chanel participó de la vanguardia artística que representaban la compañía, ni de la vanguardia en general. A pesar de que el legado de la diseñadora está asociado al perfecto uniforme burgués, el clasicismo extremo de un traje de dos piezas de tweed no siempre fue tal cuando, a finales de los años cincuenta, era de las pocas piezas de Alta Costura que permitía a una mujer levantar los brazos.
Diaghilev, sin embargo, permitió a Chanel sumirse sin ataduras en la experimentación, librándose por completo de las constricciones de la sociedad francesa vistiendo, primero, Le Train Bleu en 1924, un ballet contemporáneo inspirado en el Mediterranée Express, un tren de lujo pintado de color azul que unía Calais con la Riviera francesa, para el que la diseñadora creó trajes de baño en una época en la que tomar el sol todavía no era una actividad lúdica de rigor. Apollo, sin embargo, estaba inspirado en la cultura griega. Y ciñéndose a las constricciones neoclásicas, los vestidos de inspiración helénica tuvieron un único eje de innovación: en vez de utilizar cinturones, Chanel utilizó corbatas de Charvet.


Casi un siglo después, en su debut como director creativo de la firma, el nuevo Chanel de Matthieu Blazy se presentaba trayendo de vuelta a Charvet personificado en una perfecta camisa blanca fotografiada por David Bailey. Una referencia apropiada no solo por Apollo y por la histórica afinidad de Coco Chanel por la ropa masculina en su armario personal y del de su amante Boy Capel, sino porque Charvet, que ha habitado muchos espacios desde su fundación en 1838, es una casa que ha tenido que adaptarse una y otra vez a mundos cada vez más irreconocibles para ofrecer el mismo estándar de calidad que hace casi doscientos años. Lo que demuestra que, además de una de las casas más antiguas de la historia, es también un símbolo de un mundo que ya no existe.
De todos los establecimientos de la Place Vendôme, entre los que se cuentan joyerías como Cartier, relojerías como Jaeger-LeCoultre y el Hôtel Ritz de París, el más antiguo es Charvet en el número 28. También es el único en el mundo, por lo que mantiene un estándar de exclusividad por encima de sus vecinos: que en Charvet no se vendan joyas tampoco implica que no se vendan tesoros, pero solo hay un sitio en donde adquirirlas. Empezando, eso sí, en el rango de los 400 euros por una simple camisa ya confeccionada.
Este estándar de exclusividad es el mismo con el que Christofle Charvet se convirtió en el primer maestro camisero de París en 1838. Los gremios tuvieron que crear el termino chemisier porque su profesión, antes de su primer establecimiento en la rue de Richelieu, simplemente no existía: las camisas masculinas se confeccionaban de manera privada por expertos con tela que proveía el cliente. No al revés. Charvet, como un taller de Alta Costura, tomaba medidas, ofrecía tejidos y las prendas se confeccionaban en la propia maison.
Su padre, Jean-Pierre Charvet, fue supervisor del vestuario de Napoleón Bonaparte y esa atención al detalle y cuidado en la calidad son los que la casa fundada por su hijo mantiene a día de hoy. Solo un año después, en 1839, imitadores de su negocio comenzaron a aflorar en París, pero nadie consiguió, ni ha conseguido, imitarle nunca. El Charvet actual, dirigido por los hermanos Anne-Marie y Jean-Claude Colban, ofrece más de 6.000 telas diferentes, todas tejidas en Suiza, Italia e Inglaterra, y 500 tonos diferentes de blanco, supliendo la demanda con una compleja red de proveedores de fibras que va desde Egipto a Panamá o las Antillas. Pero la experiencia Charvet, por supuesto, va más allá de sus tejidos.

Una vez el cliente cruza el umbral de la tienda de seis plantas de París, donde le reciben una caleidoscópica variedad de miles de brillantes tejidos y estampados, escoge si quiere una camisa ya hecha de prêt-à-porter, una de demi-mesure, hecha a medida a partir de un modelo existente, o grande mesure, hecha enteramente desde cero. Después se toman sus medidas, selecciona la tela y el vendedor le ayuda a elegir un estilo de cuello y de puños. Una vez todo está decidido, cada camisa se produce de forma artesanal en la propia fábrica de Charvet en las afueras de París, donde una única persona trabaja en ella de principio fin. Este proceso, prácticamente idéntico al original, aleja a Charvet de ser una casa de moda, en pro de una institución de la tradición.
“Nuestro punto de vista no es el de un estilista ni el de un director creativo, sino el de una casa comprometida con sorprender, mantiendo la confianza de nuestros clientes”, explicaban recientemente los Colban a Business of Fashion. “No tenemos ningún catálogo. Somos filatelistas, coleccionistas. Compramos, renovamos, respondemos a solicitudes que llegan de todas partes. Tenemos la suerte de contar con clientes exigentes. Algunos compran corbatas que no usan, otros encargan docenas de camisas azules, todas idénticas”.
Entre esos clientes se han contado figuras como Charles Baudelaire, Catherine Deneuve, Winston Churchill, Gary Cooper, Eduardo VII y VIII, Jane Birkin, el Maharajá de Patiala, Marcel Proust, Richard Avedon o Sofia Coppola, que ha adoptado las camisas de Charvet como uniforme durante el rodaje de sus películas. O, por supuesto, Boy Capel. Es por él que Matthieu Blazy creó tres camisas mano a mano con Charvet para su desfile de primavera de 2026, y es por eso que representan el símbolo definitivo dentro y fuera de la colección. Ya sean corbatas atadas a la túnica de una bailarina en 1929 o en una pasarela en 2025, Charvet es la prueba de que, en plena crisis de la industria de la moda, el lujo puede ser mucho más que un término. También pueden ser 200 años ininterrumpidos de calidad.


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