Parcels, ¿la mejor banda de su generación? “Cada vez es más raro ver un grupo con buen directo. Eso es algo especial que tenemos”
Llevan juntos desde niños, se mudaron a Alemania y Francia les dio su primera gran oportunidad. Ahora encadenan conciertos por los festivales más importantes del mundo y se preguntan qué será del grupo cuando sus miembros empiecen a tener una familia


Parcels son gente tranquila, o lo parecen. “Será porque somos australianos”, especula Louie Swain, teclista del quinteto y el más hablador de los dos lacónicos integrantes de la banda que responden a la entrevista. ¿Los australianos son muy tranquilos?, pregunto. “Al menos se nos da muy bien aparentarlo”, dice Jules Crommelin, guitarrista, cuya voz suave apenas interrumpe el silencio. “Aunque a veces la procesión va por dentro”.
Hay una posibilidad de que la sensación de calma que desprenden se deba a su origen, pero también se puede achacar, sencillamente, a que dosifican la energía para manejar su endiablado ritmo de trabajo. Entre los festivales en tres continentes —desde Colombia a Marruecos— que llevan este año están los grandes: Coachella, Glastonbury o Primavera Sound. Sin embargo, parecen tener interiorizado que su hábitat son las giras.
“Tendremos que encontrar la manera de que nuestras familias puedan acompañarnos en las giras. Para sobrevivir como grupo, debemos aprender a adaptarnos los unos a los otros”
Cuando tenemos esta charla aún es verano, estamos en Madrid y en un par de horas son las estrellas de la noche en el ciclo veraniego Las Noches del Botánico. Muchos estarían nerviosos —nunca han tocado aquí, han vendido todo...—, pero ellos han decidido que es el momento perfecto para hacer una sesión de fotos y una entrevista. De sus cinco miembros solo el teclista ha cumplido 30, pero ya se comportan como veteranos. Parcels se mueven en la primera división y son conscientes de ello. Hasta viajan con su propio fotógrafo, un chico que, como ellos, nació y creció en Byron Bay, un pueblo en la costa de Nueva Gales del Sur de menos de 10.000 habitantes. Parcels son buenos y lo saben: “Cada vez es más raro ver una banda con buen directo. Eso es algo especial que tenemos”, reconoce su guitarrista. Su directo —sin una sola pista, todo en vivo— es pura sincronización y virtuosismo. “Cambiamos el show casi cada semana”, presumen. “Siempre hay una versión nueva de cada canción”.
Por no hablar de su estética: indumentaria años setenta, impecable peluquería retro. Uno no sabe si está viendo un grupo de los setenta, de los noventa o de ahora mismo. Y, muchas veces, ellos mismos tampoco saben muy bien dónde están, algo que les empieza a pesar. “Hay momentos en los que, literalmente, vivimos de festival en festival. Y te pierdes muchas cosas”, lamenta Swain. “Sobre todo bodas: hemos faltado a muchísimas”, añade Crommelin. Ambos tienen claro que, si quieren que la banda dure, deben adaptarse a cambios vitales como, por ejemplo, si alguno decide formar una familia. “Ese va a ser un tema”, admite Swain. “Tendremos que encontrar la manera de que nuestras familias puedan acompañarnos en las giras. Para sobrevivir como grupo, debemos aprender a adaptarnos los unos a los otros”.

Lo bueno es que llevan haciéndolo toda la vida. Hablamos de un quinteto integrado por amigos de la infancia como sacados de una novela de Los Cinco. Y su evolución es mayúscula: han pasado de músicos callejeros de bluegrass —un rústico tipo de country— a ser una de las mayores exquisiteces que uno puede degustar en la escena pop actual. Pop por decir algo: Parcels no encajan del todo en esa etiqueta, pero tampoco en la de indie, y ni siquiera tienen exactamente el glamuroso sonido de sus inicios. Recuerdan un poco a Phoenix, los invencibles guardianes de las esencias de eso llamado french touch, que debutaron a finales de los noventa con su ropa entallada y su delicado soft rock y, sin moverse un pelo ni de sus principios estéticos ni musicales, el año pasado actuaron ante millones en las Olimpiadas de París.
Parcels sonaban tan cool y tan afrancesados que la primera discográfica que les contrató fue el sello parisino Kitsuné, en 2016. Ese mismo año, dieron el gran salto cuando Daft Punk les extendió una invitación para grabar una canción juntos. Algo que nunca ha quedado claro si fue casualidad o resultado del trabajo de su sello. “A veces es una cuestión de suerte: estar en el momento y el lugar oportunos”, concede Crommelin. El tema que grabaron, Overnight, no solo fue el éxito que necesitaban para situarse en el mapa, también ha pasado a la historia como la última colaboración que publicó el influyente dúo francés antes de disolverse.
“De alguna manera, hemos entablado un diálogo con nuestro propio sonido. Echamos la vista atrás y tratamos de recoger lo que hemos aprendido en estos años. No hay muchas referencias claras. Tal vez algo de rock, algunas guitarras. Nirvana, o más bien la idea de Nirvana: no tanto escucharlo como el recuerdo de haberlo escuchado”
Parcels suenan como salidos de una nebulosa en la que solo se escuchase a Steely Dan —aquel grupo de finales de los setenta que fue el epítome del ahora reivindicado soft pop—. Pero, después de una década, Parcels se parecen sobre todo a sí mismos: un grupo veraniego, luminoso y juguetón que encaja bien con la belleza ajardinada del Botánico. “Vamos a nuestra bola. No me imagino lo que sería estar atado a un género o una escena musical concreta”, confiesa Crommelin. Acaban de publicar Loved, su tercer álbum, grabado entre Berlín, Sídney y Ciudad de México, en el que despliegan una energía rítmica contagiosa y las armonías vocales tienen un papel central. Algo natural en una banda en las que todos sus miembros pueden ser solistas: según cuentan, muchas de las melodías nacieron jugando, haciendo el tonto, tarareando por encima de las bases… y al final decidieron dejarlas tal cual. “De alguna manera, hemos entablado un diálogo con nuestro propio sonido. Echamos la vista atrás y tratamos de recoger lo que hemos aprendido en estos años. No hay muchas referencias claras. Tal vez algo de rock, algunas guitarras. Nirvana, o más bien la idea de Nirvana: no tanto escucharlo como el recuerdo de haberlo escuchado”, explica Swain.
Gran parte de su carrera se desarrolló en Berlín, donde se mudaron un año después de fundar el grupo. “Estábamos desesperados por salir de Australia. Berlín era barato y teníamos allí a un par de conocidos”, recuerda Swain, al que cuesta imaginar bajo las luces estroboscópicas del mítico Berghain, que fue exactamente lo que hicieron cuando se mudaron a la capital alemana. “Estuvimos una temporada pasándolo bien, de fiesta, oyendo techno...”, contaban. Cuando publicaron su segundo álbum, Day/Night, en 2021, todavía vivían juntos en Berlín. Ahora están repartidos por el mundo, lo cual plantea desafíos. “A nivel personal puede ser mejor, pero para la banda complica mucho la organización”, admite Swain.
Y más para un grupo que, según dicen, tiene serios problemas con la comunicación digital. “Nos hemos dado cuenta de que necesitamos vernos en persona con bastante frecuencia, porque se nos da fatal hablar por internet”, explica Crommelin. “Somos muy sensibles a las opiniones y emociones de los demás, y estar en la misma habitación ayuda a captar la energía real de lo que cada uno quiere decir”. Una de las ventajas de tener una banda a distancia es que tienen espacio para construir una identidad personal. “Llega un momento en el que parece que todo lo que haces tiene que ver con el grupo, y es importante recordar dónde empieza la identidad de cada uno”, dice Crommelin. Ahora afirman haber encontrado un equilibrio: “A veces, tener tu propia vida es justo lo que necesitas para no enloquecer”, concluye, con esa calma suya.
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