Ir al contenido
_
_
_
_

¿Se puede embotellar las vacaciones? cómo el fundador de L’oréal inventó el olor a verano

Los perfumistas han aprendido a aprovechar la ingeniería química, las ganas de vacaciones o la nostalgia para que asociemos ciertos olores a los meses más ociosos del año

Una estampa típicamente veraniega: Una pareja se relaja en una piscina en 1965. ¿Qué olor le evoca? Posiblemente a cloro y bronceador.
Carlos Primo

La historia del comercio está llena de coincidencias. En junio de 1936 se aprobaron en Francia las vacaciones pagadas, un éxito sindical y político histórico que estableció el derecho de todos los trabajadores a disfrutar de asueto. El veraneo dejó de ser un privilegio y aquel año las playas de la Costa Azul se llenaron de turistas procedentes de todo el país. Y la inmensa mayoría de ellos acudió en masa a comprar un producto que acababa de salir a la venta y que prometía lo nunca visto: “broncearse sin quemarse”. Ambre Solaire, el primer protector solar industrial, fue una intuición del ingeniero químico Eugène Schueller, que supo anticiparse al furor playero. Por aquel entonces Schueller había inventado un innovador tipo de champú y fundado una empresa de productos capilares que fue el germen de lo que hoy es L’Oréal. Cuentan que encargó a sus laboratorios la creación de un protector solar harto de quemarse en sus regatas, pero el resultado de aquella petición fue mucho más allá de lo previsto. Porque, además de eficacia contra los rayos del sol, Schueller decidió perfumar su nuevo producto. Lo hizo con jazmín, uno de los aromas más populares de la época. No se imaginaba que, además de perfumar aquella loción, ese olor daría aroma a las playas y, por extensión, al verano. El olor a crema solar, con infinitas variaciones, es uno de los marcadores olfativos de la temporada estival. Y, como tal, es muy eficaz a la hora de evocar los meses más cálidos del año.

Veraneantes disfrutan de un refresco en una playa francesa en 1937. Las vacaciones pagadas acababan de aprobarse.

En realidad, el olor del primer Ambre Solaire no era solo obra del perfume. El tenue aroma del producto se debía también al salicilato de bencilo, uno de los filtros solares que incluía. Pero aquel olor se quedó grabado en la mente de los consumidores. Cuenta la perfumista Sylvaine Delacourte que, al cabo de unos años, los químicos de L’Oréal decidieron sustituir este compuesto por otro filtro solar sin olor. El producto era más eficaz que su predecesor, pero las ventas descendieron. El público se había acostumbrado a aquel olor, así que Ambre Solaire recuperó su perfume de siempre. El mismo que, con leves variaciones, sigue evocando en la mente de varias generaciones la sensación de tomar el sol.

Al otro lado del Atlántico, sin embargo, el verano olía muy distinto: dulce, con acentos tropicales y cremosos. Hawái, el destino vacacional arquetípico para los estadounidenses, es también el lugar de origen del aceite de Monoï, un producto tradicional que se obtiene infusionando flores de tiaré, la flor nacional hawaiana, en aceite de coco. Este aceite tiene propiedades calmantes e hidratantes para la piel, y funciona como un protector natural frente a la irritación o las inclemencias. Se usaba como aceite bronceador y, cuando se popularizaron los protectores solares, empresas como Hawaiian Tropic lo aplicaron a sus productos.

Valla publicitaria en 1962 de la loción solar Sea & Ski, una marca estadounidense hoy desaparecida y cuyos productos tenían un inconfundible olor a coco.

Con los años, el aroma a protector solar se consolidó tanto en el imaginario del público que, desde hace años, hay perfumes que acuden directamente a estas notas para proponer un viaje proustiano al verano à la siglo XX. Por ejemplo, Le Parfum Solaire de Lancaster asume la variación europea, con suaves notas florales. A su vez, el lujoso Soleil Blanc de Tom Ford reivindica la tradición americana con un potente acorde de coco que es puro escapismo olfativo. Ahora que la mayoría de protectores solares son ligeros y carecen de olor, estos perfumes recuerdan a qué olían los veranos del siglo XX.

El escritor Daniel Figuero, autor de Contraperfume (Editorial Superflua, 2021), explica por qué embotellar el verano en un frasco de perfume ha sido una obsesión constante para perfumistas y creadores de fragancias desde hace décadas. “En todas las fragancias que la industria cosmética pone a nuestro alcance descubrimos una faceta común, que no es un ingrediente secreto ni un disolvente añadido por ley, sino una faceta aspiracional”. El autor madrileño apunta a las notas marinas como un hilo común de esa imagen aspiracional. “Pienso en Eden Roc de Christian Dior, Blu Mare de Giardini di Toscana o Sel Marin de Heeley, por mencionar alguno de los miles de perfumes que recrean esa brisa oceánica y salada”, señala. Sin embargo, el mar que evocan los perfumes veraniegos es también una idealización. “No es un mar lovecraftiano poblado de horrores primigenios y microplásticos, ni un mar escocés violento y salvaje. No es la playa con neveras en las que rebota la comanda del chiringuito y el humo de los espetos”, afirma Figuero.

Y continúa: “Las fragancias veraniegas nos hablan siempre de un mar muy específico: ese en el que nos apetece sumergirnos, ese que nos refresca porque hace calor incluso bajo la sombra de un cocotero, con el aroma del bronceador saturando nuestras fosas nasales, y jugueteando mentalmente con la idea de un amor de verano entre exuberantes flores tropicales. Esa es la imagen poco común que la industria cosmética nos quiere vender: el imbatible combo del bañador algo húmedo al desprenderse antes de la ducha, la piel aun fresca después de una ensalada de tomates y algo de sandía, tal vez una terraza pasada la medianoche porque no hay que trabajar al día siguiente. Y esto, que quizás parezca tan universal como el mar, no lo es tanto. Porque no podemos hacerlo todos los meses. El resto del año trabajamos para ganar dinero para gastarlo en perfumes que evocan el escaso período de tiempo en el que no tenemos que trabajar”.

A la hora de encapsular el verano, en los países mediterráneos lo habitual es acudir a las notas cítricas. El calor no se lleva bien con los aromas muy pesados o con mucha estela, y las notas cítricas tienen una alta volatilidad, así que resultan perfectas cuando sube la temperatura. Al aplicarlas, proporcionan una sensación de frescor inmediato, y el olor desaparece o se atenúa al cabo de algunos minutos, para no cargar el ambiente más de lo necesario.

Campos de cultivo de bergamota en Calabria (Italia).

Cuando un perfume huele a cítrico, lo más probable es que contenga bergamota. Curiosamente, es uno de los frutos menos conocidos por el gran público, debido a que, a diferencia del limón, la naranja o la lima, la bergamota apenas se consume como alimento. Es demasiado hostil al paladar, pero sin embargo su cáscara permite extraer un aceite esencial. La mejor viene de Calabria, y antiguamente su aceite se extraía frotando la cáscara con esponja marina. Hoy se usan otros métodos, pero hacen falta 1500 kilos de bergamota para obtener un kilo de aceite. Como todos los cítricos, se evapora muy rápido, por lo que se suele utilizar en las notas de salida, para generar una primera sensación de frescor.

Hay más cítricos populares en la perfumería clásica. Del árbol de la naranja amarga, por ejemplo, se aprovecha casi todo: del fruto sale un aceite esencial muy valioso, de las flores se extrae el neroli —llamado así en honor a la duquesa de Nerola, que lo vertía en el agua del baño— y de sus hojas, brotes y frutos verdes, el petitgrain, por destilación. El limón resulta más chispeante. La lima, algo más dulce. Y el yuzu, una variedad que procede de China y Japón, es más ácido. La inmensa mayoría de perfumes que se comercializan bajo la premisa del verano contienen en mayor o menor medida alguno de estos ingredientes. Pero lo cierto es que se usan durante todo el año. No en vano estos aceites eran parte fundamental de la Kölnishwasser, el agua de Colonia (la ciudad alemana), una mezcolanza de cítricos y neroli que se volvió muy popular cuando empezó a comercializarse en Italia por iniciativa del empresario alemán Johann Maria Farina.

El agua de colonia dieciochesca de Farina fue la primera fragancias superventas internacional, e inauguró una categoría. A ella pertenecen, por ejemplo, las suntuosas colonias que Guerlain manufacturó en el siglo XIX, como el Eau de Cologne Impèriale dedicado a Eugenia de Montijo. O, en el Madrid de principios del siglo XX, el Agua de Colonia Concentrada de la perfumería Álvarez Gómez. Cuenta la escritora Clara Buedo en El perfume en España (Catarata, 2025) que el origen de aquel perfume estuvo en la tertulia que se formaba en su trastienda madrileña. En una ocasión, un contertulio alemán trajo una colonia alemana “cuyos componentes (cítricos, romero, geranio) podían conseguirse de mejor calidad en suelo español”, apunta Buedo. Aquel perfume, que se vendía a granel en la propia tienda ubicada en la madrileña calle de Sevilla, se convirtió en un producto de aseo fundamental entre la burguesía madrileña y también entre los visitantes que acudían a ella.

No es raro que, para varias generaciones, el verano haya estado asociado a los destinos vacacionales, tal y como sucedía, en los años setenta, con las notas mediterráneas e intensas de Agua Brava de Antonio Puig. Basta darse un paseo por foros internacionales de perfumes para descubrir cómo este perfume, creado por Marcel Carles y Rosendo Mateu en 1968, forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones de europeos acostumbrados a veranear en la Costa Brava o las Baleares.

Uno recuerda el verano mediante los perfumes adquiridos en vacaciones. Por eso no es extraño que muchos destinos turísticos hayan creado marcas de perfumería ad hoc. Capri cuenta con Carthusia, una marca de fragancias cuyo ingrediente principal es el potentísimo limón de la zona. Las Baleares, con Beso Beach, una firma ligada a estos exclusivos beach clubs. En Ibiza se inspiran las fragancias veraniegas de Loewe, las luminosas Paula’s Ibiza. A su vez, Pedro Simões Dias acude a la zona más exclusiva de Portugal para crear los perfumes de su marca Comporta. En todos ellos dominan las notas cítricas y frutales, los acentos dulces, las texturas florales y verdes con cimientos amaderados, para garantizar la fijación que se le presupone a un perfume de calidad.

Esta fórmula también se aplica a los perfumes vacacionales de las grandes marcas, que no por casualidad figuran en sus colecciones más exclusivas. Eden-Roc, de La Collection Privée de Dior, remite al Hotel du Cap Eden-Roc, y Escale a Portofino, también de Dior, es un éxito de ventas atípico y rabiosamente mediterráneo. La colección Les Eaux de Chanel, inspirada en los destinos vacacionales de Coco Chanel, cuenta con fragancias inspiradas en Biarritz, la Riviera francesa o Deauville. Neroli Portofino es un clásico atemporal de Tom Ford desde su lanzamiento. Y, aunque su nombre no aluda explícitamente a ningún lugar concreto, es imposible pensar en Light Blue de Dolce&Gabbana sin transportarse a los Farallones de Capri donde se han rodado y fotografiado sus campañas publicitarias.

No todo es playa. El verano tiene facetas olfativas menos obvias. Por ejemplo, el agua de colonia y el jabón perfumado Heno de Pravia, pretenden evocar la siega de la hierba en Pravia (Asturias), que suele tener lugar en agosto, y fue concebida por su creador, el fundador de la Perfumería Gal, como un homenaje al paisaje asturiano. O los jabones perfumados del complejo termal de La Toja (Arosa, Pontevedra), que recuerdan a las sales y los minerales del balneario más conocido de España.

Una higuera en Creta, probablemente de un tipo muy similar a la que inspiró Philosykos, de Diptyque.

A mediados de los noventa, sin embargo, llegó un invitado que nadie esperaba: el olor a higuera. Este árbol, que da fruto entre junio y septiembre dependiendo de la variedad y la zona, ha sido desde hace siglos una presencia habitual en jardines, huertos y campos de la zona mediterránea. Sus hojas sí se pueden procesar para obtener una sustancia odorante, pero recrear la sensación de pasar frente a una higuera —la madera, las hojas, los frutos, la savia— es un ejercicio de imaginación y de artesanía perfumera. Su autoría es, sin duda, para la perfumista Olivia Giacobetti, que a principios de los noventa firmó dos fragancias que, por primera vez, encapsulaban ese olor. La primera fue Premier Figuier, para L’Artisan Parfumeur, la decana de la perfumería nicho francesa, en 1991. Dos años después llegó su gran clásico: Philosykos, la recreación de una higuera en una isla griega que, a su vez, era un homenaje de Christiane Montadre-Gautrot, una de las fundadoras de la marca parisiense Diptyque, a Desmond Knox-Leet, su socio, que había fallecido.

En Philosykos, aún hoy el perfume más conocido de Diptyque, Giacobetti mezcló compuestos sintéticos con notas verdes, de coco, herbales, lechosas y amaderadas. El resultado es un perfume de culto y un artefacto de memoria olfativa casi mitológico, tal vez porque el olor de la higuera no se parece a ningún otro. Desde entonces, ese olor ha pasado a formar parte de la paleta cromática de muchos perfumistas, y hay fragancias con olor a higuera en la mayoría de marcas de autor. Del mismo modo, se han popularizado ingredientes o notas que, como el cilantro, el jengibre o la verbena, tienen una luminosidad botánica que los expertos han calificado como “solar” y que aspira a encapsular el verano. En cierto modo, un perfume puede tener casi un efecto placebo. Prolongar el olor del verano es más fácil que prolongar los días de vacaciones. Como afirma Daniel Figuero, “de lo que nos hablan las fragancias estivales es de eso precisamente, de una promesa. Una que siempre tiene un final”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_