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“Un hombre con abanico pierde su masculinidad frágil”: ¿por qué sigue siendo un complemento asociado a lo femenino?

De las bodas más elegantes a las ‘raves’, el calor acerca cada vez más a los hombres a este invento milenario. Pero de esos eventos concretos al uso diario todavía se extiende todo un abismo de prejuicios y estereotipos

Abanico hombres icon
Lucas Barquero

Tres postales veraniegas del último mes: el torneo de tenis de Wimbledon en Londres, el festival de música techno en el desierto de los Monegros y la celebración del Orgullo en Madrid. Aparentemente no tienen nada en común, pero si se miran con detenimiento en todas el público combate el calor con un abanico en la mano. No es lo único que comparten: en las tres se puede ver a cientos de hombres abanicándose como si lo hicieran siempre. Pero lo cierto es que, fuera de estos eventos concretos, sigue sin ser del todo común que un hombre luzca un abanico a diario sin llamar la atención. Un gesto tan sencillo y placentero como abrirlo para airearse sigue arrastrando todo tipo de prejuicios. Aún en plena ola de calor.

El conflicto es casi una cuestión gramatical. Pocos hombres se oponen al verbo, abanicarse. En realidad, casi todos lo hacen como acto reflejo para refrescarse. El problema llega con el nombre y, sobre todo, con el determinante posesivo, su propio abanico. Cuando lo necesitan, la mayoría recurre a abanicos ajenos o, en su defecto, a todo tipo de invenciones, de periódicos a panfletos o la propia camisa. Todo menos escoger un abanico, comprarlo y cargarlo durante el día.

Javier Llerandi, al frente de la histórica tienda de abanicos Casa de Diego en Madrid, no tiene dudas al respecto: “Lo más normal es que los señores se lo quiten a sus novias o amigas cuando lo necesitan. Son puros estereotipos”. Esos prejuicios, que lo vinculan solo con la feminidad se construyeron durante siglos, pero el camino para acabar con ellos también viene de largo.

En Casa de Diego empezaron a vender los primeros abanicos para caballeros, una pieza aún muy desconocida, a principios del siglo XX. “El cambio llegó al abaratarse lo que hasta entonces era una pieza de lujo que las mujeres utilizaban con un lenguaje propio. Pierde el aspecto ostentoso y cortesano y los hombres se interesan”, explica. El abanico se hizo más pequeño, 19 centímetros, para que entrase en el bolsillo de la levita, incorporaba más tela, para que moviese más aire, y menos varillas para eliminar el característico sonido al abrirse. Al buscar cierta sobriedad y huir de la coquetería se convertía en algo “aceptable” para el hombre.

El actor Marcello Mastroianni abanicándose en una fotografía de los años sesenta.
Leonardo DiCaprio abanico en mano el pasado 11 de julio.

Aún nacido de un impulso democratizador, acabó ajustándose a un código de etiqueta asociado a “cierto esnobismo” que ha conseguido perdurar en acontecimientos exclusivos como bodas o el torneo de Wimbledon que hace un mes dejaba imágenes de celebridades como Leonardo Di Caprio o el propio príncipe Jorge de Gales aireándose con el abanico oficial. En España, Llerandi destaca al duque de Lugo, Jaime de Marichalar, o la del expolítico socialista José Rodríguez de la Borbolla como figuras impulsoras. Pero este uso, por su propia naturaleza, no ha llegado al público general. Como en todas las grandes revoluciones, hacía falta algo más que discreción para lograr un verdadero cambio.

De vuelta al derroche

Según defiende Carlos Sánchez de Medina, historiador granadino especializado en moda e indumentaria, ese abanico de caballero, más que el primer paso de una conquista, era el inicio de una reconquista. “Como tantas otras piezas, fue un accesorio unisex durante mucho tiempo. En los siglos XVII y XVIII en Versalles los hombres usaban tacones, lazos, pelucas y abanico, eran los que más atención ponían a sus outfits", señala. Toda esa ostentación masculina desapareció con la llegada de la neutralidad de la sastrería. En este nuevo contexto, conocido como la Gran Renuncia Masculina, el abanico de caballero se convertía en el perfecto complemento discreto. “Se impusieron normas muy rígidas que han llegado hasta el siglo XX. La moda masculina fue tremendamente aburrida hasta que llegó la tendencia New Romantic con una serie de personajes que rompieron los moldes”. Finalmente en los años setenta el derroche masculino volvía a estar de moda y el abanico también.

'Flirtation' de Henry Gillard Glindoni, pintado en 1882.

David Bowie y Prince llevaron abanicos y en España, aunque Tino Casal también los utilizó, quedaron grabados para siempre en el imaginario colectivo gracias al grupo Locomía. En su caso, el tamaño descomunalmente grande renunciaba de lleno al modelo sobrio. Del escenario a la pasarela, los abanicos vivieron una segunda vida rompiendo moldes para el hombre. “En el mundo de la moda Thom Browne o Gaultier los incluyeron en sus looks. Pero, sobre todo, Karl Lagerfeld hizo del abanico su seña de identidad, una forma de otorgar misterio y de mantener las distancias", detalla. Tal fue el impacto del polémico diseñador fallecido en 2019 que cuatro años más tarde se convirtió en la temática escogida para la esperada Met Gala, un tributo donde evidentemente no faltaron los abanicos.

 Karl Lagerfeld sostiene un abanico en París en 1995.
El actor James McAvoy luce un abanico negro al estilo Karl Lagerfeld en la Met Gala de 2023.

Esta renovación, según Sánchez de Medina, se encuadra dentro de la corriente actual a desdibujar cada vez más los géneros en la ropa, una especie de vuelta a esa libertad de Versalles. “Por suerte cada vez hay más hombres utilizando gafas de sol grandes, pañuelos y, por supuesto, abanicos”, comparte. Esa descripción podría ser el pack básico de cualquier festival. Aún así advierte de que fuera de los ambientes más performativos, el complemento sigue arrastrando prejuicios de clase, género y sexualidad. “Todavía sigue el estereotipo de que es cosas de mujeres, esto lo convierte en una herramienta de reivindicación en el mundo homosexual”. Precisamente es ahí donde ha vivido una mayor resignificación

Del ballroom a la copla

Desde los inicios del colectivo LGTBI el abanico se convirtió en un elemento de lucha. Tanto que ahora es inconcebible un Orgullo sin el sonido de cientos de ellos abriéndose y cerrándose. “Es una manera de decir: ‘Aquí estamos’ y luchar contra el patriarcado. A las mujeres que llevaban abanico se les prohibía hacer ruido”, explica Rubén Antón, que se define como “arqueóloga del travestismo ibérico” en su podcast Drag is Burning. Así, el colectivo ha remplazado los códigos que en su día se usaban en la corte con un nuevo lenguaje.

Marcha del Orgullo 2025 en Madrid.

Antón sostiene que hay una diferencia abismal entre la disidencia ligada al abanico en España y en las primeras comunidades de la cultura ballroom en el Nueva York de finales del siglo XIX. “El drag allí estaba muy relacionado con la superación de la esclavitud. Las personas negras lo utilizaban para imitar a sus antiguas señoras y sentirse poderosas. Aquí, en cambio, las transformistas y los homosexuales imitaban a las folclóricas y las cupletistas que eran el referente de mujer fuerte en los años veinte y treinta“, analiza. Sobre esa época, Luis Cernuda plasmaba esa disidencia cuando escribía ”la revolución, abanico en mano" en el poema Duerme, muchacho.

Con el franquismo, como remarca, el abanico y cualquier prenda femenina eran susceptible de sugerir un delito de travestismo. Aún así, en los últimos años surgieron figuras como la del artista José Pérez Ocaña que lo utilizaba a modo de protesta en sus performances públicas por Barcelona. Para Antón, esta vinculación tan estrecha con el colectivo también aleja a muchos del uso del abanico. “El hombre heterosexual con un abanico en la mano pierde su masculinidad frágil. Aún se entiende como un producto LGTBI disidente”, sentencia.

Otro prejuicio más para la colección. De vuelta en Casa de Diego, fundada en 1823, Llerandi confirma que la mayoría de sus clientes hombres compran solo para regalo. A lo largo de seis generaciones han vivido y se han adaptado a todas las modas: “Ahora viene desde el hombre que busca algo clásico al que quiere un pericón de baile grande. Gracias a Dios ya cada uno hace lo que le da la gana”. Quizá, bromea, llegue un influencer y lo cambie todo. Mientras tanto, frente a la decenas de coloridos abanicos que decoran el local, los de caballero apenas ocupan unos cuantos cajones cerrados.

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Sobre la firma

Lucas Barquero
Redactor de la revista ICON. Graduado en Cinematografía y Artes Audiovisuales por la URJC y Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS.
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