Zazo, el pianista de la modernidad: “Almodóvar me pidió que tocase y se puso a rapear”
Ismael Zazo tiene 27 años y un bagaje como pianista clásico que ha acabado utilizando para acompañar a los ídolos Z: Amaia, Arón Piper, Samantha Hudson o Los Javis ya lo consideran imprescindible


Tal vez no conozcan el nombre de Ismael Zazo (Valencia, 27 años), pero seguro que ya han visto su cara. ¿No me creen? Les propongo un juego: tomen el retrato superior e intenten encontrarlo en los vídeos más virales del último año. Algo así como un Buscando a Wally pero con TikTok. Prueben con las comentadísimas fiestas en casa de Los Javis o con el inesperado reencuentro entre Aitana y Amaia en los escenarios. Si aún no lo consiguen, una última pista: suele estar siempre pegado a un teclado. Zazo se ha convertido en el piano man por excelencia de su generación. Lejos de la figura de whisky y tabaco que describía la canción de Billy Joel, demuestra que otro teclista es posible. Desde el vestuario al acting, hace de todo para “deberse al piano”, como él mismo dice.
Aun así, parece que todavía cuesta dar con él. “Esta es la primera entrevista que me hacen a mí solo”, cuenta emocionado. Hace dos años estuvo en El Faro para tocar con Samantha Hudson, pero lo pasó mal para trasnochar hasta tan tarde. Por suerte para él, la entrevista empieza bien temprano. Es viernes y al día siguiente sale para La Coruña a tocar con Cariño. Esta es su nueva normalidad, los artistas de su generación se lo rifan para que gire con ellos. Sin embargo, este fin de semana está un poco triste. Es el primero que no va a poder ir a la fiesta de las Fallas en Valencia, su ciudad.
“De pequeño me daban miedo los petardos, pero poco a poco fui identificando la mascletá con el gusto por la intensidad sonora”, explica. Al Zazo de ocho años esta pasión por el sonido desbordante de los festivales le parecería ciencia ficción. Para él, la música solo eran los temas clásicos que tocaba con la viola en el conservatorio. La perdición llegó, paradójicamente, con un regalo de comunión: el legendario teclado Casio. Con él, empezó a organizar recitales navideños con los temas favoritos de sus familiares y poco después se convirtió en el pianista del coro. Ahí nació su vocación: “Queríamos ser como los niños de Glee. Yo sabía la música que le gustaba a cada uno y si salía una canción nueva me la aprendía”. De Adele a James Arthur, por las tardes se convertía en la gramola particular del grupo.
Cuando creció fue apartando esa pasión, pero nunca la abandonó. “No concebía una carrera más allá de lo clásico. Nadie me había hablado de que me podía dedicar a la música moderna”, recuerda. Mientras estudiaba Arquitectura, se aprendió de memoria el Canon de Pachelbel trabajando en bodas y en las redes mantuvo la tradición de atender a las peticiones de amigos y seguidores para versionar los temas de moda. Etiquetaba a los artistas originales y así consiguió que Valeria Castro le contactase para sus primeros bolos. En total, pasó siete años alternando los planos con el teclado. “Cuando acabé el máster me harté y vine a Madrid a buscarme la vida. Pero ahora podría firmarte una reforma, ¿eh?”, advierte entre risas.
“¿Quién coño me habría dicho que acabaría aquí? Si ahora me entero de lo que estaré haciendo dentro de cinco años, seguro que también me quedo a cuadros”
Afortunadamente en pocos meses cambió las reformas por los arreglos musicales de la mano de la artista y activista Samantha Hudson. “Me dijeron que estaba buscando un teclista queer y dije: ‘Soy teclista y soy queer, voy a ir por la vía rápida’. Escribí a un amigo común y fue instantáneo”, comenta. Zazo le acercó un sonido acústico y más clásico a Samantha y ella le acercó, a cambio, a un mundo hasta entonces desconocido. “Me dio la oportunidad de hablar de otra manera con el piano, llevarlo a límites más esperpénticos. Al descubrir toda una comunidad de amigas del colectivo en Madrid me di cuenta de lo importante que era la disidencia”.
Recordó entonces a uno de sus profesores de piano, el primer músico gay que conoció, y se inspiró en la manera que tenía de volcarse con las teclas para reclamar la atención del público. El acting le ayudó a atreverse cada vez más con el vestuario y antes de que se diese cuenta se había convertido en el pianista de moda entre los artistas y eventos de la noche madrileña. Era, por tanto, imposible que no acabara cruzándose con Los Javis y sus fiestas.
“No nos hacen firmar ningún contrato de confidencialidad”, asegura entre risas. Los conoció gracias a Samantha y desde entonces Zazo es ya uno de los invitados imprescindibles de las fiestas virales que los directores celebran en su casa. ¿El momento más random que haya vivido ahí? “Probablemente empezar este 2025 tocando Un año más con Anne Igartiburu. Aunque una vez se me acercó Pedro Almodóvar y me pidió que le tocase un base de hip hop. Yo simplemente empecé a tocar teclas y él se puso a rapear”. De la playlist que le piden, cuenta que no pueden faltar temas de Sabrina Carpenter para Javier Ambrossi ni, en general, mucha música tradicional. “Como con sus series, con ellos descubro mucho cuplé y muchas divas de la canción”. Para los que se lo preguntan, sí, también acompañó a Rosalía en su reaparición por Nochevieja mientras cantaba Normal con Diego de Carolina Durante.
Pero Zazo no se conforma solo con los públicos más selectos. De hecho, hace meses rompió su récord tocando frente a las 15.000 localidades del Movistar Arena con Amaia. Ahí demostró qué es lo que le hace tan diferente: no podía evitar cantar, bailaba parte de la coreografía, tocaba la viola y el piano y además grabó los intestinos del concierto en un tiktok que Amaia recomendó en el escenario. “Lloré un montón en el concierto. Imagínate, yo, como fan de OT 2017 que era, viviendo todo aquello”, confiesa. Todavía le queda el resto de la gira de Amaia por delante, igual que la de Cariño y la de Arón Piper, que ya le ha llevado a Latinoamérica. Con todo y con eso, aún piensa que está empezando: “¿Quién coño me habría dicho que acabaría aquí? Si ahora me entero de lo que estaré haciendo dentro de cinco años, seguro que también me quedo a cuadros”. Prepárense, porque al ritmo que va, el libro de este particular Wally no va a dejar de sumar páginas.
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