Patrick Wolf: “Seguiré recuperándome de la adicción toda la vida. Es ser ‘dominatrix’ en lugar de esclavo”
Fue saludado como el ídolo ‘queer’ del pop intimista, publicó cinco discos, hizo muchas giras, gastó mucho dinero y todo se estropeó. Diez años después, regresa cambiado, pero igual de talentoso


Esta mañana, antes de esta entrevista, Patrick Wolf (Londres, 41 años) ha estado nadando en el Mar del Norte. Lo hace a diario desde el inicio de la primavera hasta el otoño. Después ha vuelto a su casa, en una localidad de East Kent a la que llegó por casualidad hace unos años, cuenta, “en el punto más profundo de mi oscuridad”. Hasta entonces, siempre había sido un chico de ciudad. “Durante años viví en el centro de Londres, junto a la estación de Waterloo. En la pandemia, tuve que irme a un barrio de las afueras. Siempre me han atraído los espacios liminares, las zonas periféricas, pero en aquel lugar el cerebro se me pudría, el alma se me llenaba de moho. No podía permitirme volver a Londres, igual que mucha gente. Y pensé que, ya que había logrado estar sobrio, debía irme a un lugar donde pudiese despertar cada mañana con una sensación de asombro. Así que me fui lo más lejos que pude, en dirección Este y, de repente, me topé con una antigua fábrica de cemento invadida por la vegetación. Me di cuenta de que aquel era el lugar. Y encontré una casita a pocos metros”.
Lo que podría parecer una historia más de mudanza en tiempos de Brexit y gentrificación es en realidad una historia de supervivencia contra todo pronóstico. Patrick Wolf protagonizó, entre 2002 y 2012, una carrera fulgurante y atípica en el pop británico. Con 18 años presentó Lycanthrophy, la deslumbrante carta de presentación de un cantautor que tocaba todos los instrumentos de sus discos, un artista con raíces en el folk inglés y en la contracultura, una especie de niño salvaje criado entre ukeleles, sintetizadores, guitarras eléctricas, arpas y clavicordios, que cantaba con voz profunda letras góticas y sofisticadas que parecían salidas de un cuento de Angela Carter o Virginia Woolf.
A este disco le siguieron cuatro más, dos de ellos con multinacionales. Tuvo éxito, dio conciertos sin parar, ganó dinero. En 2012, tras un atípico recopilatorio acústico, empezó su silencio. Luego supimos que todo ello escondía una crisis creativa, personal y familiar. Adicciones, pérdidas, bancarrota, duelo. Un ciclo que concluye ahora.

Este mes, Patrick Wolf ha lanzado Crying the Neck, su primer álbum totalmente nuevo en 13 años. Desde mayo, lleva embarcado en una gira para presentarlo y reencontrarse con su público, también con el de España: toca el 2 de diciembre en Valencia y el 3 en Madrid. “Cuando se cumplió una década de mi último trabajo, empecé a trabajar en un EP [The Night Safari, 2023]. Me estaba relajando demasiado. Era hora. Había sobrevivido a los problemas, a la bancarrota. Llevaba tiempo limpio, sobrio, sin deudas. Había cavado mucho y ya tocaba compartir esos tesoros con el mundo. Así que me pareció el momento de trabajar durante otros diez años y ver qué pasa”. Basta escuchar los primeros acordes de piano de Reculver, la canción con que se abre el disco, para constatar que Wolf ha vuelto. Y en plena forma, con melodías prodigiosas y ese sonido profundo e inconfundible, austero pero refinado, de sus primeras grabaciones.
“Cuando te declaras en bancarrota, no pueden quitarte legalmente tus utensilios de trabajo”, explica cuando le preguntamos por este sonido recobrado. “Si eres músico, no pueden quitarte los instrumentos”. Durante los primeros años de su carrera, Wolf coleccionó instrumentos de todo tipo. “Mis primeras grabaciones tenían un sonido concreto porque las hice con los instrumentos que tenía en mi cuarto. Cuando me convertí en una estrella del pop”, sonríe al decirlo, “tenía que ocuparme de tantas cosas que me olvidé de ellos”.
Cuando resurgió de entre las sombras, descubrió que seguían allí y se aferró a ellos. Ahora, un cobertizo en el jardín custodia un pequeño estudio de grabación del que ha salido la mayor parte de su nuevo disco. “Es mi sueño adolescente, el que tuve desde niño y hasta la treintena, cuando dejé de soñar con lo que quería para mi vida y mi trabajo. Esa libertad tiene que ver con disponer de un cuarto propio. En una gran discográfica firmas que tienes el control creativo, pero cuando alguien invierte medio millón de libras en algo, al final hay muchas reuniones”, cuenta.
“Cuando veo a artistas jóvenes que se definen como queer o negros, me gustaría decirles que no renuncien a la libertad de que su obra hable por sí misma. Es algo muy liberador"
Su relación con la industria discográfica fue algo convulsa. The Magic Position (2007), su mayor éxito comercial, trató de etiquetarlo como un artista extravagante y barroco, una especie de respuesta colorista al renacer del folk. Wolf hacía canciones perfectas, llevaba el pelo teñido de rojo y hasta salía en una campaña de Burberry junto a la modelo Agyness Deyn. En 2011, cuando lanzó Lupercalia, contó que se había gastado una fortuna en alquilar un ático acristalado a orillas del Támesis para ver qué se sentía. Pero aquello fue un espejismo. En 2015, a su madre le diagnosticaron cáncer, y él estuvo a punto de morir en un atropello en Italia. Se levantó ensangrentado y, totalmente enajenado, se puso a gritar: “¡Vamos a la playa!”.
“El universo me estaba diciendo que frenase”, confesó a The Guardian. En 2017 se declaró en bancarrota y en 2018, tras la muerte de su madre, volvió a beber. Pero prefiere no regodearse en aquellos años. “Mi objetivo es liberarme de esa época”, responde. “Hubo un tiempo en que pensaba que la escritura podía ayudarte a superar los traumas de la vida, pero al final de mi veintena me di cuenta de que no me había funcionado. Había escrito canciones, había hecho cosas de las que estaba muy orgulloso, pero en términos de deconstrucción emocional seguía igual que a los 18 años. Tenía 32 y no había avanzado nada. Solo había estado ahí presumiendo de glamour, cantando para mucha gente, compartiendo mis historias con el público y siendo útil para ellos. La música de los otros puede ayudarte con tus problemas, pero superarlos escribiendo es otra cosa. Suena muy romántico, pero la psicoterapia y la medicina existen por algo”.
La clave, cuenta, es no sublimar el sufrimiento mediante el arte ni bajar la guardia. “Seguiré recuperándome de la adicción durante toda la vida. Es un trabajo diario que consiste en ser la dominatrix en lugar del esclavo, en mantener las miserias a buen recaudo. He aprendido a ser responsable para ser funcional, pero eso implica no pensar demasiado en el pasado. Es peligroso”.
Su nuevo álbum es el primero de una serie de cuatro que, durante estos próximos diez años, Wolf prevé lanzar con un planteamiento casi conceptual: cada uno corresponde a una estación del año, y su estructura y motivos hablan de tradiciones, de leyendas, de ritos y de folclore. Crying the Neck, a primera vista, es luminoso, porque se refiere al verano. “No quería empezar en Halloween”, bromea. Pero tampoco rehúye el trauma. La nota de prensa habla de duelo, adicciones, pérdida y enfermedad. “Lo sé, ¡menuda fiesta!”, ríe cuando lo comentamos. Dies Irae, el primer single, es una conversación imposible entre el artista y su madre moribunda.
“Sé que son temas que intimidan un poco, y tal vez por eso las radios leen la nota de prensa y se asustan, pero creo que si me dedicara a la literatura no pasaría nada”, reflexiona. “Entiendo que la música pop es un contexto distinto, pero lo cierto es que, desde la experiencia de la supervivencia, hablar de muerte es afirmar la vida”. ¿Hay algo que aprender del sufrimiento? “Bueno, a veces no se aprende nada, hay gente que se hunde con el barco, y creo que es importante contarlo, porque hay una enfermedad cultural que tiene que ver con la positividad, con borrar todo lo negativo. Lo que digo en este álbum es que hay que convivir con el dolor, que ensombrece la alegría y contrarresta el optimismo, y por eso no he puesto un final feliz. Al final no te conviertes en mariposa, brilla el sol, etcétera. Al final hay que aprender a vivir con la pérdida y cargar con ese peso hasta la tumba, pero creo que vale la pena intentarlo”.
En su caso, este aprendizaje le ha llevado a medir su presencia pública. “Yo nunca fui tan famoso. Pero sí hubo ciertas cosas que me avergonzaban, relacionadas con el modo en que me percibieron los medios”. Se arrepiente, cuenta, de haber permitido que se crease una visión caricaturesca de él, un “payaso monstruoso”, apunta. “Claro que quería ser famoso, porque me parecía divertido. Lo que no me imaginaba era que ese empeño me volvería loco y que sería lo opuesto a hacer algo que valiese la pena. Hay gente muy inteligente que sabe aprovecharlo e introduce la celebridad en tu discurso, como Charli XCX. Pero mi música, en realidad, era increíblemente introvertida”. Parte de esa sobreexposición tuvo que ver con su sexualidad. “Es algo que ocurre cuando eres el único distinto en tu entorno laboral. El único gay del McDonald’s, o la lesbiana de la oficina. Por pura supervivencia te conviertes en el gracioso, o en alguien que no eres, para sentir que perteneces a algo. Te transformas, renuncias a mostrar tu vulnerabilidad y te quedas ahí atrapado, para agradar al resto y para disimular que, en realidad, no te sientes aceptado. A mí me pasó. En la música indie de la época, yo era el único chico gay de este país. Tenía traumas pendientes de mi época del instituto, donde viví mucha violencia, y de repente me vi en un contexto profesional, aceptando ese papel porque me parecía el único modo de ser aceptado. Ahora es distinto. Llevo años deconstruyéndome y me he dado cuenta de que, cuando estoy sobrio, soy una persona increíblemente tranquila, con muchas inseguridades, y todo eso no encaja mucho con ser un personaje público de éxito. Así que he decidido defender mi trabajo. He escapado de un laberinto mental muy extraño, y he llegado a la conclusión de que el problema no era solo ser Patrick Wolf, sino que está relacionado con la experiencia de pertenecer a una minoría en el entorno laboral”.
“Seguiré recuperándome de la adicción durante toda la vida. Es un trabajo diario que consiste en ser la dominatrix en lugar del esclavo, en mantener las miserias a buen recaudo”
¿Qué piensa, entonces, de la nueva generación de artistas que sí celebran esas etiquetas? “No creo que mi experiencia a los 41 vaya a ayudar a alguien de 21 que vive en un contexto social muy distinto”, reflexiona. “Pero sí es cierto que durante años hemos luchado para que nos quitaran el sufijo, para que nos consideraran músicos o actores o artistas, sin adjetivos. Había críticos que, cuando hablaban de mi música, la describían como extravagante o gay. Pasaba lo mismo cuando Laura Marling sacaba un disco y decían que era música femenina. Y ahora, cuando veo a artistas jóvenes que se definen como queer o negros, me gustaría decirles que no renuncien a la libertad de que su obra hable por sí misma. Es algo muy liberador. Pero tampoco lo tengo claro del todo, porque ellos viven como liberación algo que nosotros rechazábamos. Así que, como no lo tengo claro, creo que en los próximos diez años voy a pronunciarme muy poco acerca de la sexualidad o la política. En un país en que todo cambia tan rápido, en que las identidades se convierten en armas arrojadizas o se explotan comercialmente, prefiero quedarme tras la barrera, y centrarme en lo que puedo aportar en el día a día”.
En el día a día, cuando no está de gira, Patrick Wolf nada, cuida de sus gatos y del jardín, escribe, dibuja, compone y graba. “Parece una vida de jubilado”, bromea. También se reconcilia con su pasado. Meses antes de lanzar este disco, volvió a remasterizar Wind in the Wires, su magistral y tenebroso segundo álbum. “Lo hice a los 21 años, y ahora lo oigo y me parece el disco de alguien de más edad”, responde. Fue su terapeuta quien le recomendó que no borrara su historia del todo. Que siguiese atendiendo su Patreon, donde su comunidad de fans recibe con los brazos abiertos sus lanzamientos puntuales de maquetas o fanzines. “Me recomendó que considerase el valor de mi obra, que estuviese orgulloso de ella. Y tenía razón. Estoy orgulloso de todo lo que he escrito”.
Pero de momento su prioridad son sus nuevas canciones, su gira, sus planes para los próximos años. Ahora sabe a qué atenerse si llega el éxito y ha aprendido a disfrutar del hecho de vivir en un lugar donde nadie había oído hablar de Patrick Wolf. “Llegué aquí en el momento más oscuro, y nadie sabía nada de mí. Un día mi profesor de autoescuela me preguntó y empezó a buscarme en internet, y la gente ha ido enterándose de quién soy, pero en general les da igual. Hasta ahora me he protegido bastante. Para mí, esto es como una playa nudista: mi intención es estar desnudo y que nadie me grabe con el teléfono. No voy a volverme tan famoso. Me encantaría vivir en el anonimato absoluto durante los próximos diez años, pero tampoco creo que sea factible”.
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