¿Es el fin del mote? Por qué lo que antes era socialmente aceptable hoy puede ser “una forma de microviolencia”
Unos lo achacan a la corrección política y otros a una mayor conciencia con la salud mental, pero el resultado es el mismo: el arte del apodo socarrón no pasa por sus mejores momentos de popularidad


“En los apodos o alias destaca el humor. Hay una parte de afecto y otra de mala leche. No es negociable, no puedes decir: ponme otro. Te lo han puesto y te lo han puesto”, explicaba la lingüista Pilar Ruiz-Va Palacios en La Ventana, de La Ser. En The Pitt, serie de HBO aplaudida por la crítica por revivir los grandes dramas médicos, una de las protagonistas se encarga de poner motes a sus compañeros de trabajo, que intentan sin suerte alguna que sus alias desaparezcan. “¿Por qué me llamas Huckleberry? Suena a sarcasmo, como algo que está al límite del acoso”, explica ofendido uno de los personajes que, por descontado, se queda con el mote.
Es cierto que los alias suelen ser divertidos para la mayoría, pero rara vez para quienes los ostentan. El poeta argentino Ricardo Zelarayán señalaba que los apodos son “metáforas ingeniosas, simpáticas, sarcásticas, muchas veces crueles, que aniquilan toda solemnidad”, y advertía que era complicado sacárselos de encima al circular mediante las voces de los demás y exigir un unánime consenso. “Como en el caso de la copla, el chiste oral o los estribillos de las manifestaciones, no es fácil borrarlos”, explicó.
Sin embargo, décadas después el periodista Mark Oppenheimer lamenta la velocidad a la que los apodos están desapareciendo en un artículo publicado en Wall Street Journal y considera que quizás sea el empeño por abrazar la corrección política sea el responsable. De hecho, cuando hace cinco años el equipo de fútbol americano Redskins (o sea, “los piel roja”), así como el equipo de béisbol Indians (o sea, “los indios”), decidieron lanzarse a la búsqueda de un nuevo mote, Donald Trump se manifestó en contra a través de su perfil de X, donde aseguró que los nombres de la organización carecen de una connotación negativa y que esos alardes de modificación respondían a una agenda de corrección política.
They name teams out of STRENGTH, not weakness, but now the Washington Redskins & Cleveland Indians, two fabled sports franchises, look like they are going to be changing their names in order to be politically correct. Indians, like Elizabeth Warren, must be very angry right now!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) July 6, 2020
Incluso los motes más conocidos de la cultura pop están hoy en el punto de mira. Mel B, de las Spice Girls, explicó en el podcast de Elizabeth Day How To Fail que su alias (Scary Spice, o sea, “la Spice aterradora”) se debía a la vagancia de un periodista. “Pensó: esa parece un poco aterradora porque me quitó mis notas, lleva ese pelo alocado y las uñas con estampado de leopardo”. La cantante considera que su sobrenombre no tendría que emplearse más.
David Broncano explicaba en A vivir que son dos días, de La Ser, su caso. “El único apodo que yo he tenido en mi vida era Pink Floyd, que se usa a veces para definir a alguien extravagante. Un día llevé unos pantalones de cuadros a clase y nada más entrar, un compañero dijo ‘¿Dónde vas con esos pantalones, que pareces Pink Floyd?’ Y ahí se quedó”, explicó. “España es un país de motes. En Andalucía y en Jaén todo el mundo tiene uno y hay muchos muy buenos. Creo que es algo que hay que mantener”, añadió el presentador de La Revuelta, que exige a los alias un esfuerzo. “El mote tiene que tener un giro, no puede ser ni el primero ni el segundo que se te ocurra”. En uno de los momentos más recordados de su espacio en Movistar, en el año 2019, el propio Broncano se lo tuvo que explicar a Nick Mason, batería de Pink Floyd.
HEY TÚ PINK FLOYD! pic.twitter.com/scQnWpX8X9
— La Resistencia por M+ (@LaResistencia) May 9, 2019
Jon Andoni Duñabeitia, director del Centro de Investigación Nebrija en Cognición, Profesor II en el Departamento de Lenguas y Cultura de la Universidad del Ártico de Noruega y Director de la International Chair in Cognitive Health, asegura a ICON que los apodos no son simples etiquetas lúdicas, sino poderosos marcadores identitarios que pueden moldear la autoestima, el rol en el grupo y la percepción social. “Desde el punto de vista psicológico y sociolingüístico, un apodo se vuelve discriminatorio cuando refuerza estigmas, resalta características físicas o personales percibidas como negativas, o cuando es impuesto sin el consentimiento del receptor. Por ejemplo, llamar a alguien tuerto o gordo no solo simplifica su identidad a una característica física, sino que lo fija en una narrativa de diferencia o vulnerabilidad”, explica. “En el ámbito escolar, varios estudios muestran que los apodos usados con intención peyorativa están estrechamente ligados al acoso escolar y al aislamiento social, y pueden tener efectos duraderos sobre la autoestima y el bienestar emocional del menor. Al final, lo que marca la línea entre lo afectivo y lo ofensivo no es solo el contenido del apodo, sino también el contexto, la intencionalidad, y, sobre todo, si ha sido aceptado por quien lo recibe”, asegura.
Por su parte Raquel Molero, directora de Nalu Psicología, resalta que un apodo se convierte en discriminatorio cuando refuerza estereotipos, vulnera la dignidad de la persona o se basa en características que están fuera de su control, como el cuerpo, el origen, el género o alguna condición médica o psicológica. “En consulta vemos cómo palabras aparentemente inofensivas pueden convertirse en etiquetas que condicionan la identidad, alimentan la vergüenza o reactivan experiencias previas de humillación. Para muchas personas que han vivido un trauma o han sufrido bullying, un apodo puede funcionar como una forma de microviolencia, que no siempre se percibe a simple vista pero que deja huella. Muchas veces esas palabras quedan fijadas como etiquetas que afectan la autoimagen, la relación con uno mismo y con los demás”, advierte.
Entre hombres los motes suelen emplearse como forma de cohesión. Especialmente durante la adolescencia y la adultez temprana se suelen utilizar apodos como herramientas de afiliación grupal. “Desde una perspectiva evolutiva y socioemocional, los apodos funcionan como contraseñas sociales que refuerzan los lazos del grupo, validan la pertenencia y marcan jerarquías internas. Un apodo entre amigos puede señalar una historia compartida, una anécdota graciosa o incluso un rasgo sobresaliente, real o exagerado, del individuo. Existen estudios sobre el uso de apodos que indican que estos surgen en contextos de alta confianza y se asocian con sentimientos de afecto y camaradería entre las personas cuando han sido aceptados y no tienen componentes peyorativos o discriminatorios”, explica Duñabeitia. “En grupos masculinos, donde las muestras emocionales están más reguladas socialmente, el uso de motes puede ser una forma velada y aceptada de mostrar cercanía. Llamar bicho, ninja o máquina a alguien no es solo una forma de humor o de juego. Es también una estrategia de cohesión identitaria, que crea un lenguaje propio del grupo, fortalece el sentido de pertenencia y reduce la distancia emocional de forma indirecta”, asegura.
“En esos casos el apodo no se impone, sino que se construye desde la confianza”, añade Molero. “Esto es especialmente evidente en relaciones cercanas donde hay un espacio para el juego, la autenticidad y el consentimiento emocional. Sin embargo, lo que para una persona puede ser muestra de cariño, para otra puede ser una herida abierta. Aquí la clave está en el contexto, la historia de cada uno y, sobre todo, en la posibilidad de decir ‘esto no me gusta’ sin que eso rompa el vínculo”.
Pero la clave para crear un vínculo íntimo es que sea utilizado en un contexto de confianza y afecto mutuo, existiendo el consentimiento y la reciprocidad emocional. “Cuando alguien acepta un apodo e incluso lo adopta, está validando una forma específica de ser nombrado en una relación que le resulta significativa. Desde el punto de vista del procesamiento del lenguaje, investigaciones recientes han mostrado que, cuando el apodo ha sido elegido o interiorizado por la persona, activa patrones cerebrales similares a los del nombre propio. Esto indica que no es solo una forma alternativa de referirse a alguien, sino una auténtica marca de identidad”, dice Duñabeitia. “Un apodo aceptado se convierte en una contraseña emocional compartida. Por eso, cuando dos personas se llaman por sus motes, no solo se están nombrando; están diciendo: ‘te reconozco como parte de mi círculo emocional más cercano”, asegura. Eso podría explicar, también, porque algunas personas tienen más reparo en usar un mote al principio de una relación: dejar de llamar a alguien por su nombre para pasar a usar el que usa su círculo más cercano puede ser percibido como un exceso de confianza si no se pertenece a ese círculo.
Los motes están también presentes en los platós televisivos, en las casas reales y en la política, pues los sobrenombres no entienden de clases. El príncipe Guillermo explicó en una entrevista concedida en 2007 a la cadena NBC que su madre, la princesa Diana, le llamaba wombat (un tipo de marsupial). “Ya no consigo quitármelo de encima.. Empezó cuando tenía dos años. Al menos, según me han contado, porque no tengo tanta memoria, me lo pusieron en un viaje a Australia que hice con mis padres. El wombat es el animal local, y por eso empezaron a llamarme así”, aseguraba. Su reverso negativo está a menudo presente en el mundo del corazón (en su día, los supuestos motes que la familia Pantoja usaba entre sí según algunos testigos dieron para muchos titulares a los programas de crónica rosa) y hasta en la política.
Cuando La Audiencia Nacional levantó el secreto de sumario de la Operación Kitchen, vinculada al espionaje ilegal al extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, sobrenombres como el Barbas (Mariano Rajoy), la Cospe (María Dolores de Cospedal) y la Pequeñita (Soraya Sáenz de Santamaría) salieron a la luz. Y los motes de uno de los locutores matinales más controvertidos de la radio española, Federico Jiménez Losantos, no solo han llegado a los tribunales, sino que cuentan con una web que los recopila. En el mundo político, como explica Oppenheimer en el Wall Street Journal, la creciente polarización política hace que los alias sean ahora poco probables. “Hoy en día, aunque uno podría imaginar un apodo para Trump (o para Obama), es difícil imaginar uno neutral. Lo máximo que podríamos esperar sería algo ligeramente despectivo”, asegura. “La única excepción que se me ocurre es AOC [Alexandria Ocasio-Cortez]. No tengo ninguna teoría sobre cómo lo logró, siendo AOC tanto para amigos como para enemigos. Es un ejemplo notable e inusual de marca política. Más allá de la política propiamente dicha, está la politización de los campus y el ámbito laboral. Los apodos suelen ser un poco libres y se suelen usar sin permiso”, asegura. En España, el PSOE se apropió del mote Perro Sanxe (que recibía el presidente Pedro Sánchez por parte de sus retractores, aunque acabaron abrazándolo también algunos de sus votantes) y comercializó chapas con él.
“No importa tanto la intención como el efecto que tiene en la persona que lo recibe”, remata Molero sobre el funcionamiento de un mote. Y, si hablamos de política, podemos añadir: en el posible votante.
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