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“¡Hormigón pintado para que parezca madera! ¿Es broma?“: el fastuoso hotel de Brasil que recibió la decoración más costosa del mundo

Con 400 habitaciones, teatro y piscina, el Palácio Quitandinha en Petrópolis se inauguró durante la Segunda Guerra Mundial como el hotel y casino más grande de todo Sudamérica

Las paredes del casino estaban pintadas por un tono azul elegido por Dorothy Draper para templar el ánimo de los jugadores.

Acababan de bombardear Pearl Harbor y la decoradora neoyorquina Dorothy Draper trataba de hacerse a la idea de un mundo sin seda japonesa. En Europa, la guerra ya había forzado a muchos de sus colegas a cerrar sus negocios y, cuando una semana después del bombardeo se vio explicándole al New York Times cómo fabricar estores caseros con cinta adhesiva para evitar posibles ataques nocturnos, la madre del barroco moderno supo que también en Estados Unidos los años de rocalla, candelabros exuberantes y chintz inglés habían llegado a su final.

Pero entonces se obró el milagro. Carleton Varney, uno de los decoradores que trabajaban en su estudio, cuenta en el libro The Draper Touch cómo a finales de enero de 1942 se presentó en el despacho de su jefa una misteriosa mujer con los planos del proyecto que iba a solucionar todos sus problemas. Venía de parte de Joaquim Rolla, un empresario brasileño del mundo de los casinos. En un viaje que acababa de hacer a California para “estudiar el glamour”, a su jefe le había impresionado un hotel decorado por Draper y quería contratarla a toda costa para que decorara el que estaba construyendo él en Brasil: el Palácio Quitandinha haría historia como el hotel y casino más grande de toda Sudamérica. “¿Es una broma? ¡Hormigón armado pintado de marrón para que parezca madera!”, dijo uno de los ingenieros del equipo de Dorothy Draper al examinar el anteproyecto del edificio y ver que no solo era gigantesco, sino que mezclaba los elementos más diversos. “30.500 dólares”, calculó ella, y la cifra la convirtió en la decoradora con el encargo más caro del planeta hasta la fecha.

Las flores de las paredes estaban inspiradas en ilustraciones botánicas del siglo XVII y los muebles se construyeron con maderas tropicales.

Con más de 400 habitaciones, un salón de juegos con una cúpula mayor que la de la Basílica de San Pedro, teatro, piscina, e innumerables pasillos y vestíbulos, el Palácio Quitandinha se alza a los pies de las montañas de Petrópolis, una ciudad famosa por haber sido el retiro veraniego de la antigua familia imperial brasileña. Por fuera, las falsas vigas de madera de la fachada y sus puntiagudos tejados a lo Tudor le dan un aire de chalet suizo parecido al de muchos otros edificios locales. Por dentro, Draper lo decoró como le dio la real gana. “Cuando entras, parece que estás en el plató de una película de los años cuarenta. La escala y las proporciones son increíbles, y los colores son muy diferentes a los que se suelen ver en Europa”, asegura el fotógrafo francés Matthieu Salvaing, autor de estas imágenes. “No se cómo describirlo. Por el lugar donde está tiene un toque surrealista, como un ave del paraíso que se hubiera encaramado en una montaña de Baviera”.

Aves paradisíacas de verdad, en una enorme jaula diseñada por Draper, decoraban uno de los salones. Las flores y plantas del papel de las paredes se inspiraban en ilustraciones botánicas del siglo XVIII, y los muebles, diseñados a medida, los mandó hacer con maderas tropicales como la jacaranda. Los suelos de ajedrez conviven con los mosaicos de estilo portugués y fuentes barrocas. El gran salón del casino rechazó pintarlo de rojo: para Dorothy Draper apostar era pecado, así que en vez de ese color eligió uno azul marino que pensó que ayudaría a templar las pasiones de los jugadores.

Una de las impresionantes fuentes barrocas que decoran el Palácio.
En sus innumerables pasillos y vestíbulos los suelos ajedrezados conviven con los mosaicos de estilo portugués.

No todo salió según sus deseos. La guerra, la inflación, y la turbulenta política brasileña impidieron llevar a cabo la totalidad del proyecto: Draper se quedó sin poder construir la gruta artificial con una pista de patinaje sobre hielo que había previsto añadir al edificio porque, poco después de que Rolla se la encargase, hubo un golpe de Estado y al final el empresario prefirió ahorrársela. Con todo, el Palácio Quitandinha acabó inaugurándose por todo lo alto. En septiembre de 1944, reporteros de todos los rincones del mundo llegaron a Petrópolis en busca de un poco de ilusión para sus lectores. Las estrellas de la inauguración fueron el rey Carlos II de Rumanía y su amante, la inefable Magda Lupescu, quienes al ocupar la suite que había diseñado Dorothy Draper expresamente para ellos se convirtieron en el adorno final del edificio. Derrocado unos años antes, este monarca llevaba una vida errabunda por los casinos elegantes del globo, y tenerlo de compañero de ruleta fue una de las atracciones del Quitandinha durante meses. Al año siguiente, el nuevo presidente brasileño prohibió los juegos de azar y empezó a operar solo como hotel. En la actualidad es un centro de congresos.

Animada por el éxito de la inauguración, Draper lanzó Brazilliance, una colección de telas inspirada en sus diseños para el Palácio que aún sigue vendiéndose. Por las buenas noticias que empezaban a llegar de Europa, sospechaba que en Nueva York volverían a hacer falta cortinas bonitas.

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