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“Si aparecía con una botella de vino para los obreros, ya sabían que iba a cambiar algo”: así es Can Lis, el sueño de un arquitecto en Mallorca

El fotógrafo Simon Watson revisita en un nuevo libro la obra maestra que el arquitecto danés Jørn Utzon diseñó para retirarse con su familia

Can Lis casa mallorquina

Si cuando a finales de los años sesenta Jørn Utzon (Copenhague, 1918-2008) aterrizó a Mallorca le hubieran preguntado en qué se diferenciaba de los demás turistas, hubiese podido presentarse como el genial e irrepetible arquitecto del edificio de la Ópera de Sídney, pero lo más seguro es que hubiese respondido que necesitaba unas vacaciones. Venía muy quemado de allí, de Sídney, donde había acabado presentando su dimisión y jurándose no volver a pisar Australia. En Mallorca no solo halló descanso. El paisaje de pinos y rocas junto al mar le recordó al que acababa de abandonar en Nueva Gales del Sur, y pensando en vivir allí con su mujer y sus hijos, decidió comprarse un terreno y levantar una nueva obra maestra, Can Lis, la casa con la que se desquitó de la que había planeado hacerse en la costa australiana y que le devolvió la ilusión por su trabajo.

“Poder construir sin un cliente pidiéndole una cosa u otra cada vez hizo que disfrutara mucho. Tenía la libertad de decir: ‘Voy a ajustar esto un poco”, recuerda su hijo, Jan Utzon, en el libro Can Lis, Jørn Utzon (Apartamento). “Los obreros tenían una broma: si mi padre se presentaba con una botella de vino para ellos era porque iba a cambiar algo”.

Antes de Can Lis, se llamó la casa de "la media Luna" por el hueco en forma de luna creciente que hay en el muro detrás de la entrada.

Fotografiada ahora por el reconocido irlandés Simon Watson, Can Lis estuvo lista en 1971 y se llama así en honor a Lis Utzon, la mujer del arquitecto. Se halla situada en lo alto de un acantilado de Portopetro, junto a una carretera a orillas del mar que, aunque ahora lleva el nombre del danés, en aquella época se llamaba “de la Media Luna”, y de ahí el hueco en forma de luna creciente que hay en un muro nada más abrir la puerta de la entrada. Para construirla, Utzon empleó bloques de arenisca de la isla y técnicas tradicionales. Trabajar con los obreros mallorquines fue uno de sus placeres como arquitecto, aunque tuvo que andarse con ojo para que las obras no tardaran una eternidad: un día, se dio cuenta de que cada vez que se ausentaba de Mallorca su constructor abandonaba el trabajo para dedicarse a otros clientes, así que tuvo que empezar a turnarse con su mujer y sus hijos para estar en la isla.

“Al estar hecha del mismo material que el terreno sobre el que está construida parece que siempre ha formado parte del paisaje”, explica Watson. “También me llamó la atención la escala, lo modesta que es. La describiría como una casa sin ego. ¿No es eso maravilloso?”. Por dentro, sigue el fotógrafo, Can Lis parece un pueblo mediterráneo en miniatura, porque Utzon la diseñó de manera que las distintas funciones domésticas (cocinar, dormir, etcétera) se alojaran en pabellones diferentes, unidos por senderos, patios y terrazas. Para acentuar la sensación de recogimiento, el arquitecto limitó el confort a su expresión más esencial: las camas están integradas en los muros, la mayoría de los muebles son de piedra y la única fuente de calor es una chimenea. “Can Lis es un lugar para deleitarse con las pequeñas cosas: la luz dorada que da profundidad visual a las paredes porosas, el cambio de estaciones, nadar en el mar o contemplar un amanecer”, escribe Line Nørskov Davenport, directora de exposiciones del Utzon Center danés.

Patio principal que conecta los distintos pabellones de la casa.

Desde 2011, Can Lis pertenece a la Utzon Foundation y recibe visitas de todo el mundo. Jørn Utzon vivió con su familia allí cerca de 20 años, hasta que la luz del Mediterráneo empezó a resultar demasiado intensa para sus ojos y decidió hacerse otra casa (Can Feliz) en las montañas de S’Horta. A Sídney no regresó nunca, ni siquiera cuando en 2004 el gobierno australiano quiso hacerle justicia poniéndole su nombre a una de las salas de conciertos del edificio de la Ópera, renovada según sus deseos. En Mallorca estaba la mar de bien.

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