Una arquitectura al servicio del deporte y el placer: cómo el Náutico de Palma se convirtió en el club más famoso de España
El RCNP, con una estética moderna a cargo del ingeniero Gabriel Roca, remite a la élite de la vela, pero también encarna los dilemas de este tipo de instituciones


En Mallorca, el viento que va del mar a tierra recibe el nombre de embat. Se trata del típico viento térmico o virazón propio de los meses de calor: comienza a soplar a mitad de mañana y desaparece cerca del anochecer. Muchos navegantes coinciden: el embat es uno de los factores que hacen de la Bahía de Palma un campo de regatas de primer nivel, pero no es el único. Y es que un viento constante y suave no basta para explicar cómo Palma de Mallorca y, en particular, su Real Club Náutico, se ha convertido en icono del verano y en un lugar que remite a la élite de la vela, pero también a estrellas de Hollywood, royals y otras celebridades. Como Cap Ferrat o Capri, esta es una de esas geografías privilegiadas alrededor de las que se construye el mito del Mediterráneo moderno: un mar entero dedicado al placer (de la navegación, gastronómico, cultural o de cualquier otra naturaleza).

Entre 1950 y 1959, el actor Errol Flynn pasó en Mallorca sus últimos años organizando fiestas y travesías en su velero Zaca, que tuvo como base los pantalanes del RCNP. Durante aquellas noches llenas de excesos era habitual que la música mento (precursora del reggae y del ska), que tocaban los tripulantes jamaicanos del yate, se escuchase por toda la bahía. Habían pasado pocos años desde la fundación del Club en 1948, la isla se estaba llenando de figuras de la cultura nacional e internacional (Cela se trasladó en 1954; Joan Miró en 1956) y el Náutico comenzaba a convertirse en referencia tanto de la vida deportiva como de la vida social balear.

Eso sí, las raíces de la institución hay que buscarlas en dos clubes varias décadas anteriores a la estancia del actor, que se fusionaron a raíz de la reforma del Paseo Marítimo que acometió el ingeniero de caminos Gabriel Roca (autor, además, del edificio del RCNP). “Hasta entonces, lo que hoy es el Paseo Marítimo era solo una vía de conexión entre las dos partes del puerto”, comenta José Luis Miró, subdirector de Gaceta Náutica. “El Club de Regatas, fundando en 1891 era un club más exclusivo, mientras que el España (1916) era un club de pescadores, más popular; así que el RCNP surge con un carácter interclasista”, explica este experto en la historia de la vela española.
Aunque desde noviembre de 2022 se están realizando obras en la Avenida Gabriel Roca (la vía tomó el nombre de su impulsor) que buscan reactivar un espacio que, según muchos palmesanos, ha perdido parte de su bullicio (las grandes discotecas acabaron con el ocio a pie de calle); la fisonomía del frente marítimo de Palma es, fundamentalmente, la misma desde que Roca terminara sus actuaciones alrededor de 1960. Y en esta amalgama de tinglados, pañoles, talleres, muelles y otras arquitecturas relacionadas con el mar, cualquier aficionado a la vela o a la crónica rosa, siempre buscará el Club Náutico. Cerca de la Catedral y frente a Es Baluard, el museo de arte contemporáneo que aprovecha un bastión defensivo del siglo XVI, el RCNP aparece, algo encajonado entre el Oratorio de San Telmo y los pujantes Astilleros de Mallorca.

El club náutico como ejemplo de modernidad
“El Movimiento Moderno consiguió dar forma a unas clases medias y altas que rápidamente se vieron representadas por ciertas estéticas y materialidades para un mundo donde el progreso pasaba por el trabajo y la racionalidad. No fue solo la arquitectura, sino también los objetos, la moda, los horarios, la aparición del ocio y tiempo libre, el culto al cuerpo, etc. La libertad, de repente, se organizó de una manera diferente”, explica Enrique Nieto, profesor, arquitecto y autor del Club de Regatas de Cartagena (2001), refiriéndose a los cambios sociales que operaron a principios del siglo XX y que, entre otras cosas, desembocaron en la construcción de instalaciones deportivas y de ocio inéditas. En este sentido, la estética moderna de clubes como el de San Sebastián (1929) o el RCNP (incluido en el catálogo de edificios modernos del Registro Docomomo Ibérico) “funcionaba muy bien para representar qué significaba ser un individuo del siglo XX, qué significaba el ocio y tiempo libre, qué significaba tener un excedente de dinero y de tiempo o un sentido de pertenencia”, continúa Nieto.

De este tipo de clubes se suele criticar cierto ensimismamiento o elitismo. A nivel teórico, Nieto confirma que todo club náutico “es un dispositivo segregador que separa a los que están de los que no están”, aunque esto “ocurre con todas las instituciones”. El arquitecto explica a qué se refiere: “Dada su estabilidad material, el club náutico fija los límites de una comunidad. Y esos límites van cambiando conforme los socios discuten, introducen nuevos usos, reglas, etc. Esto sucede a lo largo del tiempo: no lo vemos, pero ocurre. Fundamentalmente, lo que están haciendo es decidir qué es y qué no es pertenecer a su comunidad”.
Nieto cree que “la comunidad alrededor de los clubes suele ser muy conservadora, no muy abierta a los cambios”, aunque ahora estos grupos estén atravesando una crisis de identidad. “Durante todo el siglo XX esa capacidad de segregar funcionó muy bien, pero ideológicamente las personas que tienen barco ya no son tan homogéneas. Ahora es mucho más difícil llegar a acuerdos, las implicaciones ambientales, estéticas, políticas y sociales de lo que significa estar ahí dentro ya no son fácilmente asimilables a un socio tipo… Y ahí cada club hace lo que puede”, concluye el arquitecto y teórico.

Es habitual que en algunos clubes aparezcan tensiones entre socios que pretenden hacer usos más recreativos que deportivos de las instalaciones o que los usos sociales (piscina, restauración…) acaben suponiendo un obstáculo para la actividad competitiva. El caso del RCNP es singular. En él, las fricciones apenas existen porque, en palabras de Miró, “las más de dos mil familias asociadas entienden que el área deportiva siempre ha sido la principal”. En el club mallorquín, casi todo gira alrededor del deporte y Miró pone un par de ejemplos: “Durante la Copa del Rey, los competidores se amarran junto al edificio social y el socio tiene asumido que su barco será movido para la competición; o durante el Ciudad de Palma, hay más de cuatrocientos niños moviéndose por las instalaciones, pero está claro que eso también forma parte de la actividad del Club”.
Los problemas a veces llegan porque “las instalaciones del club en tierra son muy limitadas para todo lo que hace”, de nuevo en palabras de Miró. “Los espacios tienen que ser polivalentes y cambian de uso al ritmo de las competiciones. Hay muchos amarres, pero poca explanada para vela ligera, de manera que, en invierno, la piscina exterior se cubre y se utiliza como zona de varada. Si no, no hay sitio”. En cuanto al interior del edificio principal, el RCNP no resulta tan espectacular como su leyenda. Existe una Sala Magna donde se recibe a los navegantes tras sus diferentes gestas o donde se organizan conciertos alrededor de un piano del siglo XIX, una piscina climatizada, un gimnasio, una cafetería y un restaurante. Por todas partes, las maquetas de antiguos veleros y los sillones de cuero (inevitablemente de tipo club con grandes apoyabrazos) remiten a las primeras décadas del siglo XX.

Entre deporte y glamour
“Cada año, agosto tras agosto, me pasma la habilidad y el talento de los corresponsales que son capaces de trasladarse a Mallorca para seguir la Copa del Rey sin utilizar apenas una frase que tenga algo que ver con lo que es la competición en sí”, escribió Camilo José Cela Conde (hijo del Nobel y reconocido navegante) en el Diario de Ibiza (agosto de 2007). Y es que cualquier paseo por Google Imágenes alrededor del RCNP, entre tantos genakkers (una tercera vela muy espectacular), acaba siempre con la misma fotografía: el hoy emérito Juan Carlos es arrojado a la piscina por varios compañeros de tripulación en 1993, tras ganar junto a ellos la Copa en su honor. Si las carreras de caballos en Ascot son la gran pasión de la Familia Real Británica, las regatas en Palma son su equivalente para la española.
Durante los que algunos piensan que fueron los años dorados de la competición, coincidiendo con el patrocinio de la perfumera Puig, todos los miembros de la Familia Real llegaron a participar en la regata, junto a otros ilustres como el Rey Harald de Noruega o Antonio Banderas, cuyo hermano ha resultado ganador de su categoría en seis ocasiones. ¿Tantos nombres conocidos o una actividad social tan intensa pueden opacar los logros deportivos? Responde Neus Jordi, directora de comunicación de la Federación Española de Vela: “No, no lo creo; más bien, considero que ambas facetas son complementarias. El deporte, no solo se vive en el agua; se construye con una comunidad. La actividad social es el pegamento que une a socios, familias y deportistas, creando ese sentido de pertenencia y compañerismo tan característico”.
Jordi insiste en que “uno de los éxitos del RCNP es haber sabido conectar con su ciudadanía” mediante una escuela de vela “que es su principal y más potente vehículo de apertura y lo convierten en un referente en la democratización del acceso al mar”. Así que, aunque según las crónicas, la tradicional Cena de Armadores previa a la Copa del Rey es algo más aburrida desde que Carolina Herrera no asiste a ella, lo importante sigue sucediendo en el agua. Como señala Miró, hay que valorar el esfuerzo logístico y deportivo que supone organizar tantas regatas de alto nivel a un ritmo casi mensual y, también, sacar a navegar a decenas de niños cada mañana desde la escuela. Esos niños, según su evolución deportiva, podrán llegar a convertirse en socios.

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