34 millones de dólares para esculpir a Whitney Houston o Kobe Bryant: así será el jardín patriótico de Trump
El presidente de EE UU se ha propuesto crear un espacio para rendir pleitesía a 250 nombres de la patria con estatuas diseñadas para la ocasión


En su anterior etapa lo intentó, pero quién sabe si la falta de tiempo, de apoyos o de confianza le impidieron llevarlo a término. Pero ahora, en 2025 y sin nadie que le pare los pies, no duda en ir adelante con ello. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha aprobado seguir con una idea que ya sembró hace siete años: la construcción de un enorme Jardín Nacional de Héroes Estadounidenses (así lo llama, mayúsculas incluidas) donde se rinda pleitesía a 250 nombres de la patria a través de estatuas creadas específicamente la ocasión.
Y la ocasión tiene un nombre, o más bien una fecha: 2026, momento en el que se celebrará el 250 aniversario de la declaración de independencia de Estados Unidos con respecto al Reino Unido; es decir, un cuarto de milenio desde la fundación del país. Trump lleva años anhelando este acontecimiento. Ahora, lo está poniendo en marcha. Al poco de llegar al Despacho Oval firmó una orden ejecutiva con la que anunciaba que pensaba celebrarlo por todo lo alto. Ha creado un gabinete para ello que él mismo preside acompañado por algunos de sus más altos cargos, del secretario de Estado al de Interior o Defensa, y de los responsables del dinero destinado a las artes o las bibliotecas.

Lo que deja claro en ese par de folios es que sigue con la misma idea que firmó en enero de 2018, en una primera orden: crear un jardín excéntrico y caro. De hecho, Trump quiere que se añadan los nombres necesarios a la larga lista aprobada inicialmente con “estadounidenses destacados” hasta alcanzar los 250. Entre ellos están desde presidentes –de Lincoln a John Adams, pasando por los Roosevelt y John F. Kennedy– hasta activistas como Martin Luther King, religiosos como el fraile Junípero Serra, pero también figuras como Cristóbal Colón, escritores como Harper Lee y Edgar Allan Poe, actores como Shirley Temple, Ingrid Bergman, Charlton Heston y Bob Hope, el boxeador Muhammad Ali, las cantantes Whitney Houston y Billie Holiday, el jugador de baloncesto Kobe Bryant, directores de cine como Alfred Hitchcock y Walt Disney, la jueza Ruth Bader Ginsburg, el empresario Steve Jobs, el célebre explorador y cazador Buffalo Bill y la astronauta Christa McAuliffe, fallecida en el desastre del transbordador Challenger.
El asunto ya está en marcha. A finales de abril, dos fondos nacionales, los de Humanidades y Artes, anunciaron que destinarán 34 millones de dólares (30 millones de euros) al programa. En las bases de la convocatoria dan algunos detalles más, aunque también quedan cabos sueltos: por ejemplo, sigue sin especificarse dónde estará el famoso jardín. Además, se ha cambiado la frase de que debe estar listo “previo a la celebración del aniversario” por “lo antes posible”.

De esos 34 millones, 30 (26,7, en euros) irán a ayudas para la creación de las estatuas por parte de artistas; los otros cuatro parece que se destinarán a asuntos administrativos y, en principio, al propio jardín. Las esculturas deben estar realizadas “en mármol, granito, bronce, cobre o latón”. Cada artista podrá obtener un máximo de 200.000 dólares (177.000 euros) para cada una de sus obras, aunque pueden crear hasta tres en total, llevándose por tanto el triple de dinero. Eso sí, solo podrán optar a los fondos si son estadounidenses. Para ello, tendrán que mandar “una representación gráfica en dos o tres dimensiones del concepto preliminar”, además de “una descripción del proyecto propuesto y del plan de trabajo”. La fecha tope para remitir los proyectos es el 1 de julio de 2025, y tras su aprobación habría ocho meses para la ejecución. Después faltaría la colocación y la inauguración.
Llama la atención la elección de los héroes a los que Trump quiere rendir homenaje. Este tipo de espacios eran más frecuentes en la Antigua Roma, esa a la que Trump y los suyos parecen rendir pleitesía, o en momentos como los siglos XVII a XIX. Por ejemplo, en Madrid está el que hasta hace un par de años era conocido como el Panteón de Hombres Ilustres, hoy rebautizado como Panteón de España, con mausoleos a prohombres del país como Cánovas del Castillo o Sagasta. Tuvo no pocos problemas para ponerse en marcha, y no llegó a ser lo que la reina María Cristina de Habsburgo quiso: un gran edificio neoclásico de estilo italiano con los restos de algunos de los grandes de la patria, del Cid a Goya.
De hecho, Estados Unidos tiene algo así ya, pero más diverso y curioso. Desde mediados del siglo XIX, el país invitó a cada Estado a que donara un par de estatuas al Capitolio. Y eso conformó el llamado National Statuary Hall. Es una sala abigarrada, curiosa, llena de esculturas blancas y negras, de distintas épocas, de personajes escogidos por los propios Estados, no por una línea única y oficial. Allí están, cómo no, Martin Luther King o Junípero Serra, pero también mujeres y activistas, como Rosa Parks, la activista de los derechos civiles Mary McLeod Bethune, donada por Florida, con su toga y birrete, o la educadora y sufragista Frances E. Willard, donada por Illinois.
Con su elección de personajes y su manera de honrarlos, en estatuas realistas y a escala humana, Trump deja claro lo que quiere: un país que rinda culto a personas, o personajes, de méritos muy variados, pero escogidos de manera centralizada. Es, de nuevo, un paso populista en la dilatada carrera en este aspecto del presidente. Crear un gran espacio –lo será, para acoger 250 estatuas– para rendir culto a ciertas personalidades casa con la idea estética de Trump: colocar en lugares destacados a los que él considera héroes, un círculo excluyente, divisivo, como su retórica, y rendirles tributo a través de historias que considera aleccionadoras.

No está lejos de la idea del imperio romano de exaltar a los héroes de la patria. El estilo parece que encaja en su nuevo orden mundial. Hace menos de un año, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, propietario de Meta y flamante buen amigo de Trump, encargó la creación de una escultura de su mujer, Priscilla Chan, de dos metros. “Recuperando la tradición romana de hacer estatuas de tu esposa”, escribió en su perfil de Instagram, junto a la imagen de una Chan en verde bronce con una gran capa dorada.
A esta iniciativa se le unen órdenes que, en distintos ámbitos, siguen el mismo estilo imperativo del presidente, donde busca rendir culto a una supuesta esencia estadounidense, como si no fuera un país influido por elementos y personas exteriores. Por ejemplo, la instauración del inglés como idioma oficial o su orden para la “restauración de nombres que honran la grandeza americana”, como el ya célebre Golfo de México o, ahora, Golfo de América. Son cuestiones simbólicas, como la del jardín de esculturas, que van un paso más allá. A principios de 2020 ya habló de imponer por ley una arquitectura oficial, de corte neoclásico, es decir, también conservador.
Ese tipo de arquitectura, con edificios con grandes columnas, cúpulas, grandilocuentes, está presente en multitud de edificios, especialmente oficiales, de Estados Unidos: ayuntamientos, juzgados, museos... La Casa Blanca o el Capitolio siguen esa misma estela, sin ir más lejos. Pero nunca se han construido siguiendo una línea oficial, porque esta nunca había existido. De hecho, esa es la gracia: la libertad de creación, de nuevos estilos, de edificios u obras artísticas novedosas y que rompan líneas. Ahí está el arte. En una charla con este diario al hilo de esa propuesta en 2020, el arquitecto Charles Renfro afirmaba: “Basta con pensar en la devoción de Hitler por Albert Speer para recordar que la arquitectura es un reflejo del poder. Debemos estar muy preocupados”. Si ahora hablamos de 250 estatuas de presidentes y héroes del mismo estilo, parece que quedará poco espacio para la originalidad artística y más para la doctrina.
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