En Movimiento: la bodega que nació de una cita
Centrada en los vinos naturales e impulsada por Marta García y Ana Hernández gracias a un viñedo que les reglaron en un bar, es la única en el Marco de Jerez donde todos los procesos los lideran mujeres


Todo arrancó con una cita. La malagueña Marta García quiso sorprender a la madrileña Ana Hernández y, como buena sumiller, la llevó a su terreno. Quedaron en Bendito, vinos y vinilos, bar que también ejerce de tienda en el Mercado de San Fernando, en Lavapiés (Madrid). “Pedía copas de productores a los que conocía o incluso con los que había trabajado. Y no paraba de contar historias. Aquel día se lució”, reconoce Hernández, que quedó impresionada. Era 2018 y vivían en ciudades diferentes, así que la vida las separó hasta que en 2020 se reencontraron 650 kilómetros más al sur, donde ambas buscaban un nuevo rumbo vital. “¿Estás en Cádiz?”, le preguntó en un mensaje Ana, que esta vez jugaba en casa —se ha criado en Puerto de Santa María—. Se reencontraron en plena vendimia. Y de ahí nació la bodega En Movimiento. Dedicada en exclusiva a los vinos naturales, es la única del Marco de Jerez donde todo el proceso está realizado por mujeres: desde la poda de las viñas a la vendimia o pasos como vinificar y embotellar.
Para conocer mejor los orígenes de esta bodega que basa su producción en uva palomino, la reina del Marco de Jerez, hay que viajar más lejos y más atrás. Primero hasta el barrio de El Palo, al este de Málaga. Allí creció Marta, que se licenció en Derecho. Tras intensos años de estudios universitarios decidió que era el momento de viajar, cambiar de aires y aprender inglés. Se fue a Australia, donde tomó contacto con el mundo del vino. Más tarde se mudó a Londres. Allí se formó y trabajó cuatro años en el restaurante Duck Soup del Soho. Luego viajó, conoció a productores, vendimió. Mudó su empleo al Bar Brutal de Barcelona y en una feria se topó con un vino natural elaborado en Sanlúcar de Barrameda. “Venía de probar vinos de todo el mundo y resulta que el que me parecía mejor de todos lo hacían muy cerca de mi casa”, destaca. Lo dejó todo y se fue hasta allí para seguir el mismo camino. Entonces Ana, que había abandonado Madrid tras la pandemia y había encontrado trabajo en una escuela rural en Puerto Real, se sumó al proyecto sin pensarlo.

Escucharlas hablar es revivir en primera persona una historia que empezó con amor y, también, gracias a un viñedo que les regalaron en un bar. “Así, tal cual”, recuerda Marta divertida. “Estaba tomando vinos, hablando con viticultores locales, explicándoles lo que quería hacer, la pasión que tenía. Y un señor me dijo: tengo una viña para ti”, relata con ilusión. Eran apenas tres líneas en tierra de nadie, pero fue el lugar donde aprender a trabajarla, verla, podarla, entenderla. Y comprender que en el campo cada año es diferente, cada día es inesperado. Elaboraron apenas 300 botellas de su primer vino, La Ventilla, en su propia casa. Incluso las pisaron ellas mismas. “Era precioso y también lentísimo: disfrutamos muchísimo”, señalan.
En 2021 ampliaron mínimamente la producción. “En esos dos años lo que hicimos fue cometer muchos errores, pero así se empieza, hay que ir aprendiendo”, celebran. En 2022 salieron al mercado con 700 botellas, con parte de la uva comprada a un viticultor local. En 2023, ya en las instalaciones prestadas de unos amigos, consiguieron doblar la cifra. Y en 2024 alcanzaron las 2.000, que volaron. “Se vendió prácticamente todo en dos meses”, señala Ana con cierto orgullo y algo de miedo porque el sueño que tuvieron al crear En Movimiento se iba haciendo poco a poco realidad.

Objetivo: 6.000 botellas
Este año han dado un paso adelante. Desde septiembre cuentan también con dos hectáreas de una viña antigua —con alrededor de 80 años— cerca de Jerez, a la que han añadido 900 plantones en los huecos existentes. Las trabajan sin químicos, insecticidas ni pesticidas, “respetando los procesos naturales”, aseguran quienes defienden la elaboración de vinos naturales como parte de una filosofía de vida que incluye comer frutas y verduras ecológicas, entre otros muchos aspectos de su día a día. “En un vino convencional echas un poco de sulfito y ya está todo solucionado. Los naturales están expuestos a muchísimos riesgos porque son procesos vivos. Este año pudimos haber sacado mil botellas más, pero no lo hicimos porque no estaban bien. Nosotras controlamos lo que podemos, pero respetamos mucho a la naturaleza y también esto es lo bonito del proceso: a veces no sale bien”, señala Ana.
Marta y Ana utilizan las redes sociales para ir relatando el trabajo que realizan en las viñas. Los cortes de respeto, las podas en verde, por qué labran tanto la tierra, la vegetación de la zona. También sus objetivos, que para este 2025 pasan por conseguir una producción de entre 5.000 y 6.000 botellas de sus cuatro vinos —dos ya agotados— que siempre tienen a la uva palomino, autóctona de la zona, como base. Dos, denominados Mari Paz y El Carrascal, la llevan en un 100%. La ventilla tiene un 20% de moscatel de Alejandría criada en Chipiona y La Tintilla cuenta con 5% de tintilla de Rota. El proceso es tan sencillo como complejo: tras despalillar las uvas, se prensan y se dejan fermentar entre cuatro y seis días en el depósito de acero inoxidable antes de pasar directamente a la botella, donde continúa la fermentación como manda el método ancestral. Ahí, ya con las burbujas capturadas, el vino permanece entre seis y ocho meses para pasar al mercado, donde se venden con rapidez. “Por eso queremos ampliar la producción, para tener más disponibilidad y dejarlas fermentar más en botella para encontrar nuevos matices”, señalan quienes andan ya con ganas de que llegue una nueva vendimia a partir de mediados de agosto.
Ambas destacan que han encontrado “mucho machismo” en el mundo del vino jerezano. “Pero también hay gente, hombres mayores, que nos cuidan y nos tratan con mucho respeto y cariño”, aclaran con una inmensa sonrisa, la misma que mantienen al explicar que cuentan con la única bodega del Marco de Jerez donde todos los procesos los lideran mujeres. “Hasta las uvas que compramos están criadas por dos viticultoras”, apuntan. Las etiquetas, además, son obra de la artista jerezana María Melero. Solo les falta el tractor que un día les gustaría conducir para arar ellas mismas la tierra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
