Hacia el objetivo de almacenar las renovables
Baterías de estado sólido se suman a los avances tecnológicos que permiten sacar el máximo partido a la solar y la eólica, y paliar sus problemas de intermitencia


Uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta el desarrollo de las renovables tiene que ver con la manera de almacenar esa energía generada en paneles fotovoltaicos y aerogeneradores. No siempre —ni a todas horas— sopla el viento y brilla el sol, por lo que es vital acumular esa electricidad verde para cuando sea necesaria. Esa es precisamente la función de los sistemas de almacenamiento: compensar de forma parcial las ausencias e intermitencias de las fuentes renovables (en el corto, medio y largo plazo), y contribuir a la estabilidad de la red.
Sus beneficios son múltiples. En las horas diurnas y los fines de semana —cuando hay un exceso de producción renovable o la demanda es baja—, esa energía se guarda para liberarla a la red en los picos de demanda o cuando llegue un periodo de menor generación. Al evitarse el desperdicio de energía limpia, se reduce la necesidad de quemar combustibles fósiles como el gas. Todo esto ayuda, además, a equilibrar los precios del mercado eléctrico.
Progreso constante
En los últimos años, el avance en las técnicas de almacenamiento ha sido enorme. El bombeo hidráulico y la fabricación de baterías, sobre todo de litio, cada vez más baratas y eficientes, es una realidad. Una de las principales novedades que se esperan entre este año y 2026 es la comercialización de baterías de estado sólido, que destacan por una mayor densidad de energía y más ciclos de descarga. El sector reconoce que para aumentar la potencia de estos dispositivos es urgente una evolución de sus componentes, e incorporar ánodos y cátodos fabricados con materiales menos escasos como el grafito o el silicio.
Pero esto es solo el principio, porque ya se investiga con nuevas tecnologías —como baterías de flujo, hidrógeno verde, almacenamiento térmico en sales o en forma de gases, como aire comprimido, amoniaco y metanol, entre otras— que podrían complementar e incluso sustituir a los actuales acumuladores. “Su desarrollo debe ir asociado a su capacidad para dar respuesta a las necesidades del sistema y del mercado eléctrico”, señala Juan de Dios López Leiva, director técnico de la Asociación Empresarial Eólica (AEE).
El futuro del almacenamiento, apunta este experto, no va a depender de una única tecnología. Las baterías seguirán siendo cruciales, aunque otras soluciones —más sostenibles o adaptadas a distintos usos— ganarán terreno. “El mix tecnológico será clave para un sistema energético 100% renovable y resiliente”, añade. Coincide con esta opinión el director general de APPA Renovables, José María González Moya, quien aboga por avanzar hacia un sistema de almacenamiento diversificado. “Cada opción tiene su aplicación óptima según la duración del almacenamiento y el uso previsto, que puede ser de horas, días o semanas”, señala.
En determinados tramos del día, el 80% de la generación de energía en España procede de fuentes renovables y se registran enormes diferencias de precio en el mercado eléctrico, con franjas horarias en las que la electricidad está a coste cero y otras en las que el megavatio-hora (MWh) alcanza los 200 euros. “El almacenamiento es hoy una necesidad estructural del sistema, no un complemento”, insisten desde la patronal de las renovables. Entre otras cosas, porque ayuda a equilibrar estas situaciones, a moderar los precios y a mejorar su previsibilidad a futuro.
Por eso, prosigue González Moya, es necesario “priorizar el almacenamiento como una infraestructura crítica”. Cuanta más energía se acumule y mejor funcionen estos sistemas, más renovable podrá incorporarse a la red eléctrica y antes se avanzará hacia las metas establecidas por la UE para 2030. Para esa fecha, el 45% de toda la energía producida por los Veintisiete debe ser limpia.
Instalar estas infraestructuras en determinadas localizaciones óptimas es esencial para aprovechar al máximo todo su potencial. Esto incluye plantas fotovoltaicas, eólicas e hidroeléctricas, subestaciones y nodos de la red. “Dentro de la congestión de acceso en muchos de esos nodos se dispone de suficientes solicitudes de acceso de proyectos de almacenamiento con baterías y bombeo”, explica el presidente de la Comisión de Energía del Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Madrid (Coiim), Jaime Segarra. Pero mientras los relacionados con las baterías se pueden ejecutar en menos de dos años, los de almacenamiento por bombeo requieren un mínimo de seis.
Pese a los esfuerzos, este ingeniero advierte que España “va con retraso” en relación con los países más avanzados como China, EE UU, Australia o Reino Unido “debido a la falta de regulación de los mercados de capacidad que establezcan las oportunidades de inversores”. Para que todas estas inversiones sean rentables, desde el Coiim urgen a establecer con claridad cuáles son las reglas del juego. “Hay que adaptar la regulación y normativa del mercado de capacidad, en otros países ya funciona”, comenta Segarra. La suma de todos estos sistemas de almacenaje implicará una mejor gestión de la energía. “Ayudarán a cubrir las carencias de las tecnologías renovables, su intermitencia, su falta de inercia y su incapacidad para regular frecuencia-potencia y tensión”, remacha.
Más ayudas para proyectos a gran escala
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (Pniec) contempla que el almacenamiento pase de los 3,3 gigavatios (GW) actuales a más de 22 GW en 2030. Para ello, el Gobierno ha duplicado las ayudas y recientemente ha lanzado otro paquete de subvenciones de 700 millones de euros procedentes de fondos europeos. El dinero servirá para cofinanciar entre 80 y 120 proyectos de almacenamiento a gran escala que deberán estar concluidos antes de finales de 2029. Según el Ejecutivo, este impulso “contribuirá a asegurar la transformación del sistema energético para que sea más flexible, robusto y resiliente”. Además, se logrará “una mayor penetración de las fuentes de energías renovables en el sistema eléctrico español” y se reducirá la dependencia de España de los combustibles fósiles, lo que favorecerá la lucha contra la crisis climática.
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