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¿Por qué el cotilleo no es tan tóxico como se piensa? Su poder también puede servir para el bien

Hablar de alguien a espaldas de la otra persona tiene mala fama, pero puede ser una fuerza que una y ayude a crear vínculos. Lo importante es con quien se comparte un chisme y cómo se usa, si es para conectar o para dividir, para comprender o juzgar

Cotillear para hacer el bien

Ocurre en el trabajo, con el grupo de amigos y en la propia familia. Se quiera o no, los chismes surgen a diario y casi forman parte de la cotidianidad. El significado de “cotillear” se relaciona, según la RAE, con la acción de hablar de manera indiscreta o maliciosa sobre otras personas y sus asuntos. El término “cotilla” se remonta en España a un personaje histórico de nombre María de la Trinidad, conocida como Tía Cotilla, presente durante el reinado de Fernando VII, quien era líder de una banda involucrada en cotilleos y que se hizo tan conocida que su sobrenombre es hoy sinónimo de una persona chismosa.

Las personas pasamos aproximadamente una hora al día chismorreando, esto es lo que ratificó un estudio publicado en febrero de 2024 en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences. En el informe Explaining the evolution of gossip (explicando la evolución del chisme, en castellano) se aclara cómo el cotilleo ha evolucionado para ayudar, incluso, a los grupos sociales a funcionar, al difundir información útil sobre sus miembros y a fomentar la cooperación. “Cotillear es una característica omnipresente de la comunicación humana”, explica la psicóloga y psicoterapeuta Bárbara Zorrilla. “Desde el punto de vista de la psicología social, el chisme ayuda a reforzar cuáles son las normas sociales, qué es lo adecuado y qué no, por eso muchas veces se cotillea para sancionar socialmente a la gente que no cumple con esas normas”, sostiene.

La psicóloga experta en técnicas de comportamiento humano Silvia Manjavacas coincide en que los cotilleos nos hacen sentir parte de un grupo como una forma de vincularnos y regular las relaciones, crean pertenencia e, incluso, alivian tensiones. “Hay cotilleos buenos, siempre y cuando no haya intención de dañar al otro, que no exponga su intimidad sin su consentimiento”, argumenta esta experta.

Sin embargo, cuando un chisme se convierte en un juicio o se usa como arma hacia la otra persona se convierte en nocivo. “No es una cuestión de frecuencia, sino de contenido. Actuar en función de información no contrastada es muy peligroso. Una persona, por ejemplo, con rasgos narcisistas puede querer hundir la reputación de alguien mediante chismes malintencionados”, asegura Zorrilla. “Cuando se convierte en un modo de excluir o controlar al otro y refuerza dinámicas de poder (’yo sé algo que tú no sabes’), porque rara vez tenemos el contexto completo, lo que se transmite es solo una parte de la historia contada desde un lugar concreto. Los pensamientos que generamos a partir de rumores suelen ser automáticos, distorsionados y difíciles de cuestionar”, argumenta Manjavacas.

Importa más con quién cotilleas que el propio chisme

Por lo general, la gente disfruta del salseo. Es divertido, genera disfrute emocional y es placentero. De hecho, una de las cuestiones más importantes al cotillear es con quién se hace. El estudio Cómo la información en redes facilita el chisme estratégico, publicado el pasado julio en la revista científica Nature Human Behaviour, llega a la conclusión de que los humanos somos capaces de calcular de manera instintiva con quién cotillear, considerando su popularidad y la conexión con la persona sobre la que se habla. Este proceso cognitivo permite que el chisme se propague y se expanda mucho y muy rápido, minimizando el riesgo de que llegue a la persona equivocada. “No todos los oídos son iguales. Hay quienes recogen un comentario con cuidado y discreción y quienes lo convierten en fuego cruzado. Importa más con quién chismorreas si sabes quién alimenta la crítica y tiene la capacidad de expandirlo; elegir con quién lo compartes no solo es elegir qué nivel de daño quieres, sino también el papel que vas a jugar en esa conversación”, analiza Manjavacas.

“El chisme activa una zona del cerebro que conocemos como circuito de recompensa, porque se libera dopamina y actúa como las adicciones”, comenta Zorrilla. “En la cadena de transmisión de los rumores se ha comprobado cómo el chisme se va tergiversando y el mensaje original cambia a medida que se transmite de unos a otros. Si en esta cadena hay eslabones maliciosos, estos se van a encargar de añadir un componente sensacionalista y peyorativo. Una vez que el rumor ha empezado, el emisor inicial pierde el control de su curso comunicacional”, expresa la psicóloga clínica María Ángeles Fernández. Según la Asociación Americana de Psicología, si no tienes nada bueno que decir de alguien, no digas nada. Eso detiene su efecto.

La persona que escucha un chisme es también responsable de su divulgación, sea cual sea el medio que elija. “¿Por qué necesito contar eso? ¿Para qué? ¿Qué me genera saberlo? ¿Contribuyo a una conversación o solo alimento el morbo? Si escuchamos un cotilleo hay que tratarlo con conciencia y cuidado. No se debería divulgar algo que no sabemos si es verdad, ni actuar en base al chisme, porque hay diferencia entre tomar nota y tomar decisiones. Lo sano es verificar con la persona implicada y comprender el contexto. El cotilleo no es dicotómico, lo importante es cómo lo usamos, si es para conectar o para dividir, para comprender o juzgar”, asegura Manjavacas.

¿Dónde está la frontera entre hablar y cotillear?

Hablar es una forma de expresar pensamientos, sentimientos, experiencias e ideas a la gente que nos rodea, tal y como se recoge en un artículo publicado en la web de la Standford University. “Se puede hablar de una información que es verídica y real, que tiene rigor. Lo importante es la intencionalidad y la veracidad del contenido. Si no hay intención negativa y el chisme es verdadero no se puede decir que sea un rumor malintencionado, sino un mero cotilleo. Por ejemplo: ‘Pepe se va de vacaciones este año al Caribe con su nueva novia”, argumenta Manjavacas.

“Si la intención es compartir con la otra persona una información de la vida de terceros sin que haya malicia, se puede fomentar la reflexión promoviendo el diálogo y la escucha. La gente habla de los asuntos privados de otros, hechos cotidianos que reflejan la complejidad de la vida humana. Nos gusta saber de los otros para, a través de su vida, comparar la nuestra y medir nuestros temas personales y familiares”, asevera Fernández. “En entornos comunitarios o familiares, un comentario compartido desde la buena intención puede abrir espacios para la reflexión, siempre que cuidemos la confidencialidad y la dignidad del otro”, añade Manjavacas. “Cuando se piensa en el bienestar de la persona de quien hablamos, existe una mirada hacia el bien común. La información se puede transmitir si se usa el chisme para ejemplificar algo que se ha de mejorar en la comunidad, o bien, servir de base para el diálogo y la reflexión y buscar soluciones que ayuden al grupo social”, apunta Fernández.

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