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Cómo sembrar nomeolvides, caléndulas y otras herbáceas en otoño y tener éxito

No todas las especies son apropiadas para germinar ahora, han de resistir el frío y posibles heladas. Además, es clave cuidar la profundidad de la siembra y que las semillas reciban luz solar y un correcto riego

Nomeolvides myosotis
Eduardo Barba

El verano da sus últimos coletazos y bocanadas estertorosas. Poco a poco, sus temperaturas altas, bajan, y la humedad ambiental sube algo en las regiones de aires secos. El mercurio de los termómetros se detiene en cifras benignas para las plantas en aquellos lugares donde hubo días sofocantes por completo. En jardinería bien se sabe que el otoño es un fresco repunte que regala el año para que las yemas broten de nuevo, ya sean yemas de hoja o yemas de flor, y las plantas tengan un periodo de crecimiento resultón. Claro está, no será al nivel de la jugosa primavera, pero si en estos días se tiene una mirada atenta se puede comprobar de primera mano que muchas plantas están en pleno crecimiento activo.

Todo este aumento en la actividad de las plantas lleva aparejadas tareas imprescindibles en los jardines, como su nutrición con los abonados de otoño —más bajos en nitrógeno y más ricos en fósforo y potasio—, la plantación de bulbosas como tulipanes, narcisos o jacintos —que darán sus flores a finales del invierno y comienzos de la primavera—, además de la necesaria visita a las floristerías y los viveros para adquirir nuevas plantas. Una de estas tareas, que acarrea innumerables satisfacciones, es la de la preparación de semilleros. Este trabajo permitirá aumentar el número de plantas en la terraza como por arte de magia, ya que en pocos días se pueden tener cientos de nuevas plántulas que darán flor en los meses venideros.

Para obrar este milagro hay muchas formas de hacerse con la simiente: se puede comprar un sobrecito con semillas en la floristería de la esquina; se pueden rescatar esas granas que nos regaló el vecino del pueblo (y que teníamos olvidadas en el fondo de un cajón) o se le puede preguntar a la jardinera del parque municipal si hay por allí algún fruto de alguna planta que espere a ser semillada justamente en este mes. Se tiene que ser ágil y efectivo, ya que hay poco tiempo para sembrar: en un par de meses llegará el frío que ralentizará el crecimiento de las pequeñas plántulas e incluso lo detendrá por completo.

Evidentemente, no todas las especies son apropiadas para germinar ahora en septiembre y primerísimos de octubre, sino que han de ser aquellas que resistan sin despeinarse días fríos y quizás heladas puntuales si se vive en regiones que las tengan, por lo que a continuación se verán algunas opciones muy asequibles por su disponibilidad en las tiendas. En este grupo de plantas se destacan las herbáceas, aquellas cuya consistencia no tiene la de la madera de las arbustivas o de las arbóreas, cargaditas hasta las cejas de lignina, la sustancia que endurece sus tejidos hasta hacerlos casi tan duros como una roca.

El lugar para colocar estos semilleros ha de ser aquel que le ofrezca protección, en la parte más resguardada de la terraza, siempre y cuando cuenten con toda la luz posible, lo que incluye al menos unas pocas horas de sol directo. Contra una pared, que mire al sol del amanecer, por ejemplo, o protegido del aire frío por una jardinera más alta, son posibles sitios más apropiados.

Asimismo, una opción muy aconsejable para muchas de estas especies que se siembran en otoño es la de efectuar una siembra directa, que es la que se realiza en el mismo lugar donde la planta crecerá y florecerá. Por poner un ejemplo, pensemos en un macetón en el que crezca un madroño (Arbutus unedo). Al pie suyo queda un estupendo hueco que recibe el sol durante una parte del día, un sitio maravilloso para preparar el sustrato para una siembra directa: se remueven los primeros 15 centímetros de sustrato con ayuda de alguna palita o de un cuchillo jardinero japonés y se mulle bien. A continuación, se nivela el sustrato para dejarlo plano y se asienta, ejerciendo una presión justa que no lo compacte, hecho lo cual ya se pueden echar espaciadas media docena de semillas de caléndula (Calendula officinalis). Estas se cubren con una fina capa de sustrato y se vuelve a asentar ligerísimamente con la misma palma de la mano, sin compactar, para poner en íntimo contacto la semilla con el sustrato; también puede ser útil para esta tarea la parte baja de un vaso de vidrio, a modo de ligera prensa. Finalmente, se dará un riego que hidrate todo el volumen de sustrato removido.

Como guinda final, se pueden espolvorear por encima unas docenas de semillas de mielaria (Lobularia maritima), como si de sal sobre el sustrato se tratase, y luego volver a regar, para que ese sustrato envuelva ligeramente estas semillas, que son muy finas y no les gusta que las entierren en exceso.

En este proceso hay varios conceptos clave que siempre es bueno respetar cuando se hace un semillero. Uno tiene que ver con esa profundidad de siembra, que ha de respetar la medida general de enterrar la semilla con una capa de no más del doble del tamaño de la semilla. De lo contrario, la plántula correrá el riesgo de no poder emerger a la luz, y morirá en el intento, si es que germina incluso. Si se aplica bien esta medida, se comprueba que la profundidad de siembra es mínima. Otro concepto es el de la propia luz, ya que la semilla ha de recibir luz intensa, inclusive sol directo, en cuanto germine. Por último, la hidratación de la semilla, que ha de ser continua, pero evitando el encharcamiento que la llevaría a la pudrición; para ello se recurre a sustratos que tengan buen drenaje. Muchas personas utilizan un sustrato específico para hacer semilleros, si bien no siempre es algo indispensable. Ahora solo queda pulverizar con agua todas las mañanas la zona del semillero, hasta que se note que el sustrato ha recibido el riego correcto. De igual forma, el riego se puede efectuar con una regadera de ducha muy fina o algo similar que deje caer el agua de manera dulce y sutil.

Cuando el semillero se efectúe en una maceta, o en una bandeja, se siguen los mismos principios. Y, si continúan las dudas, nada como preguntar a quienes saben, que seguro que habrá alguien cerca para aclarar los interrogantes que surgirán en todo el proceso.

¿Y cuáles pueden ser las especies elegidas? Aparte de las mencionadas caléndulas y mielarias, varias más son sencillas de germinar: las bocas de dragón (Antirrhinum annuus) con sus vivos colores; los guisantes de olor (Lathyrus odoratus) no comestibles, ideales para trepar por los barrotes; los perfumados alhelíes amarillos (Erysimum cheiri) o los alhelíes encarnados (Matthiola incana); la tríada de herbáceas de flores azules del aciano (Centaurea cyanus), de las arañuelas (Nigella damascena) y de la borraja (Borago officinalis) —esta última, solo si se tiene mucho espacio—; la delicadeza de otra herbácea azulada sacada de un sueño, el nomeolvides (Myosotis sylvatica), de semillas negras y brillantes como el azabache; el perejil (Petroselinum crispum); la zanahoria silvestre (Daucus carota), de inflorescencias tejidas de encaje de lencería; la alegre silene mediterránea (Silene pseudoatocion), que roba las miradas; el famoso clavel (Dianthus caryophyllus); las espuelas de caballero (Delphinium ajacis) de las huertas de los pueblos; o la anaranjada amapola de California (Eschscholzia californica), si podemos librarla de las heladas invernales en un sitio algo más resguardado.

También se puede preguntar en la floristería por las especies más convenientes, o mirar en la información del sobre si es la época para sembrar. Si no, pues se compra el sobrecito igual, que ya se sembrará cuando sea el momento. La primavera llegará a la velocidad de la luz.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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