Madrid, la segunda región de Europa con más rotondas gracias a la especulación urbanística: una por cada 30 intersecciones
Autores como Erik Harley o el colectivo Nación Rotondas han abordado este fenómeno durante años, utilizándolo como metáfora de la fiebre hiperconstructiva en España


Se pueden visitar los ecos de esta rivalidad histórica conduciendo de rotonda en rotonda. Leganés (194.000 habitantes) y Getafe (190.000) siempre miraron de reojo a su vecino de enfrente. El fútbol, para variar, ha representado mejor que nada la competencia entre ambos municipios. Antes de que las dos ciudades alcanzasen simultáneamente la Primera División, estuvieron mucho tiempo batiéndose en duelo en el barro de la Tercera y la Segunda B. Era el final de los años 90. Mientras las aficiones vibraban dentro de unos estadios sin lustre durante esos derbis calientes, los constructores inmobiliarios experimentaban con estas localidades como si aquello fuera el Monopoly. El bum del ladrillo impulsó el crecimiento al sur de Madrid y, en cada nueva construcción, la guinda del pastel era la misma: una rotonda. Así, Leganés y Getafe empezaron a competir también en la construcción, auspiciados por sus alcaldes.
“Era increíble, una pelea de rotondas. Se multiplicaron por todas partes”, cuenta maravillado el experto en estudios urbanos Erik Harley, de 32 años. Por su cercanía a la base aérea, Getafe empezó a decorarlas con aviones de combate, aunque la fiebre por idear rotondas inimitables llegó hasta tal punto que se llegó a instalar un somier gigante en la calle del Greco o un toro bravo a la entrada de la A-42. Leganés, por su parte, ofrece un popurrí infinito de obras que nadie sabe por qué están allí. El dato exacto de rotondas en cada municipio no existe. Sin embargo, los dos han contribuido a que Madrid sea la segunda región de Europa con más rotondas, solo después de Nantes (Francia).
Hubo un día, al finalizar el confinamiento por la Covid-19, en el que David Martínez, un hombre de unos 40 años, quiso jugar a ser fotógrafo “artístico”. Con un espíritu melancólico trató de reinventar su territorio, el barrio de La Poza del Agua, al sur de Leganés, y se fue con su Nikon D40 y un teleobjetivo a la rotonda de entrada al municipio para capturar el atardecer. Aquel acto removió algo dentro de Martínez, que acumula en su archivo miles de fotografías de esta rotonda, decorada por siete muñecas con falda, cada una de un color, que él asegura que se llama “Por los derechos de las mujeres” —aunque no hay constancia de ello— y que atribuye al famoso artista Eladio de Mora-Granados, quien también diseñó el Oso de Boadilla animado por un presupuesto de dos millones de euros. “Todas mis obras tienen una doble lectura, pero lo que trato es que el público, ante ellas, sonría”, dice Eladio sobre sí mismo.
“Yo no sonrío frente a esta rotonda. Vengo a pensar”, afirma Martínez mientras es conducido de un lado a otro por su perro, Chulo. “Cuando era pequeño no recuerdo casi rotondas en Leganés, ahora, cada 500 metros te topas con una. Redirige el tráfico, pero también lo ralentiza. La verdad, esta es la única que me gusta. Hay algunas que son como hierros oxidados, dicen que son esculturas, pero yo no las veo por ningún lado. No las entiendo. Y lo que no se entiende no te puede gustar”, termina por decir.
Erik Harley acaba de publicar su tercer libro, Pormishuevismo. Rotondas & mamotretos (Anaya Touring, 2025), en el que, a través de la crítica social y el enfoque divulgativo, aborda el fenómeno de las rotondas en España. España es, después de Francia, el país del mundo con más rotondas, con 591 por cada millón de habitantes, según un estudio de portal de datos Statista, que recoge cifras proporcionadas por la página web www.erdavis.com. Madrid está a la cabeza del país, con una rotonda por cada 30 intersecciones. “Las rotondas son una metáfora para representar esas heridas del territorio urbanístico que explican el concepto de hipertrofia constructiva. De por qué hemos confundido cantidad con calidad, de por qué hemos confundido destruir la naturaleza con generar progreso. La rotonda es una excusa para hablar de todo eso”, cuenta Harley, cuyo libro está inspirado en parte en un proyecto anterior llamado Nación Rotonda, nacido en 2013 y comandado por arquitectos e ingenieros que abordaron los desastres urbanísticos y la expansión inmobiliaria.







En 2015, Nación Rotonda, compuesto por Miguel Álvarez, Esteban García, Rafael Trapiello y Guillermo Trapiello, publicó su libro homónimo por la editorial PHREE con el propósito de que “sirviera de advertencia”. “La realidad es que no ha sido así, seguimos intentando la misma solución que hace 25 años. Se construye para maximizar los resultados de los promotores. Es indistinto, da igual en qué ciudad de España estés. Lo singular se ha vuelto genérico. No hay identidad”, explica Esteban. “La Comunidad de Madrid ha liderado el urbanismo desbocado de la burbuja y lo ha exportado. Ha sido una especie de laboratorio de pruebas donde todo experimento era válido si era rentable, y las rotondas son el mejor ejemplo”, apunta Harley. “Madrid es el centro gravitacional del país, la ciudad que más inmigrantes interiores y exteriores atrae, ha tenido una necesidad de crecimiento muy fuerte, por eso los desarrollos se han ido haciendo de manera especialmente salvaje aquí”, indica Rafael Trapiello.
Del mismo modo que Alberto Ruiz Gallardón quiso pasar a la historia con el soterramiento de la M-30, muchos alcaldes de pueblos y municipios persiguieron el viejo anhelo de la inmortalidad instalando rotondas faraónicas para las que destinaron millones de euros. “Para mí, habla de algo muy humano: el miedo a desaparecer del relato oficial. Es muy simbólico que esta gente tenga la necesidad de dar un golpe de la mesa dejando latente algo físico que, cuanto más grande, mejor. Piensan que nadie les recordará por sus políticas sociales y sí por sus rotondas. No tiene ningún sentido”, reflexiona Harley.
Entre todas estas “barbaridades”, Harley se queda con El monstruo de Leganés, una obra monumental construida con fibra de vidrio, resina, poliéster, acero y témelas de colores ubicada a pocos metros del estadio de Butarque y de un Carrefour. De nuevo, el artista más cotizado entre alcaldes y concejales —Eladio de Mora— es su autor. No contento con una única figura, Eladio metió otro monstruo “porque la fuente quedaba muy vacía con un solo animal”, según declaró en 2009. Francisco José De la Poza, de 20 años, y Carlos de Gregorio, de 22, son testigos cada día de este monstruo conocido como Nesi. Ambos trabajan en un parque tecnológico cercano y vuelven a su casa en Fuenlabrada en autobús. “Leganés es otra liga en rotondas, esto es primera división. Yo en mi barrio no encuentro estas idas de olla y aquí es la norma. A veces son tan feas que cuando no estén se las echará de menos. Supongo que la estrategia es parar la velocidad de los coches. Y lo consiguen, la entrada y salida de Leganés es un atasco diario”, señala De la Poza. A pocos minutos, en la entrada de La Fortuna, se invirtieron 150.000 euros de dinero público en una menina y un menino de 6 metros de altura, obra del escultor murciano Máximo Riol.
También en la capital abundan los ejemplos. El obelisco de Calatrava de Plaza Castilla representa exactamente “el fracaso” de esta fiebre hiperconstructiva y especulativa. Una escultura salomónica que costó 14 millones de euros, de los cuales cinco terminaron siendo abonados por el Ayuntamiento de Madrid. “El 30% lo abonaron los madrileños y apenas se inauguró, dejó de funcionar”, señala Harley. El consistorio se terminó desentendiendo del mantenimiento por su elevado coste, unos 150.000 euros anuales. “Es muy triste que construyamos rotondas que son palos de oro cuando aún hay gente, en la Cañada Real, sin ir más lejos, que no tiene dinero para un techo y además está sin luz. Este tipo de hitos urbanos no celebran nada común, no celebran la ciudadanía, celebran la diferencia, el clasismo y que el poder no es igual para todos”, sentencia.

Rafael Trapiello, ingeniero, pero conocido por su labor como fotógrafo, categoriza las rotondas en dos clases. Por un lado, “las que tienen esculturas” u elementos estrambóticos en el interior. “Muchas financiadas con el 2% cultural”, apunta. Por otro, están sus favoritas, las que contienen dibujos que solo pueden ser perceptibles desde el aire. Por ejemplo, la colección de rotondas que enseña a través de Google Maps en el barrio del Nuevo Tres Cantos, donde frente a un horizonte vacío, junto a edificios a medio hacer y en medio de la nada, hay una rotonda con forma de cara sonriente, otra de pelota de béisbol, otra de flecha, de cruz o de aro salvavidas. “Parece un chiste, pero es real”, dice.
Madrid, por su diseño, es en sí misma una gran rotonda: la M-30, la M-40, la M-50. “Las ciudades sin accidentes geográficos se suelen organizar con circunvalaciones”, asegura Trapiello. “Lo que ocurre con el fenómeno de la gentrificación es un símil muy pertinente respecto a las rotondas. Yo todavía me resisto a creer que el centro de Madrid se termine convirtiendo en la escultura de una gran rotonda. Aunque lo estamos abocando a eso, a ser una atracción turística”, finaliza.
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