Un nuevo eje cultural en el Madrid de los Austrias
Las obras de rehabilitación del antiguo edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas en la Plaza de España, que ocupará la Fundación Mutua Madrileña, encaran su último año


Estos días de frío y lluvia conviene alzar la mirada cuando se camine por la Plaza de España y el Paseo de Bailén. Protegido por unas redes de construcción, un constante ir y venir, provisional, de vehículos y una salvaguarda de vallas metálicas, espera el momento para recuperar su esencia, la que, quizá, es la última joya arquitectónica de una de las zonas más reconocibles de Madrid.
Detrás de esa frase, repleta de subordinadas, discurre la rehabilitación del edificio que albergó la antigua sede de la Real Compañía Asturiana de Minas. El último inmueble alfonsino —referido a Alfonso XII— que construirá la capital. De hecho, los planos se firman en 1895. Declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1977, es propiedad de Mutua Madrileña. La aseguradora ha invertido alrededor de 30 millones para crear un nuevo foco cultural en Madrid, que servirá, además, de sede de su fundación, a través de un laborioso proceso de restauración comenzado en 2024 y que debe finalizar durante el verano de 2026.
La cartografía es precisa y reconocible. Recupera la vida en el número 8 de la Plaza de España. O sea, al lado del Senado y frente a los Jardines de Sabatini. Cuando esté finalizado e inicie su actividad, trazará un nuevo eje cultural en el Madrid de los Austrias, junto con el Palacio Real y la Galería de las Colecciones Reales.
En las obras de rehabilitación del edificio se afanan unas 300 personas coordinadas por la constructora Fernández Molina, siguiendo el proyecto del arquitecto Fernando Espinosa de los Monteros. Dispone de más de 4.000 metros cuadrados y quiere ser un centro difusor de la cultura, las artes y las humanidades impulsado por la Fundación Mutua.
Tras finalizar su rehabilitación, contará con salas de exposiciones distribuidas en tres plantas, aulas y talleres destinadas a actividades culturales y sociales, así como un auditorio con un aforo de unas 210 personas. El planteamiento es un cruce de caminos que dé cabida a distintas generaciones. Una pieza que —contemplada desde fuera— revela una forma en “V” y crea una bisagra entre las calles Bailén y la Plaza de España. Dentro espera, según sus responsables, incluso, Eiffel.

La construcción del inmueble —destinado a albergar la sede madrileña de la compañía hispano-belga Asturiana de Minas— comenzó en 1898 en una ciudad que todavía buscaba definirse como capital moderna. Convive la tensión entre clasicismo y novedad. Una tensión que viaja por muchos rincones de Europa. Si París era el laboratorio de los grandes experimentos urbanos y Berlín crecía con la pujanza industrial, Madrid parecía debatirse entre ser una villa castellana monumentalizada o un centro urbano capaz de dialogar, de igual a igual, con las capitales europeas.
El futuro edificio de la Fundación Mutua Madrileña es el espejo de esa búsqueda. Por fuera, un ladrillo aplantillado, granito berroqueño de la Sierra del Guadarrama y, claro, zinc. “Llevo cuatro décadas en la profesión y jamás había visto un edificio como este”, admite Espinosa de los Monteros. Y añade, con esa emoción de quien llega, por primera vez, a un lugar inesperado: “Existen pocas cosas tan enriquecedoras como trabajar en un edificio histórico y darle un nuevo uso. Porque supone, a la vez, restaurar esa parte de legado y aportar soluciones de tu tiempo”. También recupera una letra incluida en las siglas BIC, su compromiso con la cultura, subraya.
El proyecto base combina una edificación casi palaciega —sobre todo por su remate en tres torreones— con el empleo industrial en la parte posterior, ya que estaba destinado, al mismo tiempo, a ser las oficinas centrales de la compañía minera y servir de almacén para la distribución de los productos derivados del zinc que manufacturaba la empresa.

Ese es el principio del comienzo. Las fachadas son un auténtico repertorio de elementos ornamentales que están fabricados con zinc pintado al silicato. Balaustradas, guardapolvos, cornisas, remates, coronamientos y cubiertas. Vendían, pensemos, a hoteles como el Ritz. El visitante, desde fuera, entiende el sentido ecléctico del inmueble original. El ladrillo recorre la tradición mudéjar y los mascarones, cabezas de león, elementos geométricos y vegetales llevan al clasicismo renacentista. Quien se fije hallará, dispersos, tuercas o tornillos, aportes de maquinaria, que mantienen vivo el carácter industrial de la compañía.
La estructura de uso —en lenguaje de los arquitectos— resulta clara. La planta baja y la antigua nave de almacenaje (18 metros de altura) serán la primera zona que albergará exposiciones, a la que se añaden también, con idéntico fin, la primera y la segunda, mientras que la tercera acogerá aulas, talleres y las oficinas de la Fundación Mutua Madrileña. “Dispondremos de un gran espacio para ofrecer a los conciudadanos y a quienes nos visiten una oferta expositiva de gran calidad, atractiva e innovadora, tanto en cultura y arte, al igual que en el tratamiento de temáticas sociales”, describe Lorenzo Cooklin, director general de la Fundación Mutua Madrileña.

¿Y Eiffel? ¿Dónde anda el maestro? Los arquitectos están convencidos de que una arremolinada escalera de hierro forjado, que está siendo restaurada y que ejercía de salida de incendios, procede de su taller. Por su diseño y debido a la participación de Eiffel en otros proyectos en España en esa época, Martínez Ángel, probablemente, contó con la inspiración del genio francés para otra novedad. Una cercha de hierro abovedada que recorre la parte superior del almacén y que se adapta a la climatología. Imaginemos un viento fuerte. Aunque a escala milimétrica, semeja el bambú que cede y corrige con el aire. El secreto son unas rótulas que la convierten en una estructura articulada. Mientras, un bello lucernario reposa sus días en el taller tratado por expertos.
El edificio es el último de su especie porque pertenece a un mundo que estaba a punto de desaparecer: el eclecticismo historicista, del optimismo industrial y de las grandes compañías mineras. Muy pronto llegarían los cambios radicales del modernismo, del racionalismo, de la arquitectura del hierro y del hormigón armado en su versión más pura. Pero el futuro edificio de la Fundación Mutua Madrileña y que ahora se rehabilita, casi de forma artesanal, permanece como un testimonio: la memoria de un tiempo en que Madrid quiso mirar a Europa y lo hizo con una arquitectura que era, a la vez, esa memoria y una promesa.

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