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Kelvin, víctima inocente de los Dominican Don’t Play: “Estaba en el sitio equivocado”

Un venezolano de 20 años recibió un disparo en Usera que lo ha dejado en silla de ruedas. La banda lo confundió con un rival Trinitario. Once implicados fueron detenidos hace dos semanas

Kelvin, en silla de ruedas, y su madre, Edith, en la puerta del hospital el pasado miércoles/ Patricia Ortega
Patricia Ortega Dolz

—¡Baja patria!—, gritó el encapuchado, abordando a Kelvin por la espalda y obligándole a arrodillarse en el suelo, mientras otros cuatro jóvenes lo rodeaban. —¡Baja patria!—, repitió.

—No sé qué es eso—, respondió Kelvin, desconcertado, mientras veía de reojo una pistola en la mano de uno de ellos.

—Dispárale—, ordenó el del pasamontañas.

El proyectil entró por el costado izquierdo de Kelvin, le rozó el corazón, le atravesó el pulmón, el hígado, el bazo, y se alojó en su estómago. Cayó desplomado en la calle, mientras aquellos chicos que no había visto en su vida lo pateaban y macheteaban. Logró protegerse un poco la cabeza con el brazo y con la mano, y les gritó: “¡Parad! ¡Me vais a matar!”. Los atacantes huyeron en la oscuridad de la noche invernal. Sucedió el pasado 14 de enero.

Kelvin, venezolano de 20 años, no sabía que aquel grito con el que fue asaltado era la manera en la que las bandas condenan o sentencian al rival o al traidor. Levantó la cabeza y vio a su amiga, que corría en dirección contraria, de vuelta a su portal. “¡Jéssica!”, la llamó. La chica, a la que él estaba esperando debajo de su casa para ir bailar a alguna de las discotecas del centro de Madrid, se dio la vuelta, aterrada por lo que acababa de presenciar. Luego, se acercó temerosa a Kelvin y comprobó que estaba malherido y sangrando. “Llama a una ambulancia”, le pidió él entregándole su móvil. Y aún le quedaron fuerzas y aliento para telefonear a su primo, con quien desde hacía menos de un año vivía en Madrid. “Duré rato tirado en el piso, pero yo no me podía morir ahí”, contaba Kelvin, sentado en una silla de ruedas, en el hospital donde ahora lucha por volver a caminar.

El lunes 28 de julio la Policía Nacional ofreció una rueda de prensa en la capital para anunciar que había detenido a las 11 personas implicadas en aquel brutal ataque y, con ello, habían desarticulado la banda más activa y violenta de los Dominican Don’t Play (DDP) en Madrid, conocida como el Capítulo 4 Chorros. El nombre proviene de la plaza de Carabanchel en la que comenzaron a reunirse. Se estima que en la capital operan medio millar de miembros de bandas, siendo los más numerosos y violentos los DDP y los Trinitarios, que rivalizan por un territorio cuyas fronteras invisibles solo ellos conocen.

La inspectora de policía responsable de la investigación lleva casi cinco años moviéndose en Madrid dentro del convulso mundo de esas bandas juveniles violentas, que actúan, proliferan y crecen en las grandes urbes. Cada vez son seducidos más jóvenes por el halo de poder, de dominio y de liderazgo que envuelve a estos grupos.

Pero, en este caso, “la víctima nada tenía que ver con ninguno de estos grupos”, explicó la investigadora ante los periodistas. Los agresores habían salido de caza aquel martes del mes de enero, como en noches anteriores, y se habían adentrado en el terreno de los Trinitarios [la calle de Tomelloso, en el distrito de Usera]. No encontraron a quien buscaban y se toparon con Kelvin, que por entonces llevaba el pelo un poco afro, lleno de pequeños tirabuzones teñidos de rubio. Le emboscaron entre varios y después le dispararon y le atacaron con machetes, “aun sabiendo que no era un miembro de la banda rival”, apuntó después la inspectora de policía.

Ella lo sabe, porque se ha pateado decenas de barrios, parques y bloques de la capital, conoce ya a muchos de esos chicos, y sus andanzas, y alguno se lo confesó con un “perdón, inspectora”. Ella, con sus agentes del grupo 23, ha liderado durante meses una investigación que guardaba una promesa. En una de sus visitas al hospital, donde el chico permaneció tres meses postrado en una cama le dijo: “Los voy a coger. No necesito que reconozcas a nadie, tu sólo tienes que pelear por salir de aquí bien”.

Una llamada da madrugada

La madre de Kelvin se llama Edith. Tiene 46 años y, desde que aterrizó en Barajas el pasado 20 de enero, solo ha conocido de España habitaciones de hospital. “La bala tocó e inflamó también su médula”, se lamenta la mujer. Todavía se revuelve en la silla cuando recuerda la llamada de su sobrino de madrugada el 14 de enero: “Ha pasado algo, tienes que venir”, escuchó su voz al otro lado del celular. Toda su vida comenzó a girar en ese momento en su cabeza. Le invadió la peor de las angustias, la de perder a un hijo. Y cuenta que volvió a revivir una noche de hacía 13 años, cuando también sonó el teléfono de madrugada y una voz le informó de que le habían pegado dos tiros a su marido en el centro de Caracas para robarle en plena calle. “Fue en 2012, llevábamos juntos desde los 19 años, Kelvin tenía solo seis añitos cuando mataron a mi marido, y mi hijo mayor 14. Me hundí”, recuerda. Dice que en esos días de ansiedad, mientras trataba de conseguir un vuelo para España, se agolparon en su mente todos los duros trabajos que sucedieron a la muerte de su esposo para sacar adelante a su familia, “haciendo de mamá y papá”. Se culpaba por lo ocurrido, pero sabía lo complicadas que se pusieron las cosas en Venezuela hasta que se decidió a probar suerte en Ecuador y dejó a sus dos hijos con su cuñada. Por eso esa segunda llamada urgente de madrugada, desde el otro lado del océano, la pilló allí, cuidando a otros niños, los de una familia ecuatoriana, y ahorrando.

“No quise llevar a mis hijos conmigo porque la violencia en Ecuador también estaba fuerte, así que junté dinero suficiente para cumplir el sueño de Kelvin: irse a Europa, un lugar seguro”, relataba Edith este miércoles camino del hospital, adonde llega cada día desde hace meses tomando un metro y tres autobuses, y empleando dos horas de ida y dos de vuelta. “¿Cómo puede ser que se repitiera la historia aquí? Con mi hijo, uy no…”. Apenas le ha dado tiempo a asimilar su tragedia, ha tenido que aprender a moverse en un país desconocido en tiempo récord y en una situación límite. “La inspectora me ha ayudado mucho”, dice refiriéndose a la policía que investigó el ataque a su hijo.

La policía viene señalando desde hace años que el fenómeno de las bandas no es un asunto solo policial. “Nosotros llegamos cuando el problema ya existe”, explica la inspectora. “Requiere una atención y una actuación integral, desde todos los ámbitos, social y educacional, es un fenómeno urbano en expansión impulsado por las redes sociales, donde todo se mide por el número de seguidores”, añade.

Antes del disparo, Kelvin trabajaba en un restaurante peruano en Madrid, de la mañana a la noche. Estaba contento porque comenzaba a manejar su propio dinero y sus ahorros. Su sueño era convertirse en DJ porque es muy aficionado a la música electrónica y adora el baile y los festivales. Sigue a Joseph Capiatri, Black Coffee, Edgardo Vargas, Gustado Domínguez, Daniel Jimenez, Studiobros, Solomun... Pero nunca había oído nada de bandas, ni las conocía, ni sabía de sus reglas ni de sus códigos y simbologías, ni de los confines de sus territorios. Nada. “Estaba en el sitio equivocado”, resume finalmente la fatalidad, con una media sonrisa por la que se cuela un torrente de encanto.

Tampoco sabía nada de bandas la joven con la que iba a salir aquella noche y que fue clave en la investigación policial porque marcó la dirección de huida del vehículo usado por los atacantes. Las cámaras lo registraron y resultó que se trataba de un coche robado que puso a los investigadores sobre la pista del grupo agresor. Las indagaciones posteriores llevaron a los agentes a descubrir la implicación de un segundo vehículo, lo que denotaba una gran preparación y premeditación para el ataque. Algo más propio de una organización criminal que de una banda juvenil, en la que además ninguno tenía carné de conducir.

“Ese modus operandi denota un salto cualitativo en la forma de actuar de estos grupos y de ahí también la dificultad de la investigación y el gran éxito que supone el resultado”, señala la inspectora. Los cogieron a todos, 11 jóvenes de entre 18 y 24 años, la mayoría nacionalizados españoles, salvo un colombiano y un dominicano. El que disparó el arma, que además había sido usada en anteriores ataques, fue el más joven, el más débil del grupo.

Fue la propia inspectora quien informó a Kelvin en el hospital de las detenciones, llevadas a cabo los pasados 8 y 9 de julio. “No mostró alegría, ni enfado, no preguntó nada”, recuerda. Más bien parco en palabras, Kelvin expresa cierto alivio, pero lo que realmente le importa ahora es recuperarse. Está plenamente centrado en el enorme reto que tiene por delante: “Volver a caminar, voy a volver a caminar”, se convence.

Le preocupa la salida del hospital, la necesidad de tener una vivienda adaptada para su silla, el poder seguir haciendo su rehabilitación en condiciones, pagar la medicación. Incluso ha intentado acceder a una subvención para sacarse el carné de conducir en este periodo de recuperación hospitalaria, pero se la han denegado. “Quisiera poder salir de aquí los fines de semana, cuando no hacemos rehabilitación, y volver a casa; pero un uber de ida y vuelta me cuesta 120 euros”, apunta.

Una enorme cicatriz, desde el pecho hasta el abdomen, parte en dos el tronco de Kelvin. “Treinta grapas”, muestra. Marca con el dedo la entrada del proyectil que le atravesó desde el costado y la caprichosa curva que hizo en su cuerpo hasta alojarse en su estómago, y dice: “El corazón solo lo rozó”.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".
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