Farmacéuticos Solidarios, al borde de la quiebra
1.900 familias viven de las ayudas de esta ONG que da medicinas a los pobres, a un paso de desaparecer desbordada por sus envíos a Valencia tras la Dana


Es relativamente fácil encontrar alguna institución u organización no gubernamental que ayude con alimentos, con una manta o un par de zapatos a quien lo necesita. Pero es casi imposible encontrar quien ayude con los medicamentos para tratar un brote de sarna, un colesterol disparado, una infección bucal o una diabetes. Son medicamentos caros que no puede afrontar quien apenas tiene para sobrevivir. Gran parte de este trabajo lo hace en el sur de Madrid la organización Farmacéuticos Solidarios, que atiende cada semana a 1.900 familias.
La organización reparte medicamentos, pero sus recursos se han agotado y busca desesperadamente nuevos socios para no tener que bajar los brazos. Las cuentas de una organización de este tipo siempre están al límite, pero tras la Dana de Valencia, la organización “está en números rojos”.
“Movilizamos más de cuatro toneladas de alimentos y medicinas a Valencia y no podíamos dejar de hacerlo porque en los primeros días la ayuda no llegaba. Y la gente nos la traía aquí y nos la pedía allí. Todo ese esfuerzo de gente, gasolina, alquileres de furgonetas nos ha dejado al límite”, dice Penélope Gámez, la fundadora de la organización. “Mientras tanto, hay que seguir pagando el almacén en Madrid y hemos tenido que despedir a la única persona contratada que teníamos y que se dedica a organizar la logística”, explica desde la bodega que la organización tiene en Vallecas. Ahora todo el trabajo recae sobre ella, que simultánea la ONG con su trabajo en la farmacia.
Hasta este garaje de Vallecas llegan cada día decenas de vecinos y emigrantes que duermen en la calle, en una habitación, en un coche o en los centros de acogida de El Vivero o Las Caracolas. “Estos centros tienen asistencia sanitaria, pero si hay una infección y el médico receta antibióticos y no tienes dinero para pagarlo, seguirás con la infección. Lo mismo pasa con quien llega con un brote de sarna. Si vienes con un coma diabético te lo van a curar, pero si no te puedes pagar la insulina al día siguiente, estás en el mismo caso”, añade.
“Hemos vuelto a tener muchas familias aquí, estamos alcanzando picos que solo notamos tras el comienzo de la guerra de Ucrania. Tengo la sensación de que se avecina un deterioro económico pronto porque empiezo a ver más gente de lo normal y nos pilla con los bolsillos vacíos”, añade. En otros casos son suplementos vitamínicos, nos llega gente que lleva muchas semanas comiendo arroz y salchichas y después de ir al médico le ordenan que lleve otra alimentación, pero no pueden pagarla".

Precisamente sobre vitaminas, hoy es miércoles de reparto de fruta en el 37 de la calle Sierra de Alcaraz. Ha llegado una donación de frutas y verduras y decenas de personas llegan al reparto. Entre ellos está Ana Isabel, que tiene dos hijos adolescentes, un marido en casa con discapacidad y una hipoteca de 1.200 euros. “Me queda lo justo para pagar la gasolina e ir a trabajar”, explica. “Y aquí me han dado desde las muletas hasta una silla para sentarse al baño. Pero también las pomadas y los medicamentos para la tensión. No sé qué haría sin ellos”, dice sobre Farmacéuticos Solidarios, mientras mueve una caja tras otra. Las horas que le quedan las emplea echando una mano a la organización en el reparto y distribución de alimentos a modo de agradecimiento.
Penélope Gámez no tiene el perfil habitual de una farmacéutica. Ni está forrada, ni heredó la farmacia. “Soy de barrio y de mi barrio, y estoy hasta arriba de hipotecas”, dice sobre su farmacia, “pero no quiero cerrar”. Ella logró convencer a 50 farmacias de Madrid para que se sumaran a un proyecto que comenzó con la pandemia llevando comida y medicinas a los ancianos y acaba de cumplir cinco años de vida. Los socios que se han sumado a su causa pagan de su bolsillo los medicamentos y productos farmacéuticos más demandados: pañales y leche infantil. Más de 500 personas pasan cada mes por su farmacia a recoger medicamentos con receta en la mano y una vez que han pasado por los servicios sociales.
Para los residentes en España los medicamentos se pagan a la mitad de su precio, pero no así para quien está de forma irregular y aún no tiene la documentación en regla. Según explica, es habitual que a la farmacia de Gámez llegue gente que está durmiendo en un coche y aparece, por ejemplo, con una infección bucal por no lavarse los dientes o emigrantes que deben tratarse un brote de sarna que ha cogido en un centro de acogida y por dormir en la calle, ejemplifica. “Pagar la crema y los comprimidos para tratarse la sarna cuesta unos 50 euros, lo que al resto nos costaría unos 14 euros. Otras veces no pueden pagar la insulina o una infección de orina por mala alimentación”, dice.
El garaje de Vallecas es a media mañana un buen observatorio de la realidad económica en el sur de la ciudad. Emigrantes, jubilados, madres solteras... llegan en silencio con las bolsas bajo el brazo, mientras Penélope pone orden dentro y fuera de un almacén que se mueve de forma frenética. Hace unas horas llegó una donación de gafas para la presbicia.
“Tenemos decenas de familias que están en el límite. Un albañil que ganaban 1.200 euros, que de repente se queda sin trabajo con una hipoteca de 600 euros, pasa a cobrar un paro de 800. No tiene derecho al Mínimo Vital porque supera los ingresos, pero ya no tienen para comer”, ilustra. “Es impresionante la cantidad de gente que vive en la cuerda floja y, de repente, pasa algo: un despido, una enfermedad, un accidente... y pasa inmediatamente de ser casi clase media a estar en la indigencia. El sistema está diseñado para los que están dentro”, dice. Gran parte de sus esfuerzos están enfocados en detectar a quienes realmente lo necesitan para evitar abusos. “El que viene en coche, el que le veo en el bingo o llega con las uñas recién hechas de la peluquería, que no cuente conmigo”.

Carlos Salcillo espera con el carrito de la compra a que llegue su turno. Llegó de Perú hace tres años y todo iba bien, hasta que hace seis meses falleció su esposa. Tiene dos hijos, uno que está estudiando y otro con autismo con los que vive en una habitación por la que paga 450 euros. De vez en cuando consigue algún trabajo temporal, pero sigue buscando alguien que le dé empleo como conductor porque no logra permiso de trabajo. “Gracias a ellos puedo dar la medicación que requiere mi hijo. A veces caminamos durante horas por Vallecas. Yo buscando trabajo y él caminando para que se relaje y ejercite. No es fácil cuidar a un chico con autismo en una habitación tan pequeña”, dice. “Gracias a ellos puedo darle la medicación y ponerle los pañales que necesita, que son muy caros”, dice mirando a la puerta donde Jorge, Agustí, Rosi o Ana ayudan a Penélope en el reparto.
Nada ha sido fácil en esta organización, siempre al límite entre lo que entra y lo que se necesita, desde que en 2020 comenzaron llevando alimentos y medicinas a los ancianos de Vallecas durante la pandemia. “Empezamos llevando medicamentos a diez abuelitos a los que además les hacía la compra, les hacía curas, les paseaba al perro... Entonces, empecé a ver que había mucha necesidad y que la precariedad se estaba cebando con muchas familias que pasaban semanas comiendo macarrones, tomate frito, atún o salchichas. En poco tiempo pasamos de diez familias, a 50, 90, 120, 600... pasamos de diez abuelos a mil y pico familias en muy poco tiempo”, dice desbordada.
Sobre la respuesta de sus colegas, Penélope reconoce que “hay muchos estereotipos sobre los farmacéuticos, pero están ayudando en lo que pueden”. Se nota mucho la diferencia entre los antiguos farmacéuticos que heredaron la farmacia o de los que hemos tenido que luchar por todo desde abajo”. “Hay muchos voluntarios que me ayudan y valen oro, pero necesitamos socios e ingresos para no dejar a todas estas familias colgadas”, dice agobiada.
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