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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mazón no es un asesino (pero Mazón debe dimitir)

La conciencia y el orgullo de ‘ser poble’ debe reposar en la justicia de lo que pedimos y en la justa manera en la que lo pedimos

El president de la Generalitat, Carlos Mazón, durante una sesión de control al president de la Generalitat valenciana, en Les Corts de Valencia, de este jueves.

Nunca podré olvidar aquella primera manifestación, el 9 de noviembre, en València. La dana se lo había llevado todo por delante hacía solamente once días, aún no dábamos crédito. Un pueblo herido, desamparado, dejado a su suerte y atónito ante lo sucedido desbordó las calles de la ciudad, éramos tantísimas personas que dábamos la sensación de ser el mundo entero. Cuando recuerdo la dignidad de aquel duelo colectivo pidiendo responsables se me eriza la piel, igual que aquella tarde. Allí puso el cuerpo toda la sociedad valenciana, sacando fuerzas del dolor, diciendo alto y claro que había sido abandonada. Nunca he visto nada igual. No sé si volveré a verlo.

Sin embargo, el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, no dimitió.

Y algo se nos quedó roto por dentro desde ese día.

Los responsables son múltiples, la cadena falló en infinitos puntos, la complejidad de las circunstancias superó a las estructuras que debían haber tomado el mando. Todo eso es cierto. No obstante, el president, como máximo representante, debería haber asumido las consecuencias.

Desde entonces, la pena recorre València y no nos deja recuperarnos de las heridas. Hay algo en su voluntad de permanecer que parece negar el dolor del pueblo.

Así transcurrió el invierno, hasta que llegó el tiempo de Fallas. El 23 de febrero el president no asistió a la Crida con la que se inauguran las fiestas. Y el 1 de marzo tampoco apareció por el balcón del ayuntamiento para acompañar a las falleras mayores en la primera mascletà. ¿Dónde se había metido? ¿se estaba escondiendo? ¿tenía miedo de que le gritaran?

Ese mismo día 1, por la tarde, volvimos a salir a las calles. En aquella marcha se respiró cierta esperanza. Ahora sí, decían algunos. Seguro que ahora sí que dimite. El president no apareció en ninguna de les mascletaes de los días posteriores y eso reforzó la idea de que algo iba a suceder. Fueron 19 días de ausencia en el balcón, pero no estaba planeando marcharse.

La noche de la cremà reapareció.

Y esa cosita rota que se nos había quedado por dentro dolió más.

En muchas ocasiones, los pueblos heridos convierten su daño en rabia. La Historia nos lo ha mostrado una y otra vez. Por eso no resulta extraño que haya tantas personas enfadas, enfadadísimas con el president. En la última manifestación, la del pasado 29 de marzo, el leve optimismo de la anterior había desaparecido y los gritos se recrudecieron. La tensión no ha descendido con el paso del tiempo, todo lo contrario. Muchos se sienten burlados. El discurso se impregna de violencia, la escalada parece imparable. La legítima indignación del pueblo en duelo se desborda. Se le ha negado la única paz posible a posteriori: la de la asunción de responsabilidades. En ese ambiente, los gritos de “Mazón asesino” o “psicópata” suenan cada vez más alto y con más saña. La herida se está infectando.

Y eso también duele.

Porque la conciencia y el orgullo de ser poble debe reposar en la justicia de lo que pedimos y en la justa manera en la que lo pedimos.

Porque el president, como otras tantas personas involucradas en la gestión de la catástrofe, tomó decisiones erróneas, no estuvo donde tenía que estar; pero ni Carlos Mazón ni ningún otro miembro de ningún gobierno deseaba que murieran 227 personas.

Porque plegarse a los aires violentos que se respiran en el mundo supone una derrota.

Mazón no es un asesino.

Pero Mazón debe dimitir.

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