El seminario cierra, el ‘aggiornamento’ sigue pendiente
Para parte de los creyentes catalanes, la jerarquía eclesial es timorata a la hora de abordar cuestiones como el acceso de las mujeres al sacerdocio o el celibato opcional


Hace unos días se anunció el cierre del diocesano Seminario Conciliar (por el de Trento) de Barcelona. Algunos obispos solían utilizar esos seminarios como un jalón en su concurso de méritos ante la jerarquía vaticana de Juan Pablo II o Benedicto XVI. El Papa Francisco lo relativizó. Los tiempos cambian incluso en la eterna Roma, y un seminario interdiocesano no es una mala solución para agrupar a esas menguantes vocaciones (una veintena en Barcelona), en una Cataluña en la que cada vez es menor el peso del catolicismo después de años de credo único, obligatorio e indivisible. El problema es más de fondo.
El sector más conservador de la Iglesia atribuye la escasez de vocaciones al que juzga excesivo acercamiento a la sociedad. En cambio, para parte de los creyentes catalanes, esa apertura es insuficiente porque la jerarquía eclesial es timorata a la hora de abordar cuestiones como el crucial acceso de las mujeres al sacerdocio o el celibato opcional. El aggiornamento sigue siendo la gran cuestión pendiente.
Lo que para parte de los creyentes catalanes es una necesidad, para purpurados y mitrados sigue siendo una línea roja infranqueable. En el ínterin, entre ese viejo mundo que se ha hecho fuerte en las estructuras de poder y el nuevo al que se impide nacer, aparecen monstruos. Ejemplos no faltan. Ahí está la diócesis de Vic y su obispo, Romà Casanova, entregando sus parroquias a integristas de la congregación del Verbo Encarnado, nacida al calor de la dictadura militar argentina e intervenida por el Vaticano por casos de pedofilia de su fundador. En la que fuera diócesis de Torras i Bages se da poderes a quienes por otra parte ya han sido expulsados por los mitrados de Turín o Granada
El 29 de mayo de 2022, cuando se presentaron las propuestas de los laicos de la diócesis de Barcelona para el romano Sínodo de Obispos de 2024, al leerse las sugerencias sobre el sacerdocio femenino o la apertura a los homosexuales, se oyó un sonoro pataleo en la sala del colegio Maristes-La Immaculada de la capital catalana. Procedía del sector donde estaban ubicados los aspirantes a curas: los seminaristas, el futuro. Todo un signo de estos tiempos convulsos en que, en ciertos foros eclesiales, sigue siendo una quimera plantear lo que para la sociedad creyente es evidente.
Atrás quedó esa época posconciliar (del Vaticano II) de los setenta y los ochenta, de curas obreros, sacerdotes demócratas y catalanistas abiertos de mente, en diálogo con una sociedad que ya reclamaba el sacerdocio femenino o el celibato opcional. Reivindicaciones que no son nuevas: se formulaban en los Fórums Home i Evangeli, que agrupaban a sacerdotes, religiosos y laicos desde el centro derecha nacionalista hasta la izquierda, con el denominador común de buscar apertura y diálogo con el mundo real. El foro dejó de celebrarse hace más de 20 años, ya bajo el nombre Vida i Evangeli, y ahora la savia nueva no parece residir en los seminarios.
Un viejo profesor de la Facultad de Teología —ubicada en la misma finca que el seminario de Barcelona— contó hace años a este periodista que cuando se proyectó el edificio a finales del siglo XIX, Elies Rogent, quizás pensando en exceso en el espíritu, se olvidó de una contingencia tan terrenal como los lavabos, que tuvieron que ser añadidos sobre la marcha. No hay que pensar únicamente en la eternidad mientras se transita por esta convulsa tierra. Cuando en los foros progresistas se criticaba a la Iglesia por la falta de respeto a los derechos humanos, algunos jerarcas de la Conferencia Episcopal española aducían que la sociedad eclesial, al ser perfecta, de acuerdo con León XIII, no tenía necesidad de caer en los errores y cuitas democráticos de la imperfecta sociedad política. El paso del tiempo se ha encargado de mostrar que el escudo de la perfección suele ocultar simples y llanas miserias humanas.
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