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PATRIMONIO HISTÓRICO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El verano de la catalanofobia

El argumento catalán es parecido al utilizado desde el British Museum que no quiere devolver los frisos del Partenón a los griegos

Visitantes en la sala del MNAC dedicada a las pinturas murales de Sijena
Carmen Domingo

No hay verano sin fobia, al menos aquí en Cataluña. Bueno, si soy sincera, cada vez me parece más que la fobia -aversión o rechazo fuerte, según la primera acepción de la RAE- es la nueva muletilla que sirve para todo: gordofobia, catalanofobia, transfobia… por resumir: ¿no te gusta algo?, pues lo precedes a la palabra fobia y resuelto. El que recibe el calificativo en cuestión, ni que decir tiene, puede darse por señalado.

Este verano les ha tocado a los aragoneses ser catalanofóbicos, lo que no deja de ser curioso cuando el motivo de que hayan recibido tan “insigne” apelativo es que vienen a recuperar unos unas pinturas que, atentos al dato, son suyas.

Vayamos por partes.

El Tribunal Supremo ha confirmado que el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) tiene que devolver las pinturas murales al monasterio de Sijena (Huesca). La cosa viene de antiguo. En 1936, durante la Guerra Civil, un pelotón, posiblemente de la FAI, incendió el monasterio, con buena parte de su patrimonio y solo se pudo conservar una parte de las pinturas murales de la Sala Capitular. Al poco un equipo de especialistas las trajo a Cataluña. Las pinturas llegaron a Barcelona en tiempos de guerra: “Es un contexto en el que no se pueden tomar decisiones de forma ordenada ni colegiada. Y desde aquí se restaura y se conserva, poniéndola en valor y haciéndola accesible a un público universal”, explicó el director del MNAC.

Algo parecido pasó con los cuadros de El Prado, que salieron de su lugar original durante la Guerra Civil y luego, ojo, retornaron a sus galerías una vez acabado el conflicto, o El Guernica, que más tarde se trajo a España con la llegada de la democracia. Obras de arte, que se preservan en otros museos, o se crean en otros países sin hay conflicto bélico, para preservar la integridad de la obra en cuestión.

Sin embargo no todo vuelve a su casa, y es así cómo en 2016 se inician los pleitos para recuperar las pinturas murales por parte del Gobierno de Aragón. Ganados los pleitos por los aragoneses, al MNAC, con su director Pepe Serra a la cabeza, no le ha gustado la resolución judicial, porque, argumenta, existe: “Incapacidad técnica de cumplir con la sentencia sin someter la obra a un alto riesgo de daños”. Solo le ha faltado decir, para demostrar esa “catalanofobia” aragonesa: ¿cómo no se dan cuenta que nosotros sabemos preservarlo mejor? ¿Cómo no entienden los aragoneses que desde aquí se universaliza su obra? Por dar un ejemplo práctico, el argumento catalán es parecido al utilizado desde el British Museum que no quiere devolver los frisos del Partenón a los griegos… esos pobres incultos...

En este caso el despropósito es doble, no hacer caso a la justicia y no devolver a alguien lo que es suyo, olvidando, por supuesto, lo contentos que estuvimos cuando trajimos los Papeles de Salamanca que debían custodiarse en Cataluña.

La única pregunta que me surge, y ahí seguro que se ve todo claro, es: ¿y si hubiera sido al revés? ¿Y si en el Museo de Zaragoza tuvieran el Pantocrátor de Sant Boi Taüll en una sala? Os lo cuento yo, seguro que entonces también estarían Lluis Llach, Laura Borrás y todos aquellos miembros del nacional catalanismo militante… pero estarían en Zaragoza pidiendo el traslado (ahora ya sin riesgo de daños) y ahí les gritarían a los maños, cómo no, “sois unos catalanófobos. No es justicia, es un expolio”. El caso es la fobia. Y siempre contra los catalanes, por supuesto.

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