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Organización Territorial de Estado
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Manuel Valls y su apuesta por la confianza

El ministro francés ha cerrado un acuerdo sobre Nueva Caledonia que ofrece un espejo sobre el que Cataluña puede mirarse

Manuel Valls
Lluís Bassets

La vida política es larga. Nunca hay que dar nada por perdido. Acaba de demostrarlo Manuel Valls, actual ministro francés de Ultramar y artífice del acuerdo sobre el futuro de Nueva Caledonia. Fracasó en su entrada en la política española en plena explosión independentista y acaba de cerrar un acuerdo entre las fuerzas políticas de un inestable territorio colonial, donde apenas hace unos meses se produjeron graves y violentos enfrentamientos civiles entre independentistas y unionistas (lealistas, en la denominación local). El texto, discutido durante diez días y aprobado el 12 de julio por 18 fuerzas políticas, tiene un título, La apuesta de la confianza, que expresa el auténtico contenido de un difícil pacto fraguado tras medio siglo de conflicto, tres referéndums y varios momentos al borde de la guerra civil.

Nueva Caledonia será un Estado internacionalmente reconocido y con representación en Naciones Unidas, aunque dentro de la República Francesa e inscrito en su Constitución. La soberanía será compartida y los ciudadanos tendrán doble nacionalidad, caledoniana y francesa. Habrá una vía para la independencia, mediante la adopción gradual de competencias soberanas (defensa, moneda, seguridad y orden público, justicia y control de legalidad), que exigirá la conformidad en consulta popular de tres quintas partes del censo. Los lealistas tendrán una minoría de bloqueo y los independentistas la posibilidad de una evolución demográfica que termine revirtiendo en su favor. El texto deberá ser aprobado por la Asamblea Nacional y refrendado por la población isleña.

No es exactamente federalismo, ni confederalismo. Si funciona, establecerá un modelo original de Estado asociado a Francia, basado en la voluntad de acuerdo y la capacidad de cesión por parte de todos. Es decir, en la confianza mutuamente otorgada por todas las partes. “No soy ingenuo”, ha declarado Valls. “Sé que será difícil y hay riesgos. Como dicen en Nueva Caledonia, hay que llenarse de respeto y humildad. Sé que hay extremos y extremistas y todo puede echarse a perder. Siempre es posible una tragedia. Habrá que ser muy responsable”.

Poco tienen en común Nueva Caledonia y Cataluña. Propiamente nada. Solo el uso de conceptos abstractos como identidad, nación, soberanía o autodeterminación permite comparaciones, probablemente odiosas. Cataluña ha participado históricamente en la construcción del Estado constitucional español, en un ejercicio democrático reiterado del derecho autodeterminación interno, junto al resto de los ciudadanos y pueblos de España. No hay un pueblo catalán oprimido, ni Cataluña es un territorio colonial. Tampoco cuenta como Nueva Caledonia con un factor geopolítico tan determinante como es la pulsión expansiva de China. Ni hay, por fortuna, dos comunidades enfrentadas, a pesar de los esfuerzos simétricos para conseguirlo desde sectarismos de ambos lados.

A pesar de todo, Francia nos ofrece un espejo donde mirarnos. Este acuerdo expresa una admirable voluntad de pacto y reconciliación. Y, sobre todo, el rechazo al enfrentamiento civil, probablemente inspirado a su vez en el espejo de la transición española, que Valls tan bien conoce y admira. Este espejo vale para todos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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