Wilco, una banda que no muestra fatiga
El grupo norteamericano inauguró en Festival Alma de Barcelona la gira española de este verano

La reiteración suele conducir al aburrimiento, por mucho que en ocasiones se reiteren placeres. Todo cansa, todo se gasta. No es que Wilco sean sobrenaturales, es más su capacidad de evolución no parece que les pueda llevar más allá de donde están, que no es precisamente cerca de lo consabido, pero en cada concierto, y por fortuna no resultan inhabituales, el reencuentro es gozoso. En el Poble Espanyol iniciaban el Alma Festival, que hoy mismo, bajo la misma marca, actúan en Madrid. Será el segundo de cuatro conciertos por la península, siendo los otros dos en Armilla (Granada) y en Valencia. Y muy probablemente todos serán diferentes, como el de Barcelona lo fue de los precedentes. No, no es que cambien muchas canciones del repertorio, simplemente las tocan en un orden distinto para evitar que la rutina muestre la imagen cansada de una banda encapsulada, ajena a la respuesta del público. Y debieron captar que en Barcelona había electricidad en el ambiente, ya que se pasaron del tiempo asignado por los permisos a la actuación en una muestra de que Jeff Tweedy y los suyos aún encuentran placer en su profesión. No es rutina.
Tweedy es una persona de aspecto singular. Bajito, de cabello alborotado y gestualidad no de estrella convencida hasta de sus estupideces, tiene un aire de persona olvidada en sus propias contradicciones, dudas y dolores. Nadie le miraría por la calle. Sus canciones muestran un poco esta personalidad afligida, sensible y tormentosa. Un ejemplo de ello fue la excelente toma de Via Chicago, cerca de la mitad del repertorio. La pieza comienza como una caricia acústica con la voz flotando, algo melancólica, por encima de los acordes. Esa misma canción de aspecto inofensivo se derrumba sin previo aviso como un edificio que colapsa bajo el estruendo de una sorpresiva autodestrucción, y las guitarras y el ritmo de batería y bajo parecen buscar la desorganización del ruido absoluto para de repente recomponerse y volver a la suavidad de una balada que suena a pradera. Es como una metáfora de la vida, en la que sin que sepamos muy bien porqué, eso suele saberse con la perspectiva del tiempo, encajamos como en un cubo de Rubik momentos dulces, agridulces, amargos y hasta almibarados. Eso es Wilco, paseos por estados de ánimos acunados o apuñalados por la instrumentación y una voz, la de Tweedy, siempre en primer plano.
El concierto, al aire libre, con una temperatura de esas que reconcilian con el estío, supuso un repaso a la discografía del grupo norteamericano. No fallaron la mecánica interna de la banda, que pasa del ruidoso desbarajuste a la marcialidad como si ambas cosas fuesen dos caras de lo mismo; esos trenzados de guitarra que anudan notas con más complejidad que un gordiano –en el tercer tema, Handshake Drugs, apareció el primer solo de guitarra y las primeras turbulencias eléctricas con punteos esprintando-; una mezcla en la que el folk, el country y el rock americano conviven como el pasto y el ganado y un repertorio en el que cada aficionado encontrará la falta de alguna de sus favoritas, porque Wilco tienen un cancionero para no agotarlo ni en conciertos de tres horas. Es tan así que hasta señoras entradas en años gritaban como jovencitas al reconocer los primeros compases de las canciones que más les gustaban. Sí es verdad, a veces olvidamos que ser fan en ebullición no está reñido con llevar años cocinado por la vida.
De nuevo el grupo puso de acuerdo a la concurrencia, que llenaba el recinto, con la infalible Impossible Germany y el solo que Nels Cline se ve obligado a recrear de forma distinta cada vez que lo toca, por lo general en cada concierto desde que se editó hace 18 años. Y sí, el tiempo pasa muy rápido. Pero no todo lo aja. Esta vez el tema duró 9 minutos sin que en ningún momento se sugiriese onanismo con las cuerdas, pirotecnia vacua, mero demostración de habilidad. De tanto en tanto Jeff se dirigía al público, el Creador, o quien sea, no le ha dotado para la oratoria, y en un juego de contrasentidos, un músico que sacudió el sonido de la Americana con A Ghost Is Born se dedicó a pedir palmas y a hacer cantar al público en Spiders (Kidsmoke), canción de trote germánico y trenzado de guitarras que parecería refractaria a un consumo a base de palmas y coreo. Pero así de raro es no ya Wilco, sino el propio mundo. Los demás éxitos, I Am Triying To Break Your Hearth, Hummingbird, One Wing, Either Way, Jesus etc, Heavy Metal Drummer, o las finales Walken y I got You (At The End Of The Century), convencieron a la multitud de que la próxima vez que venga Wilco, que también tocaron un tema muy reciente, Annihilation y otro de su primer disco, Box Full Of Letters, estarán ante ellos deseando que el óxido de la rutina no comience su trabajo. De momento Wilco sigue con su motor impoluto, y el martes trabajó durante dos horas llenas de música. No hay combate que lo fatigue.
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