Billie Eilish: asombrosamente natural
La cantante californiana impresionó con un concierto variadísimo y un espectáculo maravilloso
Se recordará. Y no sólo lo harán las jovencitas que en su mayoría llenaron el Palau Sant Jordi de Barcelona en el primero de los dos únicos conciertos que Billie Eilish ofreció en España. Ellas lo harán, entre otras cosas, porque Billie las representa y canta sobre los problemas que ellas mismas tienen, la insatisfacción, la inseguridad, las aspiraciones, la fragilidad, los miedos o el desasosiego, y además lo hace no desde el púlpito de las estrellas, sino con la naturalidad de una joven de 23 años que no parece en lo sustancial distinta a sus amigas. Ropa deportiva amplia que no se cambió, pantalones de baloncesto, abalorios, una gorra que iba y venía, cabello largo recogido en una trenza y carreras de punta a cabo del escenario que mostraban alegría y dinamismo juvenil. Al mismo tiempo, seguridad para dejarse ver sin por ello hacerse la diva, quieta en escena, sonriendo y recibiendo aplausos y una voz dúctil, con profundidad dramática y acariciante mediante el susurro. Fue el suyo un concierto soberbio que mostró los claroscuros de la vida.
No fue un show magnífico solo por la música, la presencia escénica, liviana y a la vez poderosa de Billie Eilish y la excelente interpretación de sus canciones, sino además por un espectáculo deslumbrante de un gusto exquisito y una luminosidad fascinante. Con el escenario rectangular situado en medio de la pista, cuyo suelo era también espacio de proyección, los músicos en dos fosos que ella visitaba haciéndoles partícipes del protagonismo escénico incluso grabándolos con una cámara, una pantalla que bien formaban un enorme cubo o se fraccionaba en pantallas individuales remataban un espacio diáfano sobre que descendían y ascendían torres con luces y láseres que también podían acoger proyecciones. Pero como en la música de Eilish, nada estaba exagerado, no había asomo de grandilocuencia o búsqueda del resultado por mera acumulación de efectos, sino que mandaba sutileza y tacto, el mismo con el que ella cantaba baladas como When the party’s over o Wildflower, temas cuya voz acaricia con el tono tenue de los pensamientos que se albergan en una habitación en soledad, como ella misma hizo cantando sentada en el escenario, todo en blanco, acabando tumbada como cuando los problemas íntimos solo encuentran el reflejo del techo sobre la cama. Baladas que como las que sonaron en el tramo final del concierto, Whats Wat I Made For y Happier Than Ever, o en su mitad, con dos vocalistas en escena y ella y su guitarra, Your Power y Skinny, no desprenden azúcar sino vulnerabilidad, un puente empático con sus seguidoras.
El concierto fue variadísimo, tanto en su escenografía, nada de bailarinas, ella se bastaba y sobraba para dinamizar la escena bien con sus silencios estáticos, bien con sus carreras, bien balanceándose en un cubo que se mecía sobre escena cual columpio entre infantil y soñador en The Gretaest, o como cuando en Bury a Friend, menos intimidante y oscura que en el disco, todo viró a rojo en un Sant Jordi con todas las cristaleras tapadas para que solo la luz del escenario mandara sin la intromisión del atardecer que fuera reinaba. Hubo baile excitante con Guess, la pieza que canta al alimón con Charli XCX y que todo lo convirtió en verde, el color de Brat, o en Oxytocin, cuando todo viró al rojo, con el recinto botando y el fuego que brotaba de escena calentando rostros.
Hubo tiempo para recordar los disturbios de Los Ángeles mediante una alocución en la que refirió las turbulencias violentas de este mundo que en el fondo ella, emocionalmente, refleja en sus temas. Si comenzó con Chihiro concluyó con Birds Of A Feather, en un show completísimo, una oda al pop que mostró a una intérprete soberbia capaz de variar de registro en función de los temas. Dramatismo y vivacidad. No es de extrañar que se hiciese corto este espectáculo que fue más colorista que el que ella misma protagonizó en 2.019 en el mismo recinto. Fue un espectáculo a la altura del que sin duda será uno de los mejores conciertos del año. En la ciudad que acaba de ver pasar a Charli XCX, Chappell Roan y Sabrina Carpenter.
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