Que el suicidio no me sea indiferente
Los datos de esta realidad en Ciudad Meridiana son un grito de alerta, una llamada a nuestra conciencia, a que pongamos los recursos necesarios por delante de otros barrios de Barcelona


La noticia ha pasado de puntillas, ligera, tímida. El índice de intentos de suicidio es el triple en Ciudad Meridiana que en el resto de Barcelona. Un 7% (9% por las mujeres y un 5% los hombres) de los vecinos declaran haber intentado suicidarse alguna vez. Me pregunto cómo la noticia puede haber pasado desapercibida si, en realidad, su esencia es como una bofetada en pleno rostro. Los habitantes del barrio no son aquellos que viven allí, alejados de nuestra vida cotidiana. Somos nosotros, los ciudadanos de Barcelona; estos datos son nuestros y este problema es común.
Ciudad Meridiana es un barrio al norte de Barcelona. En él las laderas se visten de edificios que escalan la montaña de Collserola; las calles, con desniveles y recovecos, acogen pequeños comercios, negocios y talleres; las plazas y mercados suenan a conversaciones en muchos idiomas y acentos, gracias a la riqueza y diversidad de orígenes. Sin embargo, es un barrio singular, y no por su marcada identidad, sino porque ostenta la renta per cápita más baja de Barcelona: no alcanza los 11.000 euros al año, frente a los 37.800 de Tres Torres en Sarrià-Sant Gervasi. Esta enorme desigualdad explica mucho, pero no todo.
El suicidio nunca es consecuencia de un solo factor, pero sí tiene un componente fuertemente cultural, colectivo. Cuando se pregunta a los habitantes del barrio sobre el suicidio, como ha hecho la Agencia de Salud Pública de Barcelona, la palabra que más se repite es “desamparo”. La población se siente sola, olvidada por sus políticos, con escasos recursos médicos, sin apenas psicólogos con quienes gestionar su angustia vital. La separación física debido a su accidentada geografía se suma al aislamiento simbólico, construido durante décadas por la estigmatización del barrio, las barreras socioeconómicas y la falta de voz y representación social. “Nos gustaría en algún momento ser ciudadanos de Barcelona de verdad” proclaman.
Para las mujeres los datos son aún peores, ya que multiplican por cinco sus intentos de suicidio respecto al resto de la ciudad. Esta cifra es relevante porque, aparentemente, choca con la evidencia científica según la cual los hombres ostentan el triste liderazgo en suicidios. La razón radica en la diferencia entre un intento de suicidio y un suicidio consumado. A pesar de que las mujeres en la mayoría de los países occidentales tienen más ideaciones y comportamientos suicidas, los hombres presentan tasas de mortalidad por suicidio más altas (en España alcanzan el 73%).
Los psicólogos Canetto y Sakinofsky han mostrado que el suicidio es un fenómeno más ligado a la cultura de lo que se ha asumido tradicionalmente. Los hombres consideran deshonroso y poco masculino sobrevivir al intento. Sienten que no pueden permitirse sobrevivir; ellas se dan una última oportunidad.
Un intento de suicidio es un grito de alerta. Quien lo emite no quiere acabar con su vida, sino con el sufrimiento que padece. Es una llamada a nuestra conciencia, a que pongamos los recursos necesarios por delante de otros barrios. Los barrios del Norte de Barcelona, como tantos otros en diferentes ciudades, no pueden esperar más.
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