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El heredero Joan de Sagarra

El escritor, columnista y crítico ha fallecido a los 87 años en la capital catalana

Joan de Sagarra, cronista de Barcelona, en el Bar L'Olle, en una imagen de archivo.
Jordi Amat

Cuando a finales de la década de los sesenta empezaron a distribuirse los primeros fascículos de la Gran Enciclopèdia Catalana, Joan de Sagarra le regaló al proyecto una de las columnas que publicaba en Tele/eXpress. El gran cronista y crítico teatral barcelonés, que ha fallecido esta madrugada a los 87 años, se autorretrataba a sus treinta y pocos como vástago de una estirpe -los Sagarra- indisociable del desarrollo de la sociedad catalana moderna. Explicaba que en su mesa de trabajo su abuelo Ferran había escrito sus estudios históricos y luego en esa misma mesa su padre Josep Maria había compuesto la obra maestra que es Vida privada, y además descubría a los lectores, que ya devoraban su sección, que en la biblioteca familiar acumulaba libros de seis generaciones. Este era él, escribiendo como sus ancestros, pero no únicamente. Joan de Sagarra, hijo de su tiempo, contrastaba esa herencia con un tono y una actitud pop y jovial: el mismo día que colocó en la biblioteca los fascículos de la Enciclopèdia -que luego lo describiría como “rebentaire”- también incorporó un volumen con las viñetas de Charlie Brown. Ese contraste, resuelto con brillante prosa e ironía, era marca de la casa.

Nacido en enero de 1939 en el París en cuyo horizonte se atisbaba la ocupación nazi, volvió primero a España con su adorada madre Mercè Devesa y poco después su padre pudo instalarse en el piso de la plaza Bonanova de Barcelona. Josep Maria de Sagarra escribió entonces Poema de Montserrat, pieza esencial de la cultura de la resistencia, que arrancaba como el relato del hijo al padre de la historia de Montserrat para contar la historia de Cataluña. Pero donde realmente renació Joan de Sagarra fue en el París de 1947. Allí empezó a formarse su identidad como el privilegiado espectador de la cultura europea que nunca dejó de ser y así logró algo excepcional. Este hombre de conciencia libre consiguió hacer en su biografía y en su imaginario el bypass entre el cosmopolitismo de la tertulia del Ateneo liberal de preguerra, donde tanto había brillado su padre, con la cultura que el nuevo catalanismo logró refundar a partir de la década de los sesenta. Como si el socavón de la guerra civil no se hubiese producido, Sagarra, con ese background y con formación teatral parisina, se convertiría en el mejor cronista de la Barcelona de la segunda mitad del siglo XX.

Desde la publicación de la selección de columnas Las rumbas (1971, reeditadas por fin en 2021), nadie le discutió esa posición central en la evolución del periodismo catalán. Su amigo Terenci Moix, en la reseña que le dedicó, entroncó su estilo con el de su padre. “En la grandeza de L’Aperitiu debió de buscar Joan de Sagarra un modelo lícito, el ejemplo magnífico de una disciplina de pensamiento a transmitir días tras día, desde las páginas del periódico”. Manuel Vázquez Montalbán, que también lo ahijó a la tradición paterna, hizo una descripción perfecta. “En las crónicas de Joan de Sagarra, el estilo y el lenguaje son dinamita pura, una continuidad de carteles desgarrados por la misma mano que los engancha”. En una sociedad moralmente castrada y cautiva, esa dinamita periodística, que explotaba a través de su fresquísimo hedonismo y sarcasmo, fascinaba e incomodaba, era temida y era admirada.

Como el Francisco Umbral de la mejor época, todos lo leían y todos -actrices, cantantes, escritores, modelos…- querían aparecer en su crónica de sociedad. A él se le atribuye la invención de la etiqueta “gauche divine” y él dio forma a la noción de “cultureta”, que tanto irritó. Figura clave en el desarrollo del teatro de la democracia en Barcelona, desde el impulso del Teatre Lliure o la constitución del primer Festival Grec, mantuvo polémicas sonadas. Las tuvo con Albert Boadella y Josep Maria Flotats y a la vez asumió como propios los duelos de sus amigos, porque sus amigos -Carandell, Marsé, Permanyer- fueron una de las claves de su vida. Algunos los planteó desde estas páginas y aquí escribió las crónicas que recopiló en el delicioso La horma de mi sombrero (1997). Su última cabecera fue La Vanguardia, cuya editorial reeditó Las rumbas en un volumen de homenaje. Y, además de su nieta, su última fidelidad era el encuentro con los suyos en el Giardinetto y la terraza del Bauma, como si esa cultura de la tertulia no pudiese acabarse nunca.  

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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