Antonio Franco y el maniqueísmo del poder
Quienes se hallan en los márgenes del mundo nacionalista que gobierna Cataluña están condenados a ser ignorados y a arrastrar eternamente el estigma de su pecado original.


Cataluña es un país maniqueo. Solo hay luz y oscuridad. El expresident Jordi Pujol, con su sentido patrimonial del poder, fue un apologeta de esa religión, que con el procés se ha perpetuado y, en ocasiones, se ha descarado. Todo lo anterior viene a cuento de las presencias y las ausencias en actos de homenaje y reconocimiento a quienes no se considera adictos al poder. Y la situación no ha mejorado –a pesar de las declaraciones de principios– con la Generalitat republicana.
Ya sucedió con el fallecimiento del historiador Josep Fontana hace cinco años y se volvió a repetir en 2021 con la ausencia de autoridades gubernamentales en el funeral del periodista Antonio Franco, al que sí asistieron la entonces alcaldesa Ada Colau, el expresidente José Montilla, concejales socialistas y comunes como Jaume Collboni y Jordi Martí y el presidente del Barça, Joan Laporta.
Director de algunos de los medios escritos con mayor difusión en Cataluña, Franco impulsó el primer suplemento en catalán de un diario publicado en castellano –el Quadern de EL PAÍS– y luego lideró el paso a la edición en catalán de El Periódico de Catalunya, que de esta manera se convirtió en el diario más leído en la lengua propia de Cataluña, una senda que luego se vio obligada a transitar La Vanguardia. Los méritos de difusión del catalán debieron pesar menos que el editorial en el que Antonio Franco cifraba en el 3% la mordida de Convergència con cargo a la obra pública y que Pasqual Maragall empleó contra Artur Mas en una sesión parlamentaria de control al Govern el 24 de febrero de 2005.
Franco fue un constructor de diarios con el poder nacionalista en contra. Durante el pujolismo, una normativa gubernamental ad hoc impidió que el Quadern se beneficiara de las subvenciones previstas para la edición de un suplemento en catalán. No siempre emplear la lengua propia de Cataluña es un valor. Suele actuar como demérito cuando se utiliza para decir cosas que van en contra de los otorgadores de patente de catalanidad.
Como dirían los jansenistas, el pecado original se arrastra eternamente. Y quizás por ello nadie del Gobierno catalán ni del grupo parlamentario ni de la dirección de Esquerra Republicana estuvo presente en la presentación el pasado 26 de septiembre del libro Antonio Franco, un gegant del periodisme, editado por Col·legi de Periodistes de Catalunya. En el auditorio se encontraba el primer secretario del PSC, Salvador Illa, el senador socialista Gabriel Colomer y el portavoz de los Comunes, David Cid. Según los datos del Col·legi del Periodistes, ningún otro político relevante se encontraba en el patio de butacas del espacio Francesca Bonnemaison. Sería injusto, sin embargo, no mencionar la presencia de algunas personas que trabajaron en la sala de máquinas de la vieja Convergència y que con su presencia pusieron el contrapunto humano de la excepción. En cambio, el secretario de Medios de Comunicación y Difusión de la Generalitat, Oriol Duran, excusó su asistencia por problemas de agenda.
Quienes se hallan en los márgenes del mundo nacionalista que gobierna Cataluña están condenados a ser ignorados y a arrastrar eternamente el estigma de su pecado original. Independientemente de la orientación ideológica, errores y discrepancias, no estaría de más un cambio de actitud de ese poder político que predica el ecumenismo y practica un maniqueísmo sui generis en el que los oyentes están condenados a no llegar nunca a la categoría de elegidos.
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