Moreno necesita un perfil como el de Montero para la sanidad
El presidente de la Junta de Andalucía atraviesa su mayor crisis política desde que llegó a San Telmo


Juan Manuel Moreno tiene una alergia absoluta a las crisis de gobierno. En sus siete años de mandato ha cambiado piezas sin tener que cortar cabezas de manera traumática, los ha movido de un sitio a otro, pero todo muy estilo Moreno: limpito, con buenos modales y sonrisas. La grave crisis por el escándalo de los cribados de cáncer de mama del que se desconoce con exactitud su profundidad —¿cuántas mujeres hay afectadas en toda Andalucía?, ¿cuántos de otros cribados?, ¿cuántas personas están esperando tener su primer diagnóstico?— es, además, una grave crisis política, la principal y mayor de Juan Manuel Moreno desde que en enero de 2019 juró como presidente de la Junta de Andalucía.
Moreno ha tenido tres consejeros de Salud en este tiempo: al primero, Jesús Aguirre, se lo quitó de en medio y lo premió con la jaula de oro de la presidencia del Parlamento. Aguirre, cuentan personas próximas al presidente, lo trataba con cierto desdén durante la crisis de la covid, como los médicos (y él lo es) conviven con todo aquel que no tenga la misma bata. A Catalina García, su segunda consejera, la cesó con mucho arte en plena polémica por los contratos de emergencia sanitarios y troceados que investigan dos juzgados. Es enfermera, pero la nombró consejera de Sostenibilidad y Medio Ambiente, una materia que desconoce. Y a la tercera, Rocío Hernández, la encontró al frente de la gestión del hospital San Juan de Dios en Bormujos (Sevilla), un centro concertado que presta atención a la población del Aljarafe sevillano. Hernández sabe de gestión sanitaria, pero nada de política. Y se desconoce si tiene capacidad para identificarse con alguien. Esa es una cualidad muy potente en el rifirrafe parlamentario, pero muy deficiente cuando se trata de hablar de la salud de las personas. Su tercera consejera dimitió o la hicieron dimitir.
El presidente ha tirado de un valor seguro: su consejero de la Presidencia, Interior, Diálogo Social y Simplificación Administrativa, Antonio Sanz, un gestor político de probada experiencia, trayectoria y dedicación, pero que no tiene ni idea de sanidad. En realidad, Moreno lo que necesitaba en estos momentos es a una María Jesús Montero, médica, gestora sanitaria, con contactos en el monstruo del Servicio Andaluz de Salud, que sabe dónde están los pasillos de radiología del hospital Virgen del Rocío, con colmillo y cintura políticas y que sabe de lo que habla cuando pregunta por qué nadie revisaba las placas. Porque una mamografía es eso, una placa, y la gente en sus casas pregunta: “Niña, ¿qué pasa con la placa?, ¿qué te han dicho de la placa?”. Obviamente, Montero no está disponible.
La elección de Sanz hasta el final de la legislatura para solucionar la crisis es muy morenista. Revela que tiene un problemón político y que elige a alguien al que no le aburren las reuniones. Esa es una de las principales quejas de los sindicatos: el Gobierno andaluz “no escucha”, como decía días atrás la secretaria general de Comisiones Obreras de Andalucía, Nuria López. Otro es que el sistema público de salud andaluz mira más a los grandes números que a los pacientes y a sus placas.
Moreno va a repartir algunas competencias de Sanz —el larguísimo nombre de su consejería es como la letra de una sevillana— en dos consejeros de su confianza: la portavoz y consejera de Economía, Hacienda y Asuntos Europeos, Carolina España; y el de Industria, Energía y Minas, Jorge Paradela, que habla inglés. La primera asumirá Simplificación Administrativa y Diálogo Social; y el segundo, la Agencia Digital de Andalucía. Podía haber optado por hacer otro reparto. Moreno, añoraría tener una Montero, pero tiene a un José Antonio Nieto, consejero de Justicia, que es otro experimentado político y gestor. Pero Nieto no se educó en el morenismo.
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