El club del puerto de Bilbao que alivia el desarraigo y la soledad de las gentes del mar: “Somos como un faro”
El centro para marinos, con un siglo de historia, orienta y asiste a las tripulaciones cuando llegan a tierra. La mayoría provienen de países de Europa del Este, de India y, sobre todo, de Filipinas

La estruendosa puerta del bar se abre de golpe en una típica tarde otoñal, oscura y lluviosa. Cuatro hombres extranjeros, de edades diferentes, entran desconcertados. Tres avanzan hacia una mesa, sacan sus móviles al unísono y empiezan a chatear. El cuarto se dirige a la barra y, unos segundos después, regresa con cuatro cervezas y un mapa de Santurtzi (Bizkaia, 46.000 habitantes). Todas sus caras reflejan cierto alivio. No pisaban tierra desde un mes y medio antes, cuando su buque mercante, operado por una compañía griega, zarpó de Vietnam con un cargamento de productos pesados de hierro rumbo al puerto de Bilbao.
El capitán del MV Tremola ha dado permiso a estos tres marinos y a su cadete, todos filipinos, para despejarse fuera del barco. “Hemos venido al bar a relajarnos y refrescarnos”, explica Enerlan S. Parcare, tercer maquinista, mientras alza su caña como si fuera a brindar. Sus compañeros y él están “haciendo una excepción” a la política de alcohol cero a la que están sometidos: “Por una cerveza no pasa nada a bordo”. El más joven del grupo, Kevin Entero, de 26 años, añade que el maestre les ha pedido encontrar un cura para decir misa al día siguiente en el propio barco.
La gestión de esta habitual petición corre a cargo del personal del Stella Maris, el club de marinos del puerto vizcaíno. Hasta allí llegan navegantes para satisfacer sus necesidades o recibir orientación. Algunos se limitan simplemente a tomar algo; otros echan un partido de baloncesto, leen o rezan en la capilla o en la musalla. Desde hace un año, todos estos servicios forman parte de un proyecto mucho más ambicioso para mejorar las condiciones de vida de los marineros en tránsito.
“La vida en un barco es muy dura”, reconoce Parcare. A sus 38 años, explica en inglés que pasan meses solos o con un grupo reducido de personas en un espacio muy pequeño. “Estamos muchos días cansados y la travesía acaba haciéndose larga”, cuenta. Afortunadamente, la llegada de Internet ha cambiado mucho las cosas. “Ahora podemos llamar y comunicarnos con nuestra familia”, sostiene. Lo segundo mejor, el suelo: 3.300 dólares netos al mes.
Antes de marchar, los marinos preguntan al personal del centro santurtziarra dónde está el centro comercial más cercano. Quieren pasear y mirar tiendas durante los tres días que dura su escala. “No suelen interesarse por conocer la zona y eso que, por ejemplo, el metro les deja en el Museo Guggenheim en 25 minutos”, cuenta José María Jiménez, capitán y presidente del centro de marinos Stella Maris. “Siguen el modelo americano de disfrutar de su ocio en centros comerciales, aunque no compran nada porque en su país todo es mucho más barato”, agrega tras mostrarles en el mapa la ruta más cercana.
La mayoría de los marinos, filipinos
Solo el año pasado, 6.300 marinos pasaron por este centro. La mayoría provienen de países de Europa del Este, de India y, sobre todo, Filipinas, que concentra aproximadamente el 25% de los 1,6 millones de marinos que hay en el mundo, según datos de la Cámara Naviera Internacional. Este año sus impulsores reconocen que llegarán menos, al haber recibido una cantidad inferior de barcos en el puerto bilbaíno. Hace unas décadas eran el doble. “Cuando yo empecé en la mar, una treintena de personas formaban las tripulaciones. Ahora se ha reducido a la mitad porque todo se ha automatizado”, recuerda Jiménez, ya jubilado tras 20 años navegando.
El club ofrece una decena de servicios que han ido variando en sus 105 años de historia, 38 de ellos en la ubicación actual en los accesos a la zona portuaria vizcaína. Las instalaciones cuentan con bar, biblioteca, sala de ordenadores, campo deportivo, espacios para el credo o una pequeña tienda. Sin embargo, las prestaciones más demandadas siguen siendo la conexión estable a Internet, las tarjetas telefónicas para llamar y la lanzadera que traslada a los marinos desde los muelles hasta el centro urbano, un servicio que ahora se estudia ampliar en horarios y recorrido.
“Un faro en tierra firme”
“Este centro es una ayuda tremenda para los marinos porque salen a ciegas del barco y no hablan el idioma. Somos como un faro en tierra firme que les orienta hacia lo que pueden hacer, adónde ir o cualquier otra cosa que necesiten”, cuenta el presidente. Si detectan situaciones graves relacionadas con las condiciones de trabajo o de vida a bordo, su actuación se limita a avisar al consignatario, a Capitanía Marítima o a los sindicatos.
No todos los puertos españoles cuentan con un centro Stella Maris (en latín, Estrella del Mar). Además de en Bilbao, en otras ciudades como Barcelona, Tarragona, Málaga, Vigo o Palma de Mallorca también existe este servicio. “Es una pena que no estén presentes en todos los grandes puertos. Al final, esto es una casa donde los marinos saben que alguien les va a apoyar”, lamenta Jiménez. Este centro cuenta con cuatro trabajadores y se financia con las tasas de los armadores y, sobre todo, la ayuda de la Autoridad Portuaria.
Lo cierto es que la conciencia sobre el bienestar emocional y psicosocial también está creciendo en el sector marítimo. El Comité de Bienestar de la Gente del Mar se enmarca en el cumplimiento del Convenio de Trabajo Marítimo, adoptado en Ginebra en 2006. “Sabemos que estar medio año en un buque es duro por el aislamiento personal y social”, reconoce Itziar Sabas, directora de Recursos Humanos y Comunicación de la Autoridad Portuaria, y miembro del comité.
Este órgano está constituido por una docena de entidades relacionadas con el sector marítimo, entre ellas, sindicatos, el Instituto Social de la Marina (ISM) dependiente del Gobierno central, asociaciones de navieros o de ingenieros. Su objetivo es “paliar en lo posible la sensación de desarraigo y soledad, y los distintos problemas de carácter humano con que estas personas pueden encontrarse durante su estancia en el puerto”.

En sus primeros meses de actividad, Sabas asegura que este órgano no ha identificado “riesgos psicosociales ni problemas de estrés o mal ambiente en los buques”. Su tarea se ha centrado en garantizar un ambiente sano y condiciones adecuadas como nóminas, equipos de protección, uniformes, higiene o instalaciones adecuadas. También se ha analizado la cuestión de género. “La mayoría de las tripulaciones son masculinas. Hay mujeres, sobre todo en cocina o en puestos de mando, pero siguen siendo minoría”, explica Sabas por teléfono. Aunque le gustaría que ganaran más protagonismo, no han detectado “datos disonantes ni necesidades específicas desde el punto de vista de género”.
Imagen de las gentes de mar
Son pequeñas singladuras para tratar de mejorar las condiciones de los que están y de los que vendrán. “La imagen acerca del marino no era realista, ni antes, ni lo es ahora”, sentencia Jiménez. Para este capitán, es gente “noble y sociable”. Y recuerda las amistades “muy fuertes” que ha logrado en su trayectoria profesional: “En el barco, cada uno es de un sitio y nos juntábamos no tanto como una familia, pero a la hora de la verdad nos ayudábamos como tal”.
Eso sí, advierte de que este trabajo es solo para quienes les gusta al mar: “He visto sufrir mucho a recién casados o a padres primerizos. Cuando eres el capitán tienes que estar psicológicamente preparado para calmarlos. El barco funciona como un equipo”. Lo comprobó hace unos días, cuando atracó un buque mercante con marinos ucranios y rusos que trabajaban remando en la misma dirección pese a venir de costas enfrentadas.
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