Balance íntimo de La Zarzuela: aciertos, errores y retos
Cuatro exjefes de la Casa del Rey analizan los altibajos de la institución durante el último medio siglo


España celebró este sábado medio siglo de monarquía parlamentaria. Fue la forma política consensuada para transitar de una larguísima dictadura a un sistema democrático homologable a otros países de Occidente. Y Juan Carlos I —elegido como sucesor por Francisco Franco— fue su máximo representante durante 39 años. Una época en la que España aprobó una Constitución avanzada, entró en organismos internacionales como la Comunidad Europea y la OTAN, acogió la Expo ‘92 y los Juegos Olímpicos, despegó a lomos del crecimiento económico y consiguió salir del ostracismo internacional. Pero también una época de escándalos por parte de Juan Carlos de Borbón, quien, en sus recientes memorias (Reconciliación, Stock) reconoce algunos “errores”. El libro, ya publicado en Francia, verá la luz en España a principios de diciembre.
En el contexto del aniversario, cuatro de los cinco jefes de la Casa del Rey vivos ―Jaime Alfonsín, que ocupó el puesto entre 2014 y 2024, ha rechazado participar en varias ocasiones―, comparten con EL PAÍS su experiencia como primeros espadas que, en la sombra, conocieron a fondo los entresijos de la jefatura del Estado y las contradicciones de Juan Carlos I. Los cuatro reflexionan, además, sobre los retos del presente y del futuro de la institución encarnados en Felipe VI y la princesa Leonor.

Los primeros años fueron una etapa histórica, coinciden Fernando Almansa (jefe de la Casa entre 1993 y 2002); Alberto Aza (2002-2011); Rafael Spottorno (2011-2014) y Camilo Villarino (desde 2024), todos ellos diplomáticos y civiles, después de que dos generales (Nicolás Cotoner y Cotoner y Sabino Fernández Campo) ocuparan el cargo durante 18 años. “En ese momento, el gran debate era si el cambio de régimen tenía que venir con una ruptura [con el franquismo] o con una reforma. Y Juan Carlos I era la persona para pilotar esa reforma”, afirma Almansa desde la sala de estar de su casa, llena de recuerdos de su etapa como mano derecha del Monarca. Su sucesor, Alberto Aza, apunta desde un sobrio despacho en el Consejo de Estado que la monarquía fue la “salida política a un largo periodo de crisis” y añade que el apellido “parlamentaria” es clave porque es la fórmula que permite que todo el poder esté en el Ejecutivo y que el Rey tenga un papel simbólico y representativo, lo que, a juicio de los cuatro, ofrece la cualidad más valiosa de este sistema frente a una república: la neutralidad.
Recuerda Aza cómo él mismo fue, sin embargo, “escéptico” sobre aquel proceso de apertura hacia la Transición hasta que conoció a Adolfo Suárez, muñidor junto a Juan Carlos I y Torcuato Fernández Miranda, entre otros, de la reforma política que desembocó en la Constitución de 1978. “Me pareció que alguien había visto la luz al final del túnel”, resume. Villarino añade: “[el rey emérito] le dio la vuelta al régimen como a un calcetín”.

Spottorno reconoce que fue mucho más pesimista en esos momentos en los que se empezaban a poner los cimientos de un nuevo país, y recuerda cómo dio un frenazo con el coche al escuchar por la radio que Juan Carlos I había designado a Suárez, entonces secretario general del Movimiento, como presidente del Gobierno. “Me llevé las manos a la cabeza y dije: ‘Este hombre está loco, qué disparate. Liquidado’. Sin embargo, le salió la jugada: Correr riesgos está en su carácter”, advierte sobre el rey emérito.
La personalidad de Juan Carlos I marcó su reinado. Los que trabajaron con él destacan su “carácter abierto, liberal, disciplinado y ordenado” — “es un militar”, apuntan—, además de “su puntualidad, empatía, pragmatismo e instinto”. “Era un personaje simpatiquísimo, no hay dudas. Y eso es un activo”, sentencia Aza, quién desvela que en Marruecos - el rey emérito mantuvo una excelente relación con Hassan II, al igual que con Hussein I de Jordania- solían decir que don Juan Carlos tenía “baraka” (buena suerte en árabe). La persona superaba a la institución y pronto se empezó a hablar de juancarlismo, algo que a Aza, que vivió los últimos coletazos de esa época dorada, critica: “Que se hablase de juancarlismo era una debilidad de reconocimiento de la institución sobrevalorando la persona”.

Spottorno cree que esa personalidad “volcánica” y “tormentosa” de Juan Carlos I le ha llevado a contradicciones a lo largo de su reinado. Recuerda cómo en 2011, tras una etapa marcada por una altísima popularidad y una actividad internacional “apabullante”, el rey estaba “cansado”. Coincide con los años de los escándalos, destapados a la postre: regalos multimillonarios de las monarquías del Golfo; infidelidades... El que fue quinto jefe de la Casa achaca ese hastío a que casi cuatro décadas reinando en un país “complicado” puede llegar a producir “desánimo”. Hace justo 50 años, España mantenía relaciones diplomáticas con 85 Estados; en 2014, con 191. La promoción del reino —los primeros años se priorizó la relación con Estados Unidos, Europa, Latinoamérica y el norte de África— “ya no necesitaba tanto de la actividad del Rey”, añade. Estaba “más de vuelta de todo”, lo cual le llevó a concentrarse en temas personales “no siempre afortunados y descuidarse un poco de los temas públicos”, reconoce uno de los hombres que pilotó la abdicación.

Pero de todo lo que podría haber pasado entonces, cuando la reputación de la institución estaba por los suelos a cuenta, entre otros episodios, de la cacería de elefantes en Botsuana cuando la prima de riesgo española estaba por las nubes, “lo menos malo”, coinciden, “fue lo que pasó”: la abdicación. “Los que estábamos ahí para cuidar de él”, lamenta Spottorno, “no supimos o no pudimos hacerlo como hubiera sido deseable para que [Juan Carlos I] mantuviera el mismo prestigio que tuvo en el pasado”. Se refiere a la época en la que se decía que el Rey era el mejor embajador de España y cuando nada o casi nada hacía presagiar los terremotos por venir: el Caso Noós, con una infanta en el banquillo y un yerno en la cárcel; la gran recesión; investigaciones judiciales dentro y fuera de España, cuentas y fundaciones en el extranjero, dos regularizaciones fiscales y una mudanza sine die a Abu Dabi.
Para Almansa, aquello son “anécdotas”. “A los reyes”, añade, “se les recuerda por su herencia política”. Juan Carlos I, opina Spottorno, “ha hecho cosas que no debería haber hecho, pero ha hecho muchas otras. Construyó un país a partir casi de cero”.
Dos reinados muy distintos
Cuando Felipe VI —primer rey que ha jurado la Constitución, como hizo también la princesa Leonor al cumplir los 18 años en 2023— cogió el testigo de su padre, las coyunturas de ambos reinados eran ya “muy distintas, tanto en el plano nacional como internacional”, afirma, desde su despacho en La Zarzuela, Villarino, actual jefe de la Casa del Rey.

“Esta es una España más difícil en términos políticos”, apunta Almansa, quién enumera los desafíos: un Parlamento más fragmentado, más crispación, el fin del bipartidismo, movimientos independentistas más radicales... “Todo eso hace que para el árbitro [hoy Felipe VI] su función sea más difícil de lo que pudo ser para su padre”.
“Esta es una España más difícil en términos políticos”, apunta Almansa, quién enumera los desafíos: un Parlamento más fragmentado, más crispación, el fin del bipartidismo, movimientos independentistas más radicales... “Todo eso hace que para el árbitro [hoy Felipe VI] su función sea más difícil de lo que pudo ser para su padre”.
Es en este contexto complejo en el que hay una gran “tensión, polarización y exacerbación del partidismo”, añade Spottorno, en el que una figura de árbitro que quiere representar a todos los españoles se hace “indispensable”. “El poder de moderador puede ser muy útil en determinados momentos, bien ejercido y con voluntad de unión y distensión entre las fuerzas políticas enfrentadas. Es algo muy positivo”, continúa. Para Almansa, el papel de árbitro, “hace a la institución todavía más importante” hoy en día. Villarino, el último en llegar a La Zarzuela, apunta en la misma dirección: “Si en algo puede aventajar una monarquía a una república es en la neutralidad política”, opina frente a aquellos que deslegitiman la institución precisamente porque Juan Carlos I fue designado exclusivamente por Franco como sucesor.

La designación por el dictador fue un “handicap”, reconoce Spottorno, pero la transformación que hizo del país fue “casi un milagro, una especie de revolución”. “El problema”, añade Aza, “no era si iba a ser su sucesor [del dictador], sino cómo lo iba a hacer. Si iba a continuar con el franquismo o todo lo contrario”.
Villarino, al que le toca ahora lidiar con una Casa mucho más reducida que a sus antecesores —las infantas Elena y Cristina ya no forman parte de ella y el rey emérito, aunque cae bajo su responsabilidad, no tiene agenda oficial— cree que lo que diferencia la monarquía de Felipe VI de la de su padre es que ahora se está encontrando con situaciones “inéditas”, como fue la activación del artículo 155 de la Constitución tras la declaración unilateral de independencia de Cataluña o la relevancia que han tomado las rondas de consultas de los candidatos a presidir el Ejecutivo.

Sobre el futuro de la monarquía, ahora que se ha alcanzado el hito del 50º aniversario ―unos fastos a los que Juan Carlos I no ha sido invitado― los cuatro exjefes de la Casa coinciden en que la Familia Real tiene que demostrar cada día su utilidad y una actitud ejemplar. “Lo único que puede hacer daño a la monarquía es que pueda llegar a la irrelevancia”, cree Spottorno.
De Felipe VI resaltan los que le conocen bien su capacidad de escucha y su amabilidad. “Es despierto, curioso y con afán de aprender”, dice Villarino, consciente de los sentimientos republicanos y de la huella que han dejado en la sociedad los comportamientos de otros miembros de la Familia real. Por eso le repite a Felipe VI que es el Rey “de todos”. Su línea roja, concluye, es que nadie pueda sentirse avergonzado de su jefe: “Que nadie pueda decir: ‘Me avergüenza”.

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