¿Le ha dolido, señor presidente?
Miranda de Larra tenía delante a Sánchez, le hizo algunas preguntas durísimas y pertinentes, pero en cuanto Sánchez empezaba a hablar, le interrumpía a gritos. Porque lo odia. Y a quien odias, no le ganas nunca


El momento más representativo del interrogatorio a Pedro Sánchez en la comisión de investigación del caso Koldo en el Senado ocurrió cuando Carla Antonelli, de Más Madrid, dijo que esperaba un Gobierno progresista “para rato”. El papel de los partidos amigos del interrogado también es una cosa para verla. Antonelli al menos fue de cara. Pero luego hay quien finge querer saber, que trata de mantener las formas y endurece el tono. “¿Estaba usted al tanto o no, y por favor no se vaya por las ramas, responda sí o no, de que esas gafas le quedan como Dios?” y otro ya desquiciado, haciéndose un lío: “¿Duerme con la conciencia tranquila con el país yendo tan bien?”. Carla Antonelli, sin embargo, le dijo directamente que lo quería en el poder “para rato”.
–Para rato… –respondió Sánchez–. Me va a disculpar, pero, prefiero decir “para largo”.
Se produjo en silencio. “Para rato”, repitió Sánchez, disgustado con los suyos, que no lo pillaban. Entonces sí se produjo alguna risita: ah, será por Rodrigo Rato. Pero el chiste era una excusa: Sánchez de lo que quería hablar era de Aznar, del “milagro económico” de Rato y su posterior condena de cárcel. Si hizo esto con una senadora de un partido socio del suyo, ¿qué no haría cuando preguntase directamente el PP?
Entonces apareció en escena Alejo Miranda de Larra, del PP. La estrella política del día. Si don Quijote enloqueció leyendo novelas de caballerías, Miranda de Larra lleva tres semanas viendo películas de juicios con sobredosis incluida de Algunos hombres buenos. Si solo hubiese visto eso, aún vale. Pero la mezcla de Saul Goodman, el abogado de La que se avecina y el bueno de Tom Cruise terminó haciendo estragos. Se preguntó y se contestó a sí mismo media docena de veces. A veces contestaba primero la pregunta que luego hacía. Estaba documentado, fue rápido en las réplicas, tenía claro lo que debía preguntar al presidente (se lo puso muy fácil la senadora de UPN y el senador de Vox, que fueron a la comisión como van a la tele los hermanos de los concursantes de Supervivientes, a ver si pillan cacho y los llaman a ellos). Pero Alejo Miranda de Larra tiene un problema que es el problema de la mitad de España con Pedro Sánchez: su odio le afecta a la inteligencia, se la erosiona, pierden los estribos, acaban todos como esas gitanas a las que no les compras el romero y te echan siete maldiciones por la calle.
Miranda de Larra tenía delante a Pedro Sánchez, le hizo algunas preguntas durísimas y pertinentes, pero en cuanto Sánchez empezaba a hablar, le interrumpía a gritos. Porque lo odia. Y a quien odias, no le ganas nunca. Sánchez es demasiado listo: sabe que el antisanchismo es una enfermedad que está destruyendo a las mejores mentes de la derecha, aquellas que saben detectar los puntos débiles del Gobierno y son incapaces de atacarlos bien porque exigen bisturí, y ellos, tan finos, ya sólo quieren operar con hacha. Pasa algo parecido con el Real Madrid: el antimadridismo es una bendición. Prefieren que pierda el Madrid a que gane su equipo del mismo modo que en la derecha cultivada y elegante del PP, la que queda, a estas horas prefieren que pierda Sánchez aunque gane Abascal.
En cuanto Miranda de Larra le interrumpía, Sánchez llegaba a suspirar, porque muchas veces no tenía ni idea de lo que iba a responder. Pero Miranda de Larra ya sólo embestía gigantes. A su lado, mirándolo fijamente a él, la senadora Rocío Dívar asentía. En más de una ocasión lo miraba fijamente mientras Miranda de Larra preguntaba inquisitivamente a Sánchez, y cuando terminaba de preguntar, Dívar volvía la mirada a Sánchez, en plan “ahí te va la onda vital”. Sánchez empezaba a titubear. Pero Miranda de Larra se ponía a hablar otra vez y Dívar volvía alucinada la mirada hacia él, “esto no está pasando”.
Fue todo un espectáculo. Aquella reacción del senador de Vox Gordillo –cuando Sánchez dijo que era una “comisión de difamación”–, pidiendo respeto levantando el hombro izquierdo, que parecía que estaba poniendo a bailar un loro. O la diputada de UPN, María Caballero, que en medio del delirio formuló una pregunta, pero para que no le contestase Sánchez, que ya no había tiempo. Si fue descriptivo Sánchez con Rato, no lo fueron menos los senadores Julien Sorel, el arribista de Stendhal, que encontraron en Caballero su mejor representante: yo vengo aquí a preguntar, no a que usted responda.
Miranda de Larra, sin embargo, quería que Sánchez respondiese “sí o no”, pero en este país parlanchín, cada vez más ladino, más juguetón con el lenguaje, más precavido a la hora de pillarse los dedos, no se responde sólo “sí” ni en una boda. Sánchez usó la fórmula habitual: “Que yo recuerde, no”, y de este modo recordó poca cosa. De Rodrigo Rato recordaba hasta qué número calza. Sánchez quería dar “contexto” todo el rato. El contexto lo es todo, entre otras razones, porque te pones a dar contexto, que suele ser Rajoy, la Gürtel o Villarejo, y a Miranda de Larra le empieza a dar un parraque y termina a gritos sin dejar que Sánchez termine. Y Sánchez gana. Bien es cierto que a veces le preguntan por la corrupción del PSOE, se pone a hablar de la corrupción del PP, le interrumpen y levanta los brazos mirando al árbitro: “No me deja contestar”. Nos ha jodido, Pedro. El árbitro era del PP, por cierto: literalmente. Como es mayoría, la comisión la preside el PP.
En las televisiones, en las radios y en los diarios hay coincidencia en lo bochornoso de la comisión, cada medio con su sesgo, pero lo bochornoso no es intrínsicamente malo. Este país ha crecido siempre en medio de grandes oleadas de bochorno y dignidad, a veces incluso bochornosa dignidad, dependiendo del calor. “Tal y como ha ido, yo estoy encantado de venir”, dijo Sánchez al salir. Ya no llevaba las gafas. Para él la comisión de investigación fue la pasarela en la que estrenar gafas. Unas gafas enormes, preciosas, un poco de ministro franquista cool. Se han vuelto a llevar esas gafas, al parecer. Sánchez las usaba supuestamente para leer de cerca, pero es probable que no llevase cristales. Los guapos a veces hacen esas cosas. Cristiano Ronaldo apareció con unas de esas gafas en una renovación del Madrid. Estábamos todos en la sala de prensa flipando, porque además Cristiano nunca tiene nada delante a menos de cinco metros. Luego supimos que no llevaba cristales. Tenía que haber hecho eso el senador Miranda de Larra: acercarse a él para darle con el índice al cristal, como se hacía en su ojo Daniel Day Lewis en Gangs of New York, y zas.
–¿Le ha dolido, señor presidente?
–¿Dolido? Dolido es un participio, como Casado. Le voy a hablar de Isabel Díaz Ayuso y Alberto Quirón —con un hilito de sangre en el ojo.
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