Pamplona prueba pisos domotizados para personas con discapacidad: “Así la vida sí se puede vivir”
Es la única ciudad española que participa en el programa europeo oPENLab, que testa avances en iluminación, calefacción o ventilación


Alexander Marmolejos, dominicano de 43 años, sufrió un accidente hace dos años y desde entonces su paraplejia le mantiene postrado en una silla de ruedas. No quiere fotos, pero accede a abrir la puerta de su casa para contar su historia. Reside en una de las cinco viviendas domóticas y energéticamente eficientes que el Ayuntamiento de Pamplona ha rehabilitado gracias al programa europeo oPENLab con el fin de destinarlas a personas con discapacidad. Pamplona es la única ciudad española ―las otras dos son Genk (Bélgica) y Tartu (Estonia)― en la que se está desarrollando este programa, que busca crear espacios de experimentación en vivo.
En el caso navarro, personas con necesidades específicas de muy distintas características residen en estos espacios y trasladan información sobre sus funcionalidades y posibles mejoras. Se genera así un entorno de experimentación, pero también de fomento de la autonomía personal. Para Marmolejos ha sido un antes y un después: “Yo, al principio, no pensé que pudiera seguir viviendo en esta situación. En el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo estuve seis meses y está muy adaptado, puedes hacerlo todo tú solo, pero salí de allí y tuve que ir a un albergue. Estuve esperando la vivienda nueve meses en un lugar que no estaba adaptado para mí. Ya luego que he venido aquí he visto que sí, que la vida sí se puede vivir con la discapacidad”. Por el momento, en ese inmueble viven seis personas ―cinco con discapacidad y una voluntaria―, aunque van a habilitar 12 pisos con capacidad para 24 personas.
El consistorio pamplonés ha firmado convenios de tres años de duración con tres asociaciones ―Aspace, Asociación de Síndrome de Down y Anasaps― para ocupar estos pisos. Es así como Ana Galve (Pamplona, 31 años) y Diana Vera (Cali, Colombia, 32 años) juntaron sus caminos hace un mes. Galve es usuaria de la Asociación de Síndrome de Down de Navarra y, tras una década residiendo con varios compañeros en uno de los pisos de autonomía que gestiona la entidad, le propusieron mudarse a estas viviendas: “No me esperaba la noticia. Me ha costado un poco, pero ha ido bien”.
Galve reconoce que le daba respeto cambiar de entorno, dejar a sus compañeros atrás, pero lo tuvo claro: “Dije, pa’lante”. En el piso reside con Vera, voluntaria y estudiante de un Máster de Intervención Social de la UPNA, que también confiesa que al inicio estaba nerviosa: “Conocer a Ana fue un descanso porque es una chica independiente que hace las cosas de la cotidianeidad sin ningún problema”. Vera lo que le brinda, dice, es acompañamiento. “En ocasiones necesita que uno de pronto le diga, ‘Ana, así está bien; Ana, hazlo así’, pero de forma general, lo hace muy bien”, explica.

La convivencia, por ahora, es buena. Para ellas, la semana empieza el domingo por la tarde. Es cuando se juntan para organizar las comidas de los próximos días, la limpieza, las actividades o las finanzas de la casa. El aprendizaje, dice Vera, es mutuo: “Yo aprendo mucho de ella, me ha ayudado a organizarme en muchas cosas a nivel personal”. Además, hacen planes juntas. “Yo le digo ‘mi compi de piso’, salimos a tomar algo... Lo empezamos a hacer así para que la convivencia fuera buena, que ella se sienta segura, se sienta tranquila”, cuenta. Conversan mucho y ahí está el principal foco de discrepancia, se ríen: “Por Ana nos quedaríamos charlando hasta la una de la mañana, pero le digo, ya es hora de dormir. Así que tenemos un horario, pero intentamos tener por la noche nuestro momento de compartir y estar juntas”.
Esos ratitos les han ayudado a entenderse y a apoyarse porque, para Galve, el cambio ha sido fuerte: “Yo lo que más de menos echo es a mis compis, que los he tratado muy a gusto y ellos me han enseñado cómo hacer las cosas”. Así que los invitaron a casa a cenar. “Me emocioné un poco al verlos a todos aquí”, recuerda. A Galve le han concedido el servicio de catering, pero hasta el momento se han organizado ellas: “Ana sí sabe hacer sus alimentos, lo que necesita es que la acompañe para que ella esté segura de lo que está haciendo. Entonces, si le falta la sal, le oriento”. Aquí, ríen, han encontrado más obstáculos. “Me pidió que la ayude a hacer una tortilla de patatas y yo no sé, yo soy de Colombia, entonces tuvimos que mirar un tutorial”, narra Vera. En todo lo demás, son independientes. Vera trabaja en una tienda de zapatos y estudia un máster, y Galve acude todas las mañanas a la asociación donde se forma para poder trabajar: “Hacemos actividades en el ordenador, en el Excel, cosas de cocina...”.

Que una persona con síndrome de Down comparta piso con otra sin discapacidad es una propuesta que llevan años realizando en la Asociación Síndrome de Down, explica su gerente, Edurne Pascal (Pamplona). “Son personas con discapacidad intelectual que van a necesitar prestaciones toda la vida. La idea es trabajar para que esos apoyos sean los mínimos necesarios”. Galve, por ejemplo, recibe el servicio de catering y de atención a domicilio y, ahora, tiene a Vera. Como voluntaria, se ha comprometido a estar un mínimo de un año porque, apunta, “uno crea lazos y llegar y a los meses volverse a ir genera una sensación de duelo a la persona que acompañamos”.
Si Galve llegó a estos pisos a través de una asociación, Marmolejos lo hizo directamente a través de la trabajadora social: “En vista de mi accidente, me quedé en una situación de vulnerabilidad, con un nivel de discapacidad muy elevado y no podía ya entrar al piso donde yo vivía antes”. Tras su paso por el Hospital Nacional de Parapléjicos, en Toledo, residió en un albergue en Pamplona y en la actualidad lleva tres meses residiendo en estos pisos adaptados: “Vivo solo y me apaño solo. Igual sí que hay algunos detalles, como el telefonillo, que me queda un poco alto para poder mirar quién toca, pero tiene la ventaja de que puedo manipularlo desde el móvil, la calefacción también... Está muy bien”. Todo ello le ha permitido volver a sentirse autónomo. “Cuando me apetece, salgo, vuelvo... No me es necesario depender de otra persona”. Por ahora, vive por su cuenta, con apoyo municipal para algunas tareas del hogar, y se plantea ya su futuro. Por un lado, personal, porque en esta vivienda podría convivir en pareja. Por otro, laboral. Ya ha contactado con una asociación para que le oriente. “Cuando esté bien organizado, haré algunos cursos para lograr un trabajo adaptado a la condición en la que estoy”, planea.

En líneas generales, son las entidades las que asumen el pago del alquiler ―343 euros mensuales― y proporcionan el acompañamiento social. El consistorio, titular de la vivienda, se encarga de los gastos comunes y de mantenimiento durante los tres años de convenio. El proyecto todavía está en una fase incipiente, pero tienen dos líneas de trabajo a futuro en el campo ambiental y social. Las viviendas son eficientes energéticamente y cuentan con una domótica avanzada para gestionar la iluminación, la calefacción o la ventilación. Quien lo controla y analiza es un estudiante becado que, además, propone mejoras. En esa línea, se está trabajando con la UPNA para que, en un futuro, estudiantes de ramas sociales e ingeniería residan también en este inmueble y contribuyan así a la inclusión efectiva de sus inquilinos.
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