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Halladas tres monedas perdidas por las tropas del Príncipe Negro en la catedral de Vitoria

Los tres óbolos de leopardo del siglo XIV imitaban piezas inglesas y se utilizaron para pagar a las hambrientas tropas del mítico señor de la guerra

Vicente G. Olaya

Europa sufrió, entre 1337 y 1453, un devastador enfrentamiento bélico conocido como la Guerra de los Cien Años. Todos contra todos y sin excepción. La península ibérica no fue ajena a esta lucha sin cuartel entre los ejércitos franceses e ingleses. Los hermanastros Pedro I el Cruel (1334-1369) y Enrique II de Trastámara (1334-1379) reprodujeron esos enfrentamientos en Castilla.

Pedro estaba respaldado por los ingleses y las tropas del Príncipe Negro, hijo del poderoso Eduardo III de Inglaterra (1327-1377). El Trastámara, en cambio, contaba con el apoyo francés y los soldados del caballero bretón Bertrand du Guesclin. Durante los trabajos arqueológicos que se han realizado en la catedral de Vitoria (Álava), se han descubierto tres monedas ―que imitaban a los llamados oboles au léopard (óbolos del leopardo), acuñados por el inglés Eduardo III en su feudo de Aquitania― que perdieron los soldados de su hijo Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, durante el asedio a la villa vasca. Da cuenta de ello el estudio Cien Años en los confines de los reinos de Castilla y León. Las imitaciones de óbolos con leopardo procedentes de las excavaciones de la catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz, publicado en la revista francesa Revue Numismatique. Tras estas monedas, según revela el informe, se esconde una apasionante historia de falsificaciones, traiciones y cruentas batallas.

Las tres piezas halladas fueron emitidas por el obispo de Viviers (Francia) Aymar III de La Voulte. ¿Y cómo llegaron a Vitoria? El autor del estudio, Raúl Sánchez Rincón, conservador del Museo de Arqueología de Álava, lo tiene claro: “Su inusual presencia [en Vitoria] está vinculada a las tropas que lucharon del lado del rey Pedro I de Castilla [ingleses] en su guerra con su medio hermano Enrique de Trastámara, apoyado por los franceses”.

Las tres monedas han sido localizadas en mal estado de conservación. Todas presentan “un leopardo rampante a izquierda con una roseta de cinco pétalos entre sus patas en el anverso, y una cruz patada con una corona en el primer cuartel del reverso”. Pero en vez de llevar grabado el nombre de Eduardo III, llevan el del obispo.

Estas monedas fueron perdidas por las tropas del Príncipe Negro ―un personaje mítico en la historia de Inglaterra, que aparece en dos obras de Shakespeare y cuyos restos reposan en un bellísimo sepulcro de la catedral gótica de Canterbury (Reino Unido)― cuando los soldados ingleses y gascones cruzaron Álava en apoyo de Pedro I en el invierno de 1367. “La guerra entre Pedro y Enrique provocó que tropas inglesas y francesas se movilizaron en suelo castellano en diversas ocasiones, especialmente entre 1366 y 1369”, recuerda Sánchez Rincón. Su hallazgo en territorio castellano debe explicarse en este contexto bélico, ya que han aparecido en lugares por donde pasó y acampó el ejército anglo-gascón (ahora tres en Vitoria y una en el túnel guipuzcoano de San Adrián en 1963), si bien existe la lejana posibilidad de que las perdiera un peregrino en su deambular por el Camino de Santiago, incide el experto.

En agosto de 1366, Pedro había decidido volver a la península con las tropas del Príncipe Negro para recuperar su reino, tras huir apresuradamente a Francia por el puerto de A Coruña después de que su hermanastro Enrique II entrara en Castilla y fuera proclamado rey en Calahorra (La Rioja). Tras cruzar el paso de Roncesvalles, decidieron adentrarse en tierras alavesas en dirección a la villa de Salvatierra en busca de provisiones. Desde allí, se dirigieron a Vitoria, después de enterarse de que Enrique había decidido movilizar su ejército hacia dicha población alavesa con la intención de enfrentarse a ellos. Al día siguiente, tras conocer los movimientos de tropas enemigas gracias a la información proporcionada por un pequeño destacamento que se había infiltrado en las líneas de Enrique, Eduardo de Woodstock acampó a las afueras de Vitoria.

Los contingentes anglogascones debieron pasar varios días en los alrededores de la ciudad. “Por lo tanto, este distinguido caballero inglés probablemente se asentó allí mientras esperaba que el escurridizo Trastámara abandonara su privilegiada posición en el castillo de Zaldiaran y finalmente se enfrentara en batalla a campo abierto”, señala el estudioso. “El imponente grupo armado parece haber permanecido acampado durante seis días frente a Vitoria en condiciones climáticas y materiales muy desfavorables, hasta el punto de que en el campamento del príncipe el pan se vendía a un florín. En vista de esto, es posible que fuera en este momento cuando las pequeñas monedas emitidas en el lejano obispado de Viviers [las piezas que imitaban las monedas de Eduardo III de Inglaterra] se mezclaran con el resto de la masa circulante”.

Sánchez Rincón recuerda que el obispo de Viviers y otros señores del valle del Ródano comenzaron a imitar monedas de otras regiones francesas, principalmente fraccionarias, porque “su control era menos estricto en las transacciones pequeñas”. Su introducción en el mercado se hacía mediante especuladores o cambistas, “que distribuían las imitaciones en las zonas rurales limítrofes con Aquitania”. Luego, esas monedas se mezclaron con los óbolos aquitanos auténticos y cruzaron los Pirineos con los contingentes militares gascones del Príncipe Negro.

Pero, ¿por qué solo se han encontrado imitaciones y no las originales de Eduardo III? La respuesta del experto es doble: tras una primera inspección real que las habría mantenido fuera de circulación, fueron reintroducidas rápidamente en la península “debido a la urgencia y la necesidad de efectivo en la precaria situación del ejército del Príncipe Negro en Vitoria. También puede ser que los cambistas y comerciantes que seguían al ejército aprovecharan el hambre que campaba entre las tropas para deshacerse de estas monedas de baja calidad al precio más alto. Esto significaría que no fue la autoridad emisora [el obispo] quien las introdujo en el mercado, sino los comerciantes y cambistas para hacer negocio”.

Curiosamente, el estudio también revela que el bando francés tampoco se quedó quieto a la hora de introducir monedas de imitación en el reino de Castilla. Este fue el caso del conde Aymar VI de Poitiers (1345-1374) ―homónimo del obispo―, quien comenzó a acuñar moneda en connivencia con Enrique de Trastámara, que se había refugiado también ―a causa de los avatares de la guerra― en el sur de Francia. En este caso, las piezas se denominan cornados de Santa Orsa e imitan a las castellanas. Se emitieron para pagar a las tropas de las Compañías Blancas, las que comendaba Du Guesclin. Una de estas monedas fue hallada recientemente en el castillo de Montiel (Ciudad Real), que fue donde Enrique asesinó a su hermano Pedro, mientras Du Guesclin lo agarraba por la espalda. “Ni quito ni pongo rey, solo ayudo a mi señor”, dijo el bretón para justificar su vil acción financiada con monedas de imitación.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.
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