Ir al contenido
_
_
_
_
EXTREMA DERECHA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La gran hipnosis llega a España

El mecanismo que adormece el discernimiento y convence a las clases populares de que la ultraderecha es su mejor defensa galopa en gran parte de Occidente

De izquierda a derecha, el nerlandés Geert Wilders, la francesa Marine Le Pen, el español Santiago Abascal, el húngaro Viktor Orbán y el italiano Matteo Salvini, en febrero pasado en Madrid.
Andrea Rizzi

La célebre cita de Tolstói en Anna Karenina nos advierte de que “todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz lo es a su manera”. Sin embargo, en las sociedades democráticas occidentales, el descontento de las clases populares produce cada vez más una misma consecuencia: el voto para formaciones nacionalpopulistas.

Si bien la galaxia ultraderechista es heterodoxa y es por tanto necesaria cautela a la hora de establecer paralelismos y generalizaciones, es evidente que la conexión entre amplios sectores de las clases populares y estos partidos es un denominador común en una amplia geografía política.

Se vio desde el primer gran seísmo nacionalpopulista, el Brexit, en 2016. El sí al desgarro con la UE ganó por el apoyo fundamental de las clases trabajadoras de la Inglaterra profunda, que creyó que esa patada nacionalpopulista era lo mejor. Meses después, el mecanismo se reprodujo en la primera victoria de Trump, en la cual el magnate logró ganar por los pelos gracias a su decisiva penetración en segmentos descontentos de las clases trabajadoras blancas. Ocho años después, repitió la hazaña con más holgura sumando segmentos de clases populares latinas o afroamericanas. Es notorio que este mismo fenómeno se ha producido en Francia, con el partido de Le Pen, y en Alemania, donde el respaldo a AfD arraiga sobre todo en relación con la antigua parte oriental ―menos próspera que la occidental―, pero también sube en entornos desfavorecidos de la antigua república federal. Lo mismo ha ocurrido en Austria con el FPÖ.

Ahora empiezan a aflorar datos demoscópicos en España que parecen reproducir esa tendencia. En su génesis, Vox tiene componentes ultraliberales que le situaban como antagónico con respecto a los instintos de las clases populares. Lo mismo ocurría con AfD. Pero estos partidos tienen una enorme fuerza camaleónica, metamorfosean y se mimetizan de la forma más conveniente.

La realidad macroeconómica española, claramente positiva con un considerable crecimiento económico, con creación de muchos empleos, con una sostenida política de protección social, no debe conducir a la conclusión de que queda desactivado el riesgo. Porque esa realidad macro no impide que en lo micro haya dificultades, precariedad o simplemente insatisfacción comparativa o con respecto a las expectativas. Se mezclan elementos objetivos y subjetivos, estadísticos y psicológicos, y sobre los materiales se desatan los culturales.

Ante este fenómeno, es fundamental analizar dos factores: el caldo de cultivo que lo propicia, y los mecanismos que lo aprovechan.

El caldo de cultivo que propicia es, en términos genéricos, una insatisfacción de corte socioeconómico con respecto al sistema, un malestar con respecto a cómo va el mundo, sea por ciertos rasgos de precarización, por los efectos de la globalización, la deslocalización de empleos manufactureros, el incremento de la inmigración que altera el paisaje, cambios sociales que desorientan. Ante ese malestar a veces indefinido, hay una fuerte propensión a considerar como culpables de la situación a los partidos mainstream (las fuerzas principales del sistema) considerados como responsables de la construcción del sistema aborrecido. Los socialdemócratas, pese a ser abanderados de la protección social, no se han librado de ese estigma en muchos casos. En gran medida se han convertido en referentes para clase media-alta urbana.

Los mecanismos que lo aprovechan son una suerte de gran proceso de hipnosis por el cual, dada esa premisa, se logra convencer a votantes de clases populares que la mejor opción de defensa de sus intereses son partidos radicales que, en lo fundamental, no suelen ser para nada favorables a la protección de esa parte de la ciudadanía. Se produce un cortocircuito del discernimiento de la realidad. Es paradigmático el caso de Trump, que ya en su primer mandato aprobó una reforma fiscal que favorecía sustancialmente al 1% más rico de la población y, a pesar de ello, logró conseguir un segundo mandato con el apoyo de clases que no fueron beneficiadas por su primer periodo. El Brexit y sus líderes más destacados ―Johnson y Farage― difícilmente pueden ser considerados paladines de las clases populares, pero obtuvieron el apoyo de ellas. Vox es, meridianamente, otro caso de hipnosis.

Esta ocurre por una habilísima mezcla de eficaz culpabilización de los partidos mainstream de todo lo que va mal junto a la propagación de un ideario simplón muy efectivo en tiempos de escasísima disposición a la concentración, la reflexión, el matiz, la escucha del otro. En tiempos de la estulta dicotomía del pulgar arriba o abajo, de la compresión de los mensajes, de la distracción continua y del reino de las imágenes, mensajes simples y emocionalmente movilizadores galopan en una pradera perfecta para ellos. No parece que ningún laboratorio político haya todavía encontrado el antídoto para desactivar el virus.

Por supuesto, el mecanismo tiene antecedentes en el pasado y ha funcionado para otros proyectos políticos. Ejemplo significativo es el PP en la Comunidad de Madrid, un proyecto ultraliberal que está desangrando los servicios públicos y que, a pesar de ello, cosecha amplios apoyos entre quienes los necesitan desesperadamente para avanzar hacia la igualdad. En otros países y en otros tiempos se han dado otros ejemplos de líderes de derechas elitistas que conquistaron apoyos populares. Pero la hipnosis actual tiene rasgos especiales por su nivel extremo y por su réplica en tantos sitios.

En todo ello no debe caber un ápice de paternalismo. Las razones de la gran hipnosis son complejas y sería no solo una forma de arrogancia, sino un gravísimo error quedarse en la superioridad moral, tal vez no explicitada, según la cual se piensa que estos ciudadanos ni entienden lo que hacen. La gran hipnosis es un mecanismo luciferino, y la manera correcta de afrontarlo no es quedarse en un juicio banal sobre la inteligencia de los individuos, sino un análisis sistemático de lo que produce la alucinación.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_