Campillo de Ranas, “el pueblo de las bodas” que debe mucho a su alcalde y a la ley del matrimonio igualitario
La localidad de Guadalajara, de apenas 150 habitantes, se ha convertido en uno de los destinos favoritos entre las parejas LGTBIQ+ que buscan darse el ‘sí quiero’ gracias a la militancia de su alcalde y a la apuesta de los hosteleros. “Fue un cambio radical”, asegura uno de ellos

En Campillo de Ranas se casaron en 2020, en plena pandemia, Juan Antonio, de Guadalajara, y su pareja. Lo hicieron justo el 28 de junio, el día en el que se celebra el Orgullo LGTBIQ+. Al enlace acudieron apenas siete personas por las limitaciones que aún estaban en vigor pero lo que sí tenían claro era que querían hacerlo en este pueblo conocido por su arquitectura de pizarra negra. “Cuando ves que en un sitio eres querido, eso te da más confianza. Es un pueblo súper abierto y súper tolerante”, señala Juan Antonio, que vive junto a su marido en el madrileño barrio de Chueca. “Vas por las calles y se respira libertad, que es lo que se debería respirar en cualquier sitio”, dice al hablar de Campillo.
Hace 20 años, el 30 de junio de 2005, España se convirtió en el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario, y si hay un pueblo convertido en meca para las parejas del mismo sexo que quieren darse el “sí quiero” ése es, sin duda, este pequeño municipio de la Sierra Norte de Guadalajara, situado junto al Pico Ocejón. Cuando muchos ayuntamientos eran aún reticentes a acoger este tipo de enlaces, pese a que la ley así lo establecía, el Consistorio de esta localidad dio un paso adelante para acoger a estas parejas sin ningún tipo de cortapisas.
Su alcalde, Francisco Maroto, fue de los primeros regidores en oficiar este tipo de enlaces en nuestro país. “Todo esto surge con un acto militante mío. Cuando unos alcaldes decidieron objetar a la celebración de estas bodas yo dije que también era alcalde electo y que iba a casar”, cuenta por teléfono a EL PAÍS. Unos años más tarde, él mismo daría el ‘sí quiero’ a su pareja en su propio ayuntamiento. “Tú ves una boda en Campillo de Ranas pero nada más. Los invitados son iguales en todas las bodas. La gente va guapa, bien vestida y no se distingue en nada que sea una boda gay de una boda hetero”, explica.

Campillo ha acogido desde entonces unas 250 bodas entre personas del mismo sexo, muchas oficiadas por el propio Maroto, convertido en uno de los alcaldes más casamenteros del país. La localidad cambió la ganadería, su principal actividad económica por aquel entonces, por el negocio de las bodas. En 20 años, el municipio ha sumado 19 casas rurales, un albergue y cinco restaurantes. Las bodas LGTBIQ+ hoy apenas representan una cuarta parte de las que se celebran en el municipio pero han sido el impulso para convertir a Campillo, explica uno de sus hosteleros, en el pueblo, a secas, “de las bodas”.
Santiago Reig es el responsable de celebraciones de Aldea Tejera Negra, uno de los restaurantes y alojamientos de Campillo que acogen estos enlaces. En los últimos 20 años han celebrado más de un millar, entre el 15 y el 20 % de personas LGTBIQ+. “Fue un cambio radical, un espaldarazo total”, recuerda Reig al rememorar la aprobación de la ley del matrimonio igualitario. “Campillo, gracias también a la labor del alcalde, empezó a posicionarse como destino para este tipo de celebraciones. El pueblo tuvo repercusión en medios nacionales e internacionales. Fue increíble”, rememora.
Contrayentes de todo el mundo
Al pueblo empezaron a llegar, y siguen haciéndolo, parejas de todo el mundo que, además de un entorno idílico, buscan un espacio seguro, confiable, lejos de las miradas que aún miran con recelo este tipo de enlaces. “Hemos casado gente de Islandia, de Japón, de Argentina, de Noruega...”, apunta el alcalde. Y fue además un impulso para desestacionalizar el turismo y extenderlo a todo el año. “Aquí hay gente que se casa en verano, y el boca a boca diciendo lo bonito que es el pueblo y lo bien preparado que está hace que toda esa gente regrese después. Nos ha generado una publicidad que nos viene muy bien”, reconoce.
Con apenas 150 habitantes —Campillo de Ranas se encuentra en una de las zonas más despobladas del país—, el sector de las bodas, y todas sus derivadas, ha ayudado, además, a fijar población. “En nuestro restaurante tenemos una estructura fija de 15 empleados, que luego reforzamos en función del tamaño de cada evento, y muchos de ellos viven en el pueblo”, subraya Reig. “Es fácilmente identificable, viendo cómo se ha desarrollado el pueblo y las pedanías aledañas con respecto a otros municipios de la zona”, añade.

La localidad ofrece tranquilidad y un ambiente distendido a quienes desean oficiar y celebrar su enlace en este pueblo. “Son personas que normalmente no buscan un protocolo excesivo o llamar la atención. Les gusta el entorno. Vienen a celebrar la boda pero también a hacer rutas de senderismo por la zona o a visitar los pueblos de la arquitectura negra”, explica Reig. Dos décadas después, Campillo sigue siendo un icono en la aplicación del matrimonio igualitario ante una ola reaccionaria que obliga “a no bajar la guardia, a seguir pico y pala todo el día”, dice su alcalde, y a seguir reivindicando en la calle los logros conseguidos en estos 20 años.
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