Tabarca, donde el principal problema del turismo no son los turistas
La isla alicantina, única poblada de la Comunidad Valenciana, afronta la temporada alta con deficiencias en las infraestructuras públicas y sin control del transporte de visitantes

En apenas 30 hectáreas de extensión, la isla de Nueva Tabarca (Alicante), la única habitada de la Comunidad Valenciana, recibe en los picos altos del verano entre 3.000 y 5.000 visitantes diarios. Sus alrededor de una cincuentena de empadronados y el centenar de familias con vivienda en propiedad, cifras que como todas las de afluencia de este reportaje, no son oficiales, sino lanzadas a ojo por diferentes administraciones públicas, conviven con ellos entre las 10 y las 21 horas, que son las que marcan la llegada y la salida de las embarcaciones que cubren el trayecto hasta la isla en temporada alta. Los restaurantes, principal negocio local, llegan a servir hasta cuatro turnos completos de comidas. Las calles del recinto amurallado, el único urbanizado, se abarrotan. Pero en este singular caso de turismo masivo, “el problema no son los turistas”, señala Carmen Martí, presidenta de la asociación de vecinos. “Necesitamos un plan integral que acondicione la isla para habitantes y visitantes”, sostiene.
Martí va y viene a su casa porque “tiene obligaciones en tierra”. Pero cada vez que puede, busca “la tranquilidad” de una isla sin tráfico que se vacía en temporada baja y cada noche de verano, una vez que zarpa la última tabarquera. “Esto es otro mundo, muy saludable”, asegura. “Se camina mucho, apenas hay gente y desde que pusimos una antena de fibra aérea, no hay problemas de comunicación”. Lo mismo cuenta Manola Russo, una octogenaria que nació y se casó en Tabarca, que tuvo que trasladarse a Alicante por el trabajo de su marido, pero que ha vuelto para vivir “de maravilla”. Entre marzo y septiembre, ella, su hermana, su sobrina y una hija que le trae la compra desde tierra, pasean o se sientan en la orilla de la calle, a resguardo del viento, para charlar. Su nombre la delata como tabarquina de raza. La isla fue repoblada en el siglo XVIII con ciudadanos genoveses que trajeron al censo isleño, que sobrepasó del millar de habitantes en los años 60 del pasado siglo, apellidos como Russo, Chacopino o Parodi, mayoritarios en la isla.
Semana Santa marca la llegada de los jubilados del Imserso. Mayo y junio, la de los grupos escolares, que toman las playas pese a la ausencia de socorristas. También es la época de cría de las gaviotas, muy agresivas con los humanos que se acercan demasiado a sus polluelos. Y desde julio hasta septiembre, una muchedumbre viene atraída por el recorrido entre el recinto amurallado, un mar cristalino protegido por la primera reserva marina de España, declarada en 1986, y el caldero, un arroz de pescado que es la especialidad de todos los menús. Fuera de eso, “no hay nada más”, lamenta Martí. “Faltan aseos públicos, faltan zonas de sombra, los atractivos turísticos, como la iglesia o las bóvedas de la muralla, están cerrados, el torreón está en ruinas”, enumera. “Y hace falta una regulación del transporte, sobre todo la creación de un servicio de transporte público”, defiende, “que se aprobó en Cortes Valencianas en 2018” y jamás se ha puesto en marcha.
A Tabarca se llega principalmente desde Alicante, a 22 kilómetros, y Santa Pola, a 8. “Viene mucha gente y estamos como hace 40 años”, declara Mari Ángeles Valera, propietaria del restaurante La Almadraba, que vive en la isla diez meses al año. “Necesitamos un puerto más grande, para separar al turista de los barcos de mercancías”, reivindica, “y más actividad cultural, para que la visita no sea solo sol y playa”. “También que se regulen los precios del trayecto, porque al turista las distintas compañías le hacen ofertas para competir entre ellas, pero los trabajadores que van y vienen se gastan 300 euros mensuales solo en barcos”, asegura. Martí añade que a los habitantes se les debería aplicar la insularidad, para abaratar sus billetes y que, con un servicio público, se controlaría mejor el turismo. Coincide con ellas Diego López, propietario de la heladería Ángela, quien añade que necesitan “un ambulatorio con asistencia médica todos los días y una zona de merendero y sombras”. Con una superficie que apenas se eleva 15 metros sobre el nivel del mar y sin más árboles que unas cuantas palmeras, en la isla no hay un lugar en el que resguardarse del sol.
Lo han pedido, dice Martí, para la Plaza Baillencourt, que separa el casco urbano del islote que sirvió de cantera para la muralla del siglo XVIII, y para el Solar de las Monjas, municipal, ubicado junto a la cala Birros, la más difundida por los instagramers. “Hemos presentado los proyectos de zona de descanso, para que los jóvenes no tengan que comer y descansar sentados en las aceras del pueblo, en el ayuntamiento, pero ni caso”. Y en este punto es donde se enmaraña el meollo del asunto, a su juicio. Administrativamente, Tabarca pertenece a la ciudad de Alicante. Dos fuentes municipales consultadas por este diario, de dos concejalías distintas, no han sabido precisar si la isla es un barrio o una partida rural. La indefinición y la lejanía causan una acusada dejadez municipal, a juicio de la dirigente vecinal. “No hay alcalde pedáneo y los funcionarios municipales se jubilaron hace cinco años y no se han cubierto sus puestos”, reclama. Entre sus obligaciones estaban el mantenimiento general, la jardinería y hasta los entierros.
Las infraestructuras municipales, oficinas, almacenes y hasta el museo, que apenas cuenta 20 años, están en pésimas condiciones. Techos carcomidos por el salitre, locales apuntalados, el museo cerrado por precaución. No hay transporte ni aseos para las cuadrillas de las contratas públicas. El Gobierno local, del PP, constituyó una comisión legislativa en julio del año pasado para abordar los problemas de la isla. Pero sin más avances, de momento, que el lanzamiento de un borrador de plan de protección y conservación urbanística de la isla que desde la concejalía de Urbanismo aseguran que se aprobará “en breve” y que contempla tanto las viviendas contemporáneas como las construidas en la época de Carlos III. “Necesitamos otra comisión, mixta, con la implicación de la Generalitat y del Gobierno, además del Ayuntamiento, para resolver todos nuestros problemas”, indica Martí. “Que la isla sea como cualquier otro barrio”, continúa. “Y que se acondicione en invierno para que los turistas la encuentren como una patena”, zanja.
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