La rabia de los euroescépticos por el acuerdo de Gibraltar se difumina entre la indiferencia de los británicos
El Gobierno del Peñón, satisfecho con el resultado, pide que se dejen atrás discusiones del pasado


En el número 150 de la calle Strand, a las puertas de la influyente City londinense, está la Casa de Gibraltar, la oficina de representación de este territorio de ultramar en la capital británica. Su grupo de presión ha sido siempre el más poderoso en los pasillos del Parlamento de Westminster. Los sucesivos gobiernos del Peñón han demostrado ser muy hábiles en la búsqueda de aliados para su causa, tanto entre conservadores como entre laboristas. Por eso, ahora que el ministro principal Fabián Picardo se muestra tan satisfecho ante el acuerdo alcanzado este miércoles entre el Reino Unido, España y la Unión Europea, que pone fin a años de incertidumbre respecto a la situación de esta colonia en la era post Brexit, las protestas de los euroescépticos más radicales son ruidosas, sí, pero también dispersas y sin estrategia. Nada que ver con otras épocas del pasado.
La portavoz de Asuntos Exteriores del Partido Conservador, Pritti Patel (en su día poderosa ministra del Interior), ha mostrado, con su reacción al acuerdo, la mezcla de templanza, confusión y rabia a medio cocinar que ha provocado en la principal fuera opositora el acuerdo firmado en Bruselas: “Gibraltar es británica, y dado el historial del Partido Laborista a la hora de ceder nuestros territorios y de ofrecer privilegios, vamos a estudiar con mucho cuidado todos los detalles de este acuerdo”, ha dicho Patel.
La exministra es consciente de que sus propios aliados conservadores en Gibraltar están satisfechos con un acuerdo que pone fin a su inestabilidad, y establece claramente que no afecta a las respectivas reivindicaciones de soberanía y jurisdicción de los gobiernos británico y español respecto al Peñón. Se trata más bien de generar ruido sin provocar daños. Por eso las constantes comparaciones entre Gibraltar y la reciente cesión a Mauricio del archipiélago de Chagos, donde Londres y Washington comparten una base militar. Era el final de una disputa histórica en la que la legalidad internacional estaba en contra del Reino Unido. La decisión de pagar más de 120 millones de euros anuales, durante cien años, para seguir usando las instalaciones militares, fue la excusa perfecta para que la oposición conservadora hiciera ruido y hablara de “rendición” y “traición”.
La mayoría de la población británica, sin embargo, está a otra cosa. La economía no despega. Gran parte del país sufre el declive fruto de dos décadas de austeridad. Y la derecha populista de Nigel Farage y su partido Reform UK ha encontrado en la inmigración un filón electoral más rentable que el contencioso histórico de Gibraltar. “Ningún Parlamento puede atar a su sucesor en nada, por lo que [para nuestro partido], tanto esto como el acuerdo de pesca, son inválidos. Este Gobierno es el peor negociador de la historia. Lo de Gibraltar es otra rendición”, ha dicho.
Se refería Farage a la renovación aceptada por el Gobierno de Starmer para que las flotas pesqueras UE sigan teniendo acceso durante doce años a sus aguas. Fue un aspecto clave para sacar adelante el histórico acuerdo bilateral post Brexit firmado en Londres el mes pasado entre Londres y Bruselas. El político populista utiliza cualquier excusa para resucitar el argumento de un Gobierno entregado a los intereses europeos, pero cada vez con más desgana. Su estrategia se centra hoy más en el descontento de muchos sectores ante el deterioro de la calidad de vida y los recortes sociales impuestos por Downing Street.
A lo largo de las últimas horas, los políticos británicos de derechas más radicales y eurófobos, como la exministra Suella Braverman, o el portavoz conservador de Defensa, Mark Francois, han hablado de “traición” y “rendición”, e incluso han advertido de que el próximo territorio en caer serán las Malvinas. Sin embargo, bastaba un repaso a las principales cabeceras de los diarios del jueves, dedicadas a la posibilidad futura de un aumento de los impuestos sugerida por el Gobierno, para entender la verdadera relevancia del asunto. Tan solo el Daily Telegraph, la biblia del conservadurismo más eurófobo, ofrecía un titular incendiario: “Las fronteras de Gibraltar serán controladas por la policía de España, en un último acuerdo de rendición”, decía el diario al fondo de su portada. “Ha llegado el momento de dejar atrás las discusiones del pasado y mirar hacia un futuro de cooperación renovada y entendimiento”, decía Picardo, que dejaba claro que los gibraltareños no se apuntan a ninguna nueva batalla.
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