La izquierda alternativa se enreda otra vez con el encaje de Madrid con la periferia
La crisis de Compromís en Sumar se añade a una larga lista de conflictos territoriales que también han sufrido IU y sobre todo Podemos


En 2018, durante uno de sus sonados conflictos con Pablo Iglesias, la entonces líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, optó por una metáfora frutal para explicarle en el Parlamento a un grupito de periodistas a qué grado de autonomía aspiraba dentro de su partido. Aunque le gustaría que Podemos fuera un racimo de uvas, explicó, se conformaba con que llegara a ser una naranja. Lo que no aceptaba es ser parte de una manzana.
La colorida explicación ilustra tres opciones de cualquier entidad política a la hora de definir su organización y funcionamiento, sobre todo en cuanto a la relación del centro, la dirección estatal, con las partes, sean sus propias delegaciones territoriales u otros partidos. Las uvas —siguiendo a Rodríguez— formarían un grupo confederal: todas serían parte de lo mismo, pero tan autónomas que podrían desvincularse sin afectar al conjunto. La naranja se corresponde con una estructura federal: gajos distintos pero recubiertos por la misma piel. En la manzana no solo la piel es la misma, también el interior es homogéneo. Es decir, una organización centralista.
Siete años después de describir a Podemos como una manzana, Rodríguez milita en un partido distinto, Adelante Andalucía, desvinculado de los morados, de Sumar y de cualquier otra organización estatal. No es ni bocado de manzana, ni gajo, ni uva, sino otra pieza diferente de fruta. Es una historia mil veces vista en la izquierda alternativa, tanto cuando la lideraba Podemos como ahora que Sumar y los morados pugnan por su menguante electorado: las tensiones, conflictos y crisis territoriales son constantes y no es raro llegar a la ruptura. El caso de Compromís es el último de una larga serie. La coalición valencianista, que se presentó en 2023 a las generales con Sumar, vive un intenso debate sobre su permanencia en el grupo parlamentario resultante de la candidatura que lideró Yolanda Díaz. De momento, se queda, pero exige más autonomía.

Si Rodríguez estaba descontenta con el Podemos manzana, porque no satisfacía sus aspiraciones federales, Compromís se frustra con el Sumar racimo de uvas, que no funciona —a su juicio— como un auténtico espacio confederal. Las diferencias entre ambos casos saltan a la vista. En Andalucía, parte de la dirección autonómica de Podemos cambió de partido; en Compromís, lo que se debate es cómo convivir con otras formaciones. Pero ambos casos abonan la misma conclusión, afirma el analista político y escritor Manuel Martínez Barreiro: “La incapacidad de la izquierda alternativa estatal para construir espacios horizontales que acomoden a las organizaciones periféricas”, déficit que da como resultado que tanto Podemos como Movimiento Sumar, el partido de Yolanda Díaz dentro del grupo Sumar, estén “cada vez más aislados” pese a su vocación de servir como articuladores de fuerzas.
“Una parte de la crisis de Compromís es sintomática de la descomposición de Sumar, igual que la salida de Podemos o el descontento de IU. Simplemente, los partidos de la coalición de 2023 se distancian de una marca en declive. Pero hay otra parte que revela algo más profundo”, explica Martínez Barreiro. ¿Qué? Un “fuerte contraste”, responde, entre el énfasis que las organizaciones estatales a la izquierda del PSOE ponen en defender la “pluralidad” del Estado y su “extrema dificultad” para gestionarla.
Apunta en la misma línea el sociólogo Luis Navarro, profesor en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, que ha estudiado las posiciones de la izquierda en la cuestión territorial: “El clásico discurso de las identidades integradoras tropieza con el funcionamiento real de las organizaciones. La culpa no es exclusiva ni del centro, ni de las partes. Pero es un equilibrio difícil, porque una idea de España heterogénea implica unos desafíos que por ejemplo el PP se ahorra con su uniformidad”.
Fernando Flores, profesor de Derecho de la Universidad de Valencia e histórico militante de causas progresistas, observa la crisis Sumar-Compromís y detecta un viejo patrón: “Si las fuerzas periféricas no ven que pueden beneficiarse del tirón de la estatal, se apartan. Miran lo táctico, no lo estratégico. Y las fuerzas estatales, antes Podemos y ahora Sumar, dan por hecho que toda España está empapada de la idea de que todo gira en torno a Madrid. El resultado suele ser tensión y ruptura”.
Tensiones históricas
La organización que históricamente ha mantenido un marco más estable de relaciones centro-periferia ha sido el PCE y, desde su fundación en 1986, Izquierda Unida. Su principal foco de “tensión” fueron las relaciones del PCE, especialmente durante la etapa de Santiago Carrillo, con el PSUC, disuelto en 1997, señala Jaime Pastor, secretario de Proyecto Federal de IU a mediados de los noventa, que dimitió cuando el Consejo Político Federal rechazó un documento promovido por él mismo defendiendo un “Estado federal plurinacional” con “derecho de autodeterminación”.

“La cultura dominante en IU ha sido y es el federalismo dentro de la unidad de España. Pero no es una posición unánime, y en ocasiones genera fricciones”, añade Pastor. En IU, los principales conflictos recientes se han producido por lo que la dirección ha entendido como maniobras incompatibles con su federalismo. Eso es lo que llevó en 2019 a la ruptura con Esquerra Unida i Alternativa, después de que miembros de su dirección —liderados por Juan Josep Nuet— impulsaran junto a ERC el proyecto Sobiranistes.
Choques y conflictos
La vida de Podemos, poco más de 11 años, es una enciclopedia de conflictos centro-periferia. Y eso que uno de sus primeros pasos fue una cooperación triunfal. En las municipales de 2015, el partido apoyó a un puñado de candidaturas como Ahora Madrid, Barcelona en Comú y Zaragoza en Común, entre otras, que sacudieron el mapa local. Aquellas alianzas mostraron a un Podemos “brevemente pluralista”, señala Martínez Barreiro, que vivió de cerca el caso de Galicia. Allí los morados apoyaron las mareas en A Coruña, Santiago y Ferrol, que lograron las alcaldías. En diciembre, la candidatura En Marea, que unía a Podemos, Esquerda Unida y Anova —una escisión del BNG que era la parte con más arraigo de la confluencia—, logró seis diputados en las generales. Al año siguiente, En Marea se convirtió en líder de la oposición al PP en Galicia.

Todo eran éxitos inéditos, fruto de la colaboración entre un Podemos en su apogeo, Esquerda Unida y fuerzas autonómicas y locales. Pero la etapa dorada duró poco. En 2020 En Marea acordaba su disolución, tras una larga serie de conflictos internos, cambios de marcas y desastres electorales. Hoy Podemos no tiene representación en la Cámara gallega, ni tampoco Sumar. ¿Cómo pudo pasar? “No había base real, no había proximidad. Sin arraigo, nada dura. Una alianza puede beneficiarse puntualmente del tirón de una marca, pero a la larga flaquea”, señala Martínez Barreiro, que destaca que el ganador a largo plazo de la partida en la izquierda ha sido el BNG, que se quedó fuera de las coaliciones de 2015 y 2016 pero “apostó por su enraizamiento social y territorial”.
Si Galicia brinda un caso típico de auge y caída, la relación entre Podemos y Compromís es ejemplo de inestabilidad. Aunque lograron nueve escaños juntos en las generales de 2015 y de 2016, sus tratos han estado siempre marcados por crisis, altibajos y acusaciones mutuas. Ha sido más usual el enfrentamiento electoral que la unidad. La experiencia de Sumar ya ha demostrado que tampoco ha traído la tranquilidad al eje Madrid-Valencia.
“La tendencia de Podemos ha sido a funcionar como una máquina de guerra electoral centralizada. Para eso, sobra el reparto de poder. Si ha habido alianzas, ha sido porque había figuras imposibles de ignorar, como Ada Colau y Xavier Domènech en Cataluña, o por conveniencia puntual en el País Valenciano o Galicia. En cuanto a Sumar, no ha aportado nada nuevo a esa visión”, sostiene Jaime Pastor, que afirma que las fuerzas periféricas, como ahora Compromís, han aprendido a su vez a ceñir sus alianzas a los periodos de bonanza electoral, al no desarrollarse nunca “vínculos profundos” ni “espacios confederales no jerárquicos” para afrontar las crisis con cooperación.

Los problemas en Podemos también han llegado a la relación de la dirección estatal con las delegaciones. Sobre todo a raíz de su drástico retroceso autonómico en 2019, la eclosión de crisis territoriales se convirtió en norma. En Andalucía, la unidad de Podemos, IU y fuerzas andalucistas para las elecciones de 2018 fue deshaciéndose conforme la dirección autonómica de Podemos, con Rodríguez al frente, se decantaba por un nuevo proyecto, Adelante Andalucía. Ahora está por ver si la atomización se vuelve incluso mayor rompiéndose la coalición de fuerzas de izquierdas y andalucista Por Andalucía.
El diseño “plurinacional”
Sumar, el proyecto impulsado por Yolanda Díaz tras la retirada de Pablo Iglesias, logró aglutinar en la misma coalición para las generales de 2023 a nueve fuerzas regionales: Más Madrid, Catalunya en Comú, Compromís, Chunta Aragonesista, Més (Baleares), Drago (Canarias), Iniciativa del Pueblo Andaluz, Batzarre (Navarra) e Izquierda Asturiana. Pese al énfasis en su “plurinacionalidad”, el grupo está lejos de haber logrado armonía.
Antes de la crisis de Compromís, que por ahora ha evitado seguir el ejemplo de Podemos y sortea la ruptura, Drago ya había dado la espalda al proyecto entre acusaciones de “autoritarismo y ninguneo”. Al igual que Drago, tampoco Iniciativa del Pueblo Andaluz logró escaño en 2023. Pero eso no justifica, afirma José Antonio Jiménez, su portavoz, que “en Sumar no se nos tenga en cuenta”, como asegura que ocurre. Jiménez cree que su partido fue usado para dar una pátina andalucista superficial a la marca y después dejar a Andalucía “fuera de la idea de plurinacionalidad de Sumar”, provocando una “asimetría” desfavorable a su comunidad, una crítica que también se oye en IU.

Ante las críticas en su espacio, Movimiento Sumar asegura que aborda sus relaciones con “generosidad y humildad”. “No podemos predicar la defensa de la pluralidad pero luego no normalizar la existencia de diferencias y la búsqueda de los mejores métodos para resolverlas. Aprendemos sobre la práctica, conscientes de que nos queda mucho por hacer”, señala en respuesta por escrito un miembro de la ejecutiva, que reconoce dificultades pero hace un balance “enormemente positivo” de la alianza “progresista” y “plurinacional” de las últimas generales, esencial para formar “un gobierno de coalición excepcional en Europa”.
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