El pueblo que se detiene para que otros bailen
La mitad de la población activa abandona El Palmar de Troya para trabajar en los duros oficios de las ferias en Andalucía


A 50 kilómetros al sur de Sevilla hay una localidad, El Palmar de Troya, que se despuebla con las ferias. La mitad de sus vecinos acuden a trabajar en las casetas de las ferias de Sevilla, Jerez, El Puerto de Santa María o Alcalá de Guadaíra para convertirse en la mano de obra que permite a esos municipios vivir a tope su semana grande del año, con la diversión a toda mecha. Son montadores de casetas, camareros, cocineros, cortadores de jamón y guardas de seguridad que entre abril y octubre levantan pueblos efímeros a las afueras de cada localidad andaluza para desmontarlos cinco días después. Las condiciones laborales de estos empleados eventuales han mejorado el último lustro, pero los abusos de los empresarios siguen a la orden del día. Mientras, estos días de primavera el silencio copa El Palmar de Troya (2.300 habitantes, Sevilla), que reduce a la mitad sus conversaciones.
Los trabajadores de esta localidad están acostumbrados a emigrar para ganarse el jornal, y al margen de las ferias hay muchos que aún acuden a la vendimia o a la recogida de la aceituna. Antaño iban a la fresa en Huelva, antes de la contratación masiva de empleados marroquíes y latinoamericanos. El alcalde, Juan Carlos González (PSOE), calcula que la mitad de la población activa se desplaza a las ferias andaluzas para trabajar. A veces contratadas por las numerosas empresas de cáterin del pueblo, y otras con permisos o días de vacaciones para acudir a las ferias de otros pueblos. No hay cifras oficiales de los vecinos desplazados. Estos días los trabajadores aceptan auténticas palizas laborales con la capacidad física de aguante al límite.
Sandra Carreño, camarera de 39 años, apura un café al mediodía sofocante en la avenida principal del pueblo, con escaso tránsito. “En la feria echas unas 17 horas, pero los jefes ponen siempre ocho [declaradas a la Seguridad Social]. Duermo de 6 de la madrugada a 13.00, el resto trabajo. Y cuando vuelvo por la mañana, para no dormirme al volante empalmamos conversaciones, abro la ventanilla, como pipas, o pongo el aire a tope de frío”, relata. Carreño percibe 180 euros por cada día de feria. Estuvo en la de Sevilla y ahora trabaja en la de Alcalá de Guadaíra (75.000 habitantes), a las afueras de la capital andaluza.
A las puertas del colegio público Federico García Lorca, María, que declina dar su apellido y con 17 años a sus espaldas de temporadas de ferias, abunda en el abuso laboral de los empresarios caseteros. “En las ferias hemos sido estafados. Cuando terminabas tu jornada de 15 horas cobrabas, pero luego veías que en tu vida laboral solo figuraba dos días y dos horas cada día”, se queja. “Cuando me quedé embarazada paré, porque eso es abandonar a los niños. Hay gente que solo ve a sus hijos los lunes después de que la feria acaba. Yo estoy muy arrepentida de esos 17 años”, lamenta. Ella cobraba 130 euros al día y ahora su marido, Fernando, cortador de jamón al vacío, cobra 250 euros cuando acude a alguna feria. En el año 2000 se construyó en El Palmar de Troya una residencia para niños de temporeros, que antaño acogía a estos menores mientras sus padres emigraban para diferentes cosechas en la Península y Francia.

Patricio Ponce, empresario casetero, transporta al camión sus muebles, mostradores, vitrinas y aparatos portátiles de aire acondicionado desde su nave, antes de salir dirección a la feria de Burguillos (Sevilla), donde dirige dos casetas y 12 empleados: “El Gobierno nos está asfixiando con los seguros sociales, por eso hay tanto granujerío, que no existe en Irlanda o Luxemburgo. Lo que hace falta es que la gente cotice, no se puede achuchar tanto. Porque si llueve o hace 40 grados, te quedas solo en la caseta y pierdes dinero”, lamenta.
La asociación andaluza de empresarios de hostelería de feria, con un centenar de empresarios caseteros asociados, considera que las ferias decrecen por falta de mano de obra. “La gente busca trabajos más estables. Hemos pedido al Gobierno un Cenae [código específico para una actividad económica] para el sector, pero sin éxito. Así que en teoría los empleados deben trabajar ocho horas y otras cuatro extra, y así nuestro trabajo es cada vez más complicado, no podemos duplicar las plantillas”, se queja su presidente, David Martín. “El que se dedica a las ferias no quiere descansar, quiere ganar dinero. El que va a la romería de El Rocío tiene un trabajo estable y se pide cinco días de permiso en su puesto”, añade.
La Inspección de Trabajo ha reforzado desde 2022 los controles en las ferias para verificar las altas de los empleados en la Seguridad Social, sobre todo en la prevención de riesgos laborales en el montaje y desmontaje de casetas. “Revisamos aspectos como la jornada, el trabajo a tiempo parcial, el registro de la jornada y las condiciones de seguridad en el trabajo”, precisa Esther Azorit, jefa de la Inspección en Sevilla. Si en la Feria de Abril de 2022 realizaron 371 actuaciones en las casetas, el año pasado subieron a 634 actuaciones.
Ante la huida forzosa de muchos padres palmareños, los hijos se quedan al cuidado de los abuelos y el rendimiento académico de ciertos alumnos desciende. “Los abuelos tienen más permisividad y a algunos alumnos les faltan cosas por traer. El rendimiento baja un poquito, están más distraídos. Me llama la atención que los niños entre 5 y 8 años tienen acceso a las nuevas tecnologías demasiado pronto. Tienen una consola de videojuegos, pero luego no saben hacer un puzle”, ejemplifica Ana Auxiliadora Fernández, profesora de necesidades especiales del colegio público del pueblo. El director de este centro con 206 alumnos, Daniel Domínguez, rebaja el efecto de la ausencia de los padres en casa tantas semanas: “Antes se notaba más. Los abuelos son más permisivos, pero ya no tenemos alumnado absentista y los resultados académicos son superiores a años anteriores”, valora.

A mediodía del pasado miércoles en la Feria de Alcalá de Guadaíra los farolillos ya cubrían los techos de las casetas, casi todo listo para la cena de inauguración. Dolores Palomino, de 56 años, tiene las manos ensangrentadas de limpiar boquerones en la cocina de una caseta, con un calor asfixiante. Esta palmareña lleva cuatro décadas, desde los 16 años, haciendo ferias de pueblos de Sevilla, Cádiz, Málaga y Granada. “No compensa. No está pagado tanto esfuerzo físico, el desgaste y la familia, que nos perdemos todo. Mis tres niños me han necesitado en muchos momentos”, recuerda, mientras enseña un gran bulto que le sale del tendón del brazo.
Rodeada de paquetes de carnes, en la cocina hay una olla con huevos hirviendo para la guarnición del salmorejo. Fuera el termómetro ya supera los 30 grados, pero aquí el calor se dispara con los fuegos encendidos y los motores funcionando. La caseta dispone de aire acondicionado, pero solo para los socios, el frescor no llega a las cocineras en la trastienda. “La Feria de Sevilla es la peor porque no hay sitio para las basuras [que deben sacar solo por la mañana, de 5 a 9.00] y se acumulan en las cocinas”, lamenta Palomino, que trabaja de 11 de la mañana a 2.30 de la madrugada. En la mayoría de ferias andaluzas se recicla el vidrio, pero los plásticos, cartones y restos orgánicos se mezclan ante la apatía de los Ayuntamientos, que no destinan recursos suficientes para que la separación de las toneladas de basuras generadas sea un hecho.
A su lado la joven Naima Hamed, de Tenerife, explica cómo acabó entre fogones: “Mi abuela se arrepintió de darme a probar la cocina. Y sin embargo, a mí me gusta la tralla, con el estrés de las horas punta”, apunta. El jefe interrumpe: “Estamos 60 para la cena de hoy”. De la cocina saldrán kilos y kilos de chocos, boquerones, acedías, revueltos, aliños de patatas, solomillo con patatas panaderas y otros platos típicos de feria, siempre con precios superiores a los restaurantes.
Las familias andaluzas son conscientes de que la semana de feria es especial, y algunas incluso piden créditos para sobrellevar tanto gasto. La camarera Carreño lo ratifica: “La feria es un lujo y tengo socios que se gastan 2.000 euros en un día. Los gordos siguen pidiendo préstamos y reparten el dinero entre sus hijos, a 2.000 euros para la semana por barba, aunque tengan apenas 18 años. Y pagan 12 euros por una sola cigala, ¡una sola!, o 25 euros por seis navajas. Una locura”, zanja.

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