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La urgencia de proteger nuestra salud mental en la era del estrés

En su primera colaboración con ‘El País Semanal’, la neurocientífica y escritora Nazareth Castellanos hace un llamamiento a “alfabetizar en la higiene mental”

Salud mental

Corría el siglo IV antes de Cristo en aquella Grecia de sabios y de dioses, cuando Atenas se vio desolada por la peste. Hoy se cree que la causa fue una plaga de bacterias que llegó a matar hasta al mismísimo Pericles. El daño fue inmenso y posiblemente cambió el rumbo de la historia de la ciudad, ya que su debilitamiento favoreció su posterior invasión romana. ¡Qué importante es, al fin y al cabo, la salud!

Tan valiosa que, siglos después de aquella peste, el oráculo de Delfos elevó a una discreta y olvidada señora a la categoría de diosa. Era Higía, la diosa de la salud. Su padre, Asclepio, dios de la medicina y la curación según la mitología griega e hijo de Apolo, fue educado por Quirón, quien le instruyó en las artes clínicas. Fruto de su amor con Epíone, que representa el alivio, nacieron cinco hijas, la mayor de ellas Higía. Es tal el legado de Asclepio en nuestra medicina que el juramento hipocrático al que se encomiendan los sanitarios lo incluye a él y a dos de sus hijas, Higía y Panacea. Sin embargo, el desarrollo de la medicina científica ha apostado más por Panacea, diosa de la curación, que por Higía, diosa de la salud. Hemos aprendido a curar más que a mantenernos sanos. El remedio frente a la higiene. Hemos preferido curar a prevenir. Pero las cosas están cambiando. Desde hace algunos años circula un nuevo término en la investigación biomédica: la salutogénesis. Es decir, estudiar el origen de la salud. ¿Podemos ayudar a las personas a avanzar hacia una mejor salud?, se preguntaba el doctor Antonovsky antes de acuñar el término. Tres décadas después de sus trabajos, la ciencia ha podido encarrilar una nueva visión de la medicina: la del estilo de vida o medicina preventiva.

Pongamos como ejemplo el proyecto pionero finlandés de Carelia. Esta región contaba con una exagerada tasa de cardiopatías, hasta que las autoridades establecieron un programa integral de educación en estilo de vida que redujo las muertes por enfermedad cardiaca en un 68%. El mundo se está haciendo eco de la necesidad de fomentar la salud. En 2005, países como Alemania o Francia gastaron el equivalente a casi un 30% del producto interior bruto en programas públicos para promover el bienestar. Es responsabilidad del Estado, pero también nuestra. Antes de asumir nuestros deberes es necesario comprender la importancia de nuestro cometido. Se nos convoca a cuidarnos, y los primeros interesados somos nosotros mismos. Se torna necesario, o más bien urgente, incluir en las facultades de Medicina una nueva mirada hacia Higía, acompañada de Panacea por supuesto, pero no oculta tras ella. Los dos pilares fundamentales de la medicina, la cirugía y la farmacia, no siempre llegan a tiempo en aquellas enfermedades fruto de insalubres estilos de vida, que representan un significante y creciente porcentaje de las afecciones.

Así como hemos erradicado ya algunas de las enfermedades que atemorizaban a nuestros ancestros, y seguimos incansables en el intento de erradicar las actuales, todavía son tímidas las tentativas que pretenden paliar las enfermedades que afectan a la salud mental. La ansiedad, el estrés y la disminución del bienestar y la satisfacción afectan a la población general, desde adolescentes hasta adultos, siendo su incidencia en la población infantojuvenil especialmente preocupante. A escala mundial, el 25% de la población va a sufrir un trastorno mental al menos una vez en la vida. El 70% vivirá una experiencia potencialmente traumática. El número de personas con depresión ha aumentado un 18,4% entre 2005 y 2015. Solo en España, el 6,7% de la población sufre ansiedad y/o depresión, siendo la prevalencia mayor en mujeres (9,2%) que en hombres (4%). Cerca del 90% de los pacientes con problemas de salud mental recibe apoyo informal, es decir, de familiares o amigos, pero no de profesionales, lo que supone una posible causa de recaídas, imprecisiones en el diagnóstico y menor probabilidad de recuperación. Hemos comenzado a actuar ante la enfermedad mental, pero hay que fomentar la prevención. La investigación científica desarrolla actualmente varios programas para prevenir las alteraciones de la salud mental y cerebral. Parece haber un fuerte consenso en que las tres columnas que sostiene un estilo de vida mentalmente saludable son la dieta, el ejercicio físico y la regulación emocional. El equilibrio entre las poblaciones de microorganismos que habitan en el intestino, la microbiota, es esencial para el estado de ánimo. La práctica regular de ejercicio físico, de unas dos horas a la semana, actúa como un poderoso antidepresivo. El conocimiento y regulación de las emociones modera el estrés, gran enemigo físico y mental. Concienciar a la población de la importancia de identificar las dolencias mentales propias y ajenas y la necesidad de recurrir a una asistencia profesional, así como educar en la responsabilidad de proteger la salud, es uno de los grandes retos de gobiernos, centros educativos y medios de comunicación. Se trata de alfabetizar en la higiene mental. Como canta el himno órfico dedicado a Higía, diosa de la salud, “sin ti todo carece de provecho para los humanos. Ven reina, Higía, porque si tú no estás todo es innecesario. El mundo te añora, soberana”.

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